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La Ley de Fomento a la Lectura

Jueves 09 de octubre, 2008.
11:48 pm
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Por Jorge Magariño

Foto:iescasavieja.net

Oaxaca, Oax.- El diez de diciembre del año pasado, Felipe Calderón presentó ante los medios su Programa Nacional de Cultura 2007-2012, prácticamente un año después de haberse asomado rápidamente al Palacio de San Lázaro para colocarse la banda presidencial. A un ladito –el año pasado- Sergio Vela, titular de CONACULTA, sonreía feliz. El eje número 7 de ese Programa se refiere al Esparcimiento cultural y lectura; línea que ahora aborda a partir de la Ley de Fomento a la Lectura y el Libro, promulgada  en Los Pinos, cuyo contenido total aún desconocen muchos, pero ya se le queman inciensos de a buti, como dirían en mi pueblo. Lo primero que se recuerda, a propósito de esta Ley, es el veto impuesto por aquel hombre de botas largas e ideas cortas, el mismo que mencionaba a José Luis Borgues«» y cuya serenísima mujer ensalzaba las glorias literarias de Rabina la gran Tagora, escritora india, por más señas.

El veto defendía los intereses de algunas casas editoriales bastante beneficiadas por el foxiato a través de la Secretaría de Educación Pública, pues la propuesta de ley pretendía que hubiera un precio único para los libros en todo el país.«» Es decir, que cada título editado costaría lo mismo en el sanborn’s de los azulejos que en El buho, un pequeño local instalado frente al equinamente oloroso parque Juárez de Juchitán.

El intento durmió el sueño de los justos, hasta que ayer el señor Calderón presentó su versión, que incluye la uniformización de los precios, ya dicha, en un plazo establecido en el propio documento.

Unos aplauden la decisión pues columbran que con ello la vapuleada industria editorial mexicana podría reactivarse; claro que también tendrían que reducirle las millonarias adquisiciones a dos empresas no precisamente del país, como los editores paisanos han señalado en otras ocasiones.

Otros aseguran que ora sí, vamos hacia el país de lectores que el señor alto de bigotes prometió hace algunos ayeres. Aunque ya se adelantó Jelipe a decir que “el problema crónico de la falta de lectura en México no se puede resolver por decreto”. Y por aquí vamos.

En efecto, no se puede ni por decreto ni con ocurrencias revertir un problema que tiene larga data.

Para no dárselas a desear, por ejemplo: de acuerdo con la Encuesta Nacional de Lectura 2006, efectuada por iniciativa del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y publicada en octubre del mismo año, en México se leen en promedio 2.9 libros al año. En tanto que 33.5 por ciento de las personas encuestadas dijeron no leer ningún libro en el mismo periodo.

Este porcentaje habla de un asombroso incremento en la lectura, pues cinco años antes una encuesta encargada por los editores mexicanos hablaba de 1.5 libros al año, y a nuestro feliz estado –donde no pasa nada- le tocaba un libro al año, en promedio, por persona. Pero el gozo queda a un paso del pozo: el 40 por ciento de quienes declararon leer o haber leído alguna vez, no recordaron un solo título. Cruel amnesia.

Pero hay más en este desfile de carencias que es la suave patria. Sin rubor alguno, la enemiga número uno de Elba Esther Gordillo, doña Josefina Vásquez Mota –ni más ni menos que la Secretaria de Educación Pública- describe el siguiente panorama: el 30 por ciento de los mexicanos no han visitado una biblioteca en toda su vida y 40 por ciento nunca han entrado a una librería; uno de cada ocho mexicanos no ha leído un libro en su vida y 30 por ciento no lo hicieron en el año anterior.

¿Y qué hacemos para deshacer este entuerto? Durante el sexenio pasado se imprimieron e hicieron circular por las escuelas del país millones de libros, muchos de ellos de buena calidad literaria o de divulgación científica. Se dio algún cursillo –creo- para que los maestros pudieran utilizar el pequeño acervo que les tocó por salón de clase. Pero… ¿quién garantizaba que tal docente fomentaría el acercamiento a ese monstruo tan temido que es el libro? Cuentan las buenas lenguas que aun existen cajas sin abrir de esos libros, en los presuntos rincones de lectura.

Padecemos, sin querer verlo (y esta es mi apuesta) un círculo vicioso en este ámbito (bueno, en otros también). Me explico: Hay en la escuela primaria Juan Pérez un profesor (o profesora, que en esto del miedo a las letras sí hay igualdad). Pues bien, al magíster no le atraen precisamente los cuentos o los poemas, cómo –digo yo- va a poder inculcarles a sus alumnos el afecto por la lectura.

Pues ahí tiene usted. Este alumno un día va a ser estudiante de alguna Escuela Normal, donde tampoco le van a mostrar el camino para apreciar las letras, como no sean las básicas para leer y escribir. El joven va a egresar de su Normal, se va a dar clases a la escuela Juan Pérez, y ¿cree usted que se sentirá movido a inculcar el amor por los libros?

Del bachillerato, ni hablar. A quién le va a interesar lo escrito por un tal Rulfo, que murió incendiado allá en su rancho, y cuentan que su padre un tal Pedro, nomás se quedó parado viéndolo. ¿Alguno volteará a leer las estrambóticas andanzas descritas por un sujeto conocido como el manco de Lepanto? Y ese tal OctavioPaz ¿no será uno de los aspirantes a dirigir las pedacerías del PRD?

De modo pues, que hace falta un arduo esfuerzo de largo plazo, que debe abordarse desde diversos frentes. En uno, se tendrá que trabajar con los maestros en servicio para que aprehendan las técnicas elementales de fomento a la lectura; en otro inmediato, se aplicarán esas técnicas en el aula. Un tercero, cabalgará feliz en los salones de las Escuelas Normales para despertar ahí el interés –entre docentes y aspirantes a tales- a partir de la metodología correspondiente.

El cuarto frente sí tiene que ver con la edición multitudinaria de libros para ser distribuidos en las escuelas. Sin embargo, hasta ahora lo único que se ha hecho es este último eslabón, los demás pasan sin pasar. En esta misma línea se ubica el Programa de lectura de la administración estatal. Poner –dicen- el libro al alcance de la mano. Y el interés, el entusiasmo, las ganas, quién se los pone en esa misma distancia.

Y a todo esto ¿a quién le puede importar el libro? Si sólo sirve para despertar conciencias.

Vale. gubidxasoo@yahoo.com.mx

Contexto para leer

A LA SOMBRA DE LOS LIBROS LECTURA, MERCADO Y VIDA PUBLICA

AUTOR: FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

Centro CENTRO DE ESTUDIOS INTERNACIONALES/COLMEX

Edición 1a. , 2007 No. de páginas 361

ISBN 968-12-1323-8

Síntesis En los últimos veinte o treinta años se ha producido en todo el mundo una concentración extraordinaria de la industria editorial: la mayor parte del mercado global pertenece a ocho o diez empresas, integradas en grupos que tienen también periódicos, revistas, productoras de cine, discográficas, cadenas de radio y televisión. El negocio de los libros se ha convertido en un gran negocio, incorporado a la industria del espectáculo. Y eso tiene consecuencias sobre el tipo de libros que se publican y sobre el modo en que se venden, sobre las librerías y las prácticas de lectura. La tensión entre literatura y mercado es antigua. Tanto como el mercado de libros. Y traduce una relación problemática entre los autores -los más conscientes de su oficio, los más exigentes- y su público. La situación actual no es radicalmente nueva o insólita, sino producto de una evolución casi natural de la industria del libro.

México

MN $198.00

Desc. 30% MN $138.60

Resto del Mundo

US $20.00

Desc. 30% US $14.00

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