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El poder de “Los choco krispis”

Lunes 13 de septiembre, 2010.
02:39 pm
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  Fernando LOBO* Oaxaca, México.- En los últimos meses, mi habitual tolerancia a la televisión había disminuido. Las razones las desconozco: mi inestable cerebro solía adaptarse con relativa facilidad a infomerciales, telechismes, series gringas en donde siempre descubren al asesino, caricaturas, telenovelas, noticiarios prime time, cualquier estupidez excepto esos deprimentes programas matutinos de variedades en donde 5 o 6 actores en decadencia conjuntan esfuerzos para encontrarle sentido a la más pura y lamentable pérdida de tiempo. Pero hace un par de días leí que el gobierno federal anunciaba el apagón analógico para el año 2015, y no sé exactamente qué signifique eso, pero sonaba fantástico, así que decidí que ya era tiempo de encender nuevamente mi viejo aparato de 18 pulgadas manufacturado en Corea. El resultado no me decepcionó. Los cambios en los contenidos de la televisión abierta mexicana suelen aparecer de modos sutiles, aunque algunos son dignos de apuntarse. hoytv6Una docena de soldados con uniformes camuflados camina en cámara lenta por las calles de un poblado. No portan armas. Algunos llevan palas. La relajante música de sintetizador deja muy en claro que se trata de personas muy generosas. Los habitantes les aplauden al paso. Los niños se acercan para estrechar sus manos. Los militares sonríen, totalmente satisfechos de su labor. Gracias. Lo interesante es que la rúbrica del espot no es del gobierno federal, sino de Televisa. Corte a: el gobernador Peña Nieto en su auto, comunicándonos una reflexión llena de dinamismo y corrección política en un primer plano de su escultural peinado (todos los gobernadores se autopromocionan al anunciar sus informes anuales, pero sólo éste se presenta como modelo de boutique). Corte a: un grupo de niños con trajes espaciales adquieren superpoderes al desayunar Choco Krispis de Kellogs. Eso fue suficiente: una serie de imágenes paradigmáticas como pretexto para una reflexión sobre la televisión y el poder. Porque el asunto, pienso, no son las filas de diputados que el consorcio Televisa controla desde una oficina en Chapultepec, ni el regalo de la banda ancha a cambio de una campaña de demolición contra el Sindicato Mexicano de Electricistas, ni el control de facto que la cadena ejerce sobre la Comisión Federal de Telecomunicaciones, ni la evasión fiscal detrás del Teletón y sus técnicas de chantaje emocional masivo. El asunto no es siquiera el reality show de Peña Nieto. Los liberales (los que todavía no son empleados de la televisión), siempre tan correctos, se lamentan del monopolio y piden competencia para que el mercado esté sano. Pero ese tampoco es el asunto. El poder de la televisión no radica en las prácticas monopólicas ni en el total sojuzgamiento de la clase política a los intereses de las cadenas (a tal grado que los nuevos discursos se redactan en agencias publicitarias). La televisión ejerce su verdadero poder cuando enuncia nuestra realidad, cuando nos explica el mundo, cuando construye consensos: cuando, a través de la pantalla de vidrio, los soldados son ovacionados por las calles, los candidatos presidenciales aparecen como actores de telenovela y los Choco Krispis producen superpoderes en los niños. Sin embargo, sospecho que los magnates de las cadenas tampoco tienen una idea muy clara de lo que está sucediendo. Tratar a las personas como idiotas, me sigue pareciendo un acto idiota (y Berlusconi aún puede ir de putas caras cuando quiera). La televisión como hoy la contemplamos es trasparente. Es fiel a su naturaleza: la naturaleza del dinero. Funciona bajo las normas de un modelo gerencial en donde el público es (somos) la mercancía por la que pagan los anunciantes. Su misión es crear un sujeto específico en el público: el precario equilibrio entre el consumidor voraz y el ciudadano dócil y aspiracional. Todos los discursos que circulan a través de las fábricas de fantasías se subordinan finalmente a los beneficios de las empresas. Nada o casi nada hay detrás de esas ganancias descomunales. Un set de televisión. Pura acumulación de capital detrás de la acumulación de imágenes. En ese rango, controlar una sucesión presidencial es algo meramente anecdótico. Pero ese tampoco es el asunto. Leo que el apagón analógico significa una sustitución de tecnologías que implicaría más espacio para frecuencias y mayor resolución en la imagen. Dadas las circunstancias, eso no significará mejores contenidos, ni más diversos. Sospecho que la televisión digital tampoco proveerá conocimientos que nos ayuden a entender el mundo y a tomar decisiones, ni información útil para la supervivencia ni obras bellas que cultiven nuestros espíritus. En este modelo gerencial, la fórmula consiste en gastar fórmulas exitosas hasta el fastidio. Vendrán los receptores digitales y ahí seguirá ese actor con bata recetándonos la cura infalible para nuestras gastritis, seguirán las risas grabadas, los asesinos que sí aparecen, la violencia gratuita, la manipulación barata, el fisgoneo, la represión sexual y su pornografía resultante, el alegre clasismo, el chovinismo, el fanatismo guadalupano, la insultante soberbia de los magnates, etcétera. Este modelo gerencial de televisión es transparente, de pésima calidad, y es lo único que hemos visto en las pantalla. El asunto, supongo, es que no nos hemos entregado a la tarea de imaginar siquiera la televisión que deseamos.    *Escritor y Diplomado del Estado Mayor Literario en Asuntos Oaxaqueños, Similares,  Anexos  y Convexos.
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