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El zapatismo en el arte, encarna la posibilidad de justicia: Rueda

Lunes 12 de abril, 2010.
10:49 am
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Artemisa MEDIZÁBAL/Conaculta   Oaxaca, México.- En opinión del historiador Salvador Rueda Smithers, director del Museo Nacional de Historia (Castillo de Chapultepec), Emiliano Zapata es uno de los héroes de primera fila del panteón mexicano que se han convertido en iconos de la expresión artística nacional que lo ha representado como un vengador, “un dios de la némesis que viene a vengar las injusticias contra el campo y los campesinos”.      Entrevistado por Conaculta, con motivo del 91 aniversario de la muerte del Caudillo del Sur que se conmemoró el 10 de abril, Rueda quien es reconocido como uno de los más connotados especialistas en el tema, afirmó que en el terreno de las mentalidades tanto políticas como artísticas y del imaginario mexicano, el zapatismo encarna el principio de la esperanza y de la posibilidad de justicia.      [caption id="attachment_50650" align="alignright" width="200" caption="Emiliano Zapata icono de justicia en México"]Emiliano Zapata icono de justicia en México[/caption] Coautor del libro Zapata en Morelos (Lunwerg, Planeta y  gobierno del estado de Morelos), al lado de la historiadora del arte María Helena Noval y del fotógrafo Adalberto Ríos Szalay, recientemente presentado en España, el historiador refirió que el ámbito de mayor influencia del zapatismo, aparte del político, es el plástico.      “El muralismo mexicano tuvo a Zapata como uno de los iconos más frecuentes, precisamente por ese principio de esperanza, por significar una apertura a la historia futura y al mismo tiempo, una rendija que dejaba ver la herida secular mexicana del campo, fundamentalmente relacionada con los indígenas y los campesinos”, apuntó.      Indicó que en el movimiento muralista figura como uno de los héroes telúricos de Diego Rivera, quien lo representó con esa síntesis ideológica que es el lema de “Tierra y Libertad” –que, aseguró nunca fue usado por los zapatistas, pues en realidad rezaba “Reforma, Libertad, Justicia y Ley”-; Siqueiros hizo un espléndido retrato al óleo; Orozco lo muestra, alejado como en un umbral, en una imagen muy inquietante; y así hasta nuestros días se repite su imagen como esta convención de un hombre con una mirada muy singular, con una cara muy de caudillo, a la sombra y con una mirada fija y dura.      En el terreno de la literatura, incluidos los ensayos políticos e históricos y las notas periodísticas de la década revolucionaria, Rueda comentó que se habla del zapatismo de distintas formas: algunos lo califican como una guerra de castas que vino a asolar y destruir el vergel morelense y otros –Felipe Ángeles en su respuesta a Márquez Sterling- se colocan a la altura de los insurgentes y afirman que lo único que buscaban era un pedacito de felicidad.      “Tenemos espléndidos ensayos en 1960 como el de Gastón García Cantú y otro de Carlos Fuentes publicado por Joaquín Mortiz, hasta el Zapata homosexual de Palau; luego veremos al Zapata fantasmal de Alejandro Íñigo a principios de 1980. En fin, ha habido una multitud de perspectivas para tratarlo, pero todas ellas hablan más del autor que del personaje. Mientras que en el terreno historiográfico el universo es muy amplio.      A decir de Rueda Smithers, lo  que hoy encontramos es a un  Zapata convertido, de unos años a la fecha, en una figura emblemática fundamentalmente urbana, “ya no es de los campesinos sino de las ciudades”. Por otro lado, probablemente su figura en términos del agrarismo y de las autonomías locales se va a diluir hasta convertirse en el elemento iconográfico propio del ajuste de cuentas con la historia.      “Eso lo encontramos igual en Fernando Leal que en Diego Rivera o en los artistas actuales; son 100 años en la ronda de generaciones, de una iconografía que se reitera y que sólo se ha visto en los casos de Hidalgo, Morelos, Juárez y quizás, con Madero y Lázaro Cárdenas (en algunas regiones)”, apuntó.      Otra presencia importante del zapatismo en el arte se ha hecho presente en el cine con cintas como El compadre Mendoza, de Fernando de Fuentes, con texto de Mauricio Magdaleno; el Zapata de Elia Kazán, con guion de John Steinbeck, protagonizada por Marlon Brando y con  la excelente caracterización de Anthony Queen como Eufemio Zapata; además de otras demasiado apegadas a la realidad y que por ello no fueron negocio como la que protagonizó Antonio Aguilar y más recientemente la de Arau que no fue convincente para nadie. El Che mexicano El también historiador Ariel Arnal, quien recientemente concluyó su tesis de doctorado en torno a la fotografía en la prensa de la ciudad de México de 1910 a 1915, afirmó que desde su muerte en 1920 hasta la fecha, la imagen de Zapata representa al Che mexicano, al que no negocia nada y es capaz de dar la vida por no romper sus principios.      [caption id="attachment_50651" align="alignleft" width="235" caption="Zapata es considerado como el "Che" mexicano"]Zapata es considerado como el "Che" mexicano[/caption] Arnal señaló que el tratamiento a su figura pasó por momentos sumamente contrastantes y que hasta antes de su asesinato, el poder desde la capital del país utilizó su imagen tanto en grabados como en caricatura y fotografía, siempre para denostarlo a él y también  al movimiento, nunca para alabarlo.      A manera de ejemplo, comentó que la caricatura tendía a exagerar el carácter del Atila; incluso, dijo que en 1913 se publicó un corrido sobre su muerte como si ya hubiera ocurrido. Era una campaña en su contra, con grabados caricaturizados, donde lo presentaban rodeado de cadáveres, calaveras y sangre; se le representaba como un sanguinario con un machete gigante que cortaba cabezas por todas partes”.      Entre 1912 y 1920, de acuerdo con Arnal, comienzan a aparecer más imágenes de Zapata, pero aún  cuando los zapatistas están en la ciudad de México, siempre se habla mal de ellos, aunque de forma más moderada durante el periodo de la Convención y, en el mejor de los casos, la prensa se callaba la boca.      Y no es sino hasta su muerte, subrayó, cuando hay una revaloración tanto de él como de su movimiento, fruto de un pacto de rendición negociado por Genovevo de la O –uno de sus lugartenientes-, lo que permitió su ingreso al panteón nacional.      “A partir de entonces vemos un crecimiento mitológico de Zapata, con atributos como el lema ‘Tierra y Libertad’, pero sobre todo con valores como el de no negociar sus principios. Y no será sino hasta la década de 1990, cuando se publica el libro Emiliano Zapata: Revolution an Betrayal in Mexico, de Samuel Brunck, en el que lo baja del pedestal y le resta algo de la pureza que se le atribuye”, relató.      En opinión de Arnal, es algo que apenas empieza a ser cuestionado en la academia, pues popularmente se mantiene como emblema para quienes no negocian sus principios;  en tanto Samuel Brunck, al igual que Salvador Rueda y Laura Espejel, han demostrado que también era humano y por lo tanto tenía sus problemas.      De esta suerte, resaltó que a nivel iconográfico lo vamos a encontrar en todos los movimientos de izquierda y destacó que no es gratuito que el neozapatismo lo haya tomado como bandera, no sólo por el lema de Tierra y Libertad sino también por la estructura indígena, porque Zapata fue un cacique de Anenecuilco, escogido por su pueblo, un calpuleque.      Agregó que su influencia y presencia en el arte ha permeado la obra de artistas contemporáneos como el pintor Arnold Belkin; el fotógrafo Héctor García con La Verónica, en la que muestra a una mujer que levanta un paño con el rostro de Zapata plasmado; y también el caso del italiano Paolo Gasparini, quien a través de un diaporama hace una comparación entre las fotos del cadáver de Zapata y las del Che Guevara. Un mito a revisar      Por su parte la historiadora del arte María Helena Noval, coautora del mencionado libro Zapata en Morelos, ha dedicado buena parte de su trabajo de investigación a demostrar que la lejanía en el tiempo, y la renovación de los ideales, han contribuido a resignificar la figura de Zapata, que hoy aparece en placas de coches, productos de consumo, películas, pintas callejeras, imágenes de cantina y exposiciones plásticas.      Tal como lo ha sostenido en diversos textos publicados en los diarios en que colabora, en su opinión a cada quien nos dice algo diferente, lo cual le ha llevado a elaborar una serie de reflexiones para ubicarlo en su condición humana.      En este sentido si bien dimensiona a Zapata como uno de los líderes del movimiento armado que terminara con una época y le diera entrada a la modernidad en el país, el Caudillo del Sur no se asimila hoy solamente como el protagonista que murió asesinado en 1919. “Como a los santos, al héroe le han colgado muchas medallitas y a casi 100 años del movimiento agrario originado en Morelos, los discursos políticos y plásticos que lo llaman a escena se han problematizado hasta crear un mito que merece una revisión”.        Luego de establecer que el empleo de la imagen le resulta indispensable tanto al gobernante como al publicista. De manera paralela, muchos creadores plásticos también se han dejado seducir por la figura del héroe plástico, un hecho que alarga sus raíces hasta la Roma Antigua.      En relación con el Zapata ubicado en el entronque de la carretera libre del Distrito Federal y la Avenida Himno Nacional, a su juicio despierta muy poca emotividad entre quienes transitan a diario por allí: “Montado en un caballo nada estable (recordemos que el consenso indica que si el héroe murió en la cama o de muerte natural, el caballo aparecerá bien plantado en el suelo, y si murió en batalla levantará dos patas), la figura se ha transformado más bien una representación despersonalizada, que en una invitación a la emulación de valores”.      Para la especialista si bien el arte ha perdido efectividad como instrumento de cambio, no ha sido así en el terreno de la estética, en donde el tema pasa a un segundo término si es representado de manera propositiva, como se demuestra en algunos trabajos en los que se dan apropiaciones de imágenes bien codificadas con la idea de resignificarlas.      Los zapatas deconstruidos por Arnold Belkin, el Paisaje Zapatista de Diego Rivera y los trabajos de ambiente desdibujado de Xolotl Lozano Polo constituyen tres de las apropiaciones de la imagen más interesantes del arte contemporáneo porque por su tratamiento estético, la lectura formal, supera al rostro proveniente de las fotografías tomadas por la familia Casasola y Protasio Salmerón.
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