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“Se fue el tren y se acabó la vida”

Sábado 07 de noviembre, 2009.
01:03 pm
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El Universal

 

Oaxaca. México. Estaciones del treny pueblos fantasma, y el control de casi 24 mil kilómetros de vías en manos de cinco grupos privados, es la herencia que dejó la privatización del sistema ferroviario desde 2001, por lo que maquinistas, despachadores de trenes, auditores, carpinteros, garroteros y electricistas en diversas partes del país señalaron: “Los trabajadores del riel no tenemos nada qué celebrar en el Día del Ferrocarrilero”.

 

Tras la extinción de Ferronales creció el desmantelamiento de talleres, como el de Matías Romero, Oaxaca; Apizaco, Tlaxcala; Benjamín Hill, Sonora, y Aguascalientes, que en su tiempo se colocaron entre los más importantes de todo el país.

 

 

[caption id="attachment_33506" align="aligncenter" width="300" caption="Pueblos fantasmas y el desmantelamiento de talleres del ferrocarril entristecen a los rieleros, que este día no tienen qué celebrar."]Pueblos fantasmas y el desmantelamiento de talleres del ferrocarril entristecen a los rieleros, que este día no tienen qué celebrar.[/caption]    

 

Según el sector Comunicaciones, hasta 2006 existía un censo ferroviario de mil 245 locomotoras, 33 mil equipos destinados a la transportación de 73 millones de toneladas y 60 trenes de pasajeros que trasladaban 5 millones de usuarios cada año.

 

Por ello, la venta de equipos como fierro viejo y el abandono de vagones que servían como hogar para las cuadrillas que reparaban las vías, agobia a los hermanos Carlos y Glafiro Villalobos Toledo, quienes dejaron ir sus mejores años sobre las vías del tren que corría entre las ciudades de Salina Cruz, Oaxaca, y Coatzacoalcos, Veracruz.

 

No obstante, con la desaparición de Ferrocarriles Nacionales de México, la pesadumbre no ha sido exclusiva de los rieleros, sino de miles de familias que en las estaciones subsistían con la venta de alimentos y antojitos.

 

“Se fue el tren y se acabó la vida”, dijo entristecida María Juana Velázquez Morales, una tehuana que a sus 78 años aún vende chiles rellenos y pescados en un mercado ubicado a orillas de las vías en el barrio Reoloteca de Tehuantepec.

 

En la ciudad de Matías Romero, Oaxaca, Claudio Zárate Hernández ya no porta el overol y la gorra que durante 22 años usó como maquinista. Con su triste mirada recorre la vieja estación del ferrocarril enfundado en una chamarra que lo identifica como personal de seguridad.

 

La melancolía que puebla sus recuerdos es la misma de miles de rieleros en el país, donde el pitido de la locomotora y el chirrido de las ruedas del tren se perdieron en el olvido.

 

Se pierde la memoria

 

En Apizaco, Tlaxcala, se pierde la memoria ferrocarrilera, a pesar de que ahí operó uno de los cuatro talleres más importantes del centro del país.

 

Agustín Hernández Rayón, quien cambiaba rieles y grava e instalaba a pico y pala los durmientes de madera, a sus 78 años llora ante los recuerdos acumulados en 30 años.

 

Los apizaquenses están perdiendo la identidad como pueblo ferrocarrilero, terció Daniel Enrique Reyna Palma, quien con casi 44 años en Ferronales fue jubilado como auditor. “La gente no sabe ni lo que es el ferrocarril”, lamentó Manuel Salazar, quien recordó que fue el más joven que se desempeñó como despachador de trenes.

 

En Sonora, la población de Benjamín Hill, que nació al amparo del ferrocarril, resultó afectada con la extinción del tren de pasajeros, tras más de 50 años de bonanza.

 

“Somos el pueblo que se llevó el tren”, afirmó el munícipe Carlos Humberto Gerardo Acosta. Hoy, Benjamín Hill, de unos cinco mil habitantes, sobrevive por las pensiones que reciben unos 300 ex ferrocarrileros.

 

Incluso, los pobladores creen que han sido víctimas de una maldición laboral, puesto que en dos meses de 2008 se perdieron 400 empleos después que dos empresas cerraron sus plantas en este lugar.

 

En Benjamín Hill hay electricistas, soldadores, plomeros y carpinteros, oficios que aprendieron en el tren; sin embargo, ya no hay empleos para ellos. Es la ciudad del desempleo, señalan sus habitantes.

 

En Aguascalientes también la congoja se impone y don Germán Martínez Campos, quien durante 35 años como maquinista recorrió todo México, recordó que cuando pasaba el tren había vida en los pueblos. “En todas partes subían o bajaban los pasajeros que llevaban sus gallinas, chivos, puercos, y todo lo que uno pueda imaginar”.

 

“En el municipio de Cossío, que colinda con el estado de Zacatecas, había vida, muchos comercios y visitantes, pero hoy en día, es un pueblo fantasma”, concluyó el viejo ferrocarrilero.

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07/11/2009 | 01:03 pm | lilia

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