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La poesía istmeña un aporte a la literatura nacional

Lunes 26 de enero, 2009.
07:00 am
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Una Laguna para cuatrocientas almas

* Presentación del libro Laguna superior, poetas del Istmo oaxaqueño, en Juchitán.

 

Por Jorge Magariño

 

Juchitán, Oaxaca.- Dicen que la poesía es un asunto de intimidad, pero de vez en cuando una intimidad con cuatrocientas personas no está de más. Y eso es lo que ocurrió el viernes pasado en Juchitán en la presentación del libro Laguna Superior, Poetas del Istmo Oaxaqueño, con un Teatro de la ciudad abarrotado y un público atento escuchando a cada uno de los escritores participantes, a la sedosa voz de la cantante Natalia Cruz que agregó su entusiasmo a la fresca noche juchiteca.

 

Pero cómo se les ocurre una lectura de poemas en el teatro, ese lugar frío, tan impropio para un acontecimiento que más bien ha de darse en la cercanía, entre amigos, dijo un conocido a este escribiente-organizador-autor. Y por qué no, fue la respuesta, abundada después con la explicación que hablaba de la necesidad de explorar nuevos escenarios, nuevos públicos.

 

Segunda llamada, anuncia la conductora, y el organizador se asoma a un lado del pasillo para cerciorarse de la asistencia, cuenta hasta sesenta y siete y se muestra más o menos conforme. Podemos llegar a cien, le comenta a Alvarito Velásquez -eficientísimo coorganizador- como calmándose a sí mismo. Hace señas a la responsable de las edecanes para que aborden la tarea de conducir a los invitados a la mesa principal allá en el escenario. Pasa él mismo a ocupar su lugar.

 

Se le suplica a los asistentes no tomar fotos con flash y abstenerse de dañar el mobiliario, de lo contrario se les consignará a las autoridades, dice una voz de mujer en lo alto. Tercera llamada, regresa la muchacha de ojos claros. Detrás de las cortinas hay un murmullo que intenta adivinar el panorama del sillerío. No te preocupes -había dicho Natalia Cruz, un día antes- todo va a salir bien. La contestación del organizador, señalando con su índice izquierdo del borde del proscenio hacia el escenario, fue: -de aquí paracá, estoy seguro de que todo va a salir de maravilla, lo que me preocupa es cómo va a estar de aquí parallá –y al comentar esto último dirigió el índice hacia las butacas.

[caption id="attachment_6033" align="aligncenter" width="200" caption="Importante aporte de los poertas del Istmo deTehuantepec a la literatura de México."]Importante aporte de los poertas del Istmo deTehuantepec a la literatura de México.[/caption]  

 

Anta la tardanza en correrse las cortinas, organizador voltea a mirar lo que sucede y encuentra al Cholo, un flaco y chaparrito muchacho, jalando con fuerza de las cuerdas para destrabar el telón, hasta que por fin consigue desplazar aquellos kilos y kilos de gruesa tela. El espectáculo no podía ser mejor, las dos primeras partes del teatro ocupadas por hombres y mujeres de todas las edades, de diversa  procedencia. Un suspiro grueso se ve salir de labios del organizador.

Pasan primero los discursos, el del presidente municipal, Mariano Santana; el de Jorge Megías, director general de Preneal, empresa patrocinadora del libro y el del presidente de la asociación Gubidxa soo, editora del libro, que vino a ser el mismo organizador o séase este mismo escribiente.

 

Después de las formalidades comenzaron  a derramarse los caldos de la poesía y el canto. Natalia seduciendo los oídos profanos con canciones istmeñas, arropada por un terceto de jóvenes músicos; el moderador de la mesa chacoteando con anécdotas; Jorge Pech con su docto estilo hablando del libro; Esteban Ríos, ixtaltepecano, en la lectura de tres poemas en zapoteco, con su traducción al castellano, y la pregunta –¿puedo leer otros?

 

-No ya no, le responde el moderante.

 

Después César Rito hablando de un cocodrilo arrullador de madres; José Alfredo Escobar y la “insoportable brevedad del ser” espinaleño (Me sigue.Y es la seguridad de que estoy vivo); Víctor Terán - sacando sus dotes de declamador sin maestro para decir sus textos bilingües (Ñaca’ gubidxa nabeza ladxido’lo’. Ñaca’ bizalulu’, nalu’, xhíguilu’. Quiero ser el sol avecindado en tu pecho. Quiero ser tus ojos, tus manos, tu mentón.)

 

Natalia Toledo con su voz de artista, subiendo y bajando por los tonos y tonas del zapoteco (Ca xiiñe’ zutiipica’ diidxa’ guní’ jñiaaca’ne zazarendaca’ sica ti mani’ ripapa ndaani’ guí’xhi’, ne guiruti zanna tu laaca’./ tal vez soy la última rama que hablará zapoteco mis hijos tendrán que silbar su idioma y serán aves sin casa en la jungla del olvido.). Otra vez Natalia Cruz con su embeleso, con la brujería de su voz. La poesía en el ir y venir de ritmos, cadencias, figuras.

 

Abajo, en las butacas, silencio, los ojos fijos, las antenas del oído en su percibir de ruidos, de versos, de música; cada tanto el prorrumpir de ochocientas palmas, cuatro mil dedos percutiendo en el aplauso agradecido, sincerado, enamorado de las voces, de las veces, de los haces de luz. Que para entonces el lleno en el teatro era ya total, incluso con personas de pie en el pasillo de acceso.

 

Los agradecimientos interminables del moderador, que vino a ser el mismo organizador-editor, autor con Víctor Terán de una compilación que reúne ejemplos de la producción de diecinueve poetas istmeños; desde Ixhuatán, con Manuel Matus, hasta Ixtepec, con el difunto Alejandro Cruz. Escritos  que arrancan con la generación del venerable taganero Macario Matus y llegan a la novel tesitura veinteañera de Dalton Pineda.

 

Pero no solo escritores, que ampliar el diálogo quieren los autores, así que se integran también reproducciones de la obra de quince pintores juchitecos, desde el magistral Hermano Sol Francisco, hasta el fallecido Jesús Urbieta; desde el compadre Alfredo Cardona Chacón, hasta el lúdico Demián Flores. Todo, imágenes y versos, ordenados pulcramente por el diseño de Soid Pastrana.

 

Y al final, después de los aplausos, la interminable renguilera de asistentes solicitando la firma de los once autores presentes, con su libro obsequiado por delante, regalo precedido por una donación de más de cien ejemplares para escuelas secundarias del Istmo, gesto que se extenderá a más escuelas y bibliotecas, que tal es el destino de buena parte de la edición de mil ejemplares (¿alguien quiere patrocinar la segunda?).

 

La rememoración de lo escrito por Carlos Montemayor en un breve prólogo, al principio de la Laguna presentada, la laguna encantada: “En un país tan dolorosamente complejo y lastimado como el nuestro, los poetas de Laguna Superior ofrecen un brazo amigo, un soporte valioso y alegre, un conocimiento de la vida, una conciencia artística que da a nuestros idiomas la diafanidad que la realidad social no logra ofrecer. Enhorabuena por esta gran poesía que celebra y enaltece nuestra vida”.

 

La respuesta del escribiente -dos días después- en un correo electrónico al amigo escéptico, virado a la exaltación ante lo ocurrido: Me siento honrado de haber visto a tantos amigos juntos, sin que fuera pachanga o velorio.  Sí hacen falta -como diría un sujeto que daba el pésame a un viudo- muchos días de estos, por la poesía, que entraba por primera vez a ese por ti llamado "tétrico" lugar, y por la cantidad de personas que acudieron a escucharla. Dicen que escuchar poesía es un asunto más bien íntimo, pero no está de más una intimidad con cuatrocientas personas, aunque sea de vez en cuando.

 

¡Que viva la poesía!

 

 

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