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Sergio Pitol, la vida y los viajes, centro de su creación literaria

Viernes 18 de marzo, 2011.
09:00 am
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José Luis BLANCARTE/Conaculta Oaxaca, México.- El cronista  Carlos Monsiváis lo definió como “mexicano en el extranjero, nativo de muchísimos sitios”. Desde muy joven, Sergio Pitol sintió el llamado del viaje, el cual se convirtió en uno de los móviles de su obra literaria, junto con la vida misma. Primero lo hizo desde las páginas de los libros aventuras a los que lo aficionó su abuela, después fue experimentando como un gourmand a distintas hablas, personas y ciudades como Venecia, Varsovia, Roma, Ciudad de México, Barcelona, Praga, Londres, Veracruz, La Habana, Caracas, Nueva York y Moscú, entre muchas otras. Para este autor nacido en la ciudad de Puebla el 18 de marzo de 1933, y que vive  en Jalapa, Veracruz, la experiencia del viaje no sólo marcó gran parte de su vida sino también su producción literaria. Sergio Pitol supo, como nadie en nuestras letras, utilizar el viaje por el mundo para encontrar sus mundos internos. Conaculta le rinde homenaje a este autor en el 78 aniversario de su natalicio. “Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas,” escribió Sergio Pitol en El arte de la fuga. También definió, en una entrevista con Jorge Luis Herrera, el entrecruzamiento entre vida y creación de la siguiente forma: “Veo claramente que mis novelas, mis relatos y la mayoría de mis ensayos son una especie de biografía oblicua, una biografía vista con distintos enfoques. En toda mi obra estoy yo, es decir, mi tiempo y mi entorno”. Recientemente Sergio Pitol publicó un libro autobiográfico, el cual fue publicado por la editorial Almadía bajo el título Una autobiografía soterrada (ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones), una verdadera joya de estilo, un regalo para los lectores.   El virus de la aventura La infancia de Sergio Pitol Demeneghi fue muy dura. Primero murió su padre de una meningitis; cuando tenía seis años de vida perdió a su madre y, dos semanas después a su hermana, que no resistió la perdida de sus progenitores. Como vivían en el ingenio azucarero El Potrero, el niño Sergio contrajo una malaria consuntiva que casi lo mata, y tuvo que separarse de la escuela y permanecer en casa hasta los 12 años. Su tabla de salvación fue su abuela, “quien era una lectora de Sol a Sol”. Ella le puso ante los ojos a Julio Verne, así su existencia estuvo “sostenida por la aventuras maravillosas de Verne”. Después vinieron muchas lecturas, uno de sus personajes predilectos de aquella época fue Huckleberry Finn de Mark Twain. Cuando se recuperó el niño sólo hablaba de viajar para conocer el mundo, lo que con los años se convertiría en realidad. Entre 1951 y 1952, comenzó a estudiar derecho en la UNAM, pero frecuentaba la Facultad de Filosofía y Letras. Trabó amistad con los jóvenes Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, con los que solía reunirse para “conversar de literatura”, pero nunca pensó que terminaría siendo escritor como sus amigos. Se decidió a escribir a los 24 años, se encerró en una cabaña en Tepoztlán en compañía de Henry James y Francisco de Quevedo, allí parió el relato “Vitorio Ferri cuenta un cuento”, que luego fue publicado por Arreola en los Cuadernos del Unicornio. En 1961, partió para Europa. Lo que sería una estadía de pocos meses se convirtió en una estancia de 28 años. Por un tiempo vivió a su aire y cursó estudios en Roma. En Alemania presenció la construcción del muro de Berlín. Para 1962 estaba en Pekín trabajando como traductor y, casi un año después, se instaló por un tiempo en Varsovia. A partir de 1968 fue agregado cultural en Yugoslavia (1968). Ya como miembro del Servicio Exterior Mexicano se desempeñó como agregado cultural y consejero en Polonia (1972-1974), en Francia (1975-1977), en Budapest, Hungría (1977-1978) y en la Unión Soviética (1978-1980), subdirector de la Dirección General de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores (1980-1982), y embajador de México en Checoslovaquia (1983-1989). Como diplomático, Pitol desarrolló semanas de cine, programas de becas para estudiantes, viajes a México de hispanistas, antropólogos y músicos. Fue traductor en Barcelona, para la editorial Tusquets y dirigió la colección HeterodoXos. También ha sido profesor invitado en las universidades de Bristol, Inglaterra y Veracruzana, en Jalapa, entre otras. Sobre sus primeros años de trashumancia (antes de entrar a la diplomacia), Pitol recuerda que viajó por México y su capital, y después: “Yo me sentía arrinconado en México; contraje aquel virus (el del viaje), vendí casi todos mis libros y algunos cuadros, y me lancé al camino. A mediados de junio me embarqué en Veracruz y crucé el océano. Estuve unas cuantas semanas en Londres, unos días en París y al final me instalé en Roma. Igual que a Cervantes me pareció llegar a la capital indiscutible del Universo Mundo. Llegué a Italia sin saber decir ciao. Lo aprendí, el italiano, con Montale, con Quasimodo y con Ungaretti, con Moravia, con Pavese y hasta con el Dante. Con toda la maravillosa literatura italiana.”   Lector empedernido Pitol pertenece a la generación de Medio Siglo y comparte esta etiqueta con escritores como Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, los amigos que vieron en la literatura un mundo, pero también con autores como Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Juan Manuel Torres y José de la Colina, entre otros. “Aquello que le da unidad a mi existencia es la literatura; todo lo vivido, pensado, añorado, imaginado está contenido en ella. Más que un espejo es una radiografía: es el sueño de los real”, escribió el ganador del Premio Cervantes de Literatura en 2005. “Soy hijo de todo lo visto y lo soñado, de lo que amo y aborrezco, pero aún más ampliamente de la lectura, desde la más prestigiosa a la casi deleznable… Escribir ha sido para mí, si se me permite emplear la expresión de Bajtín, dejar un testimonio personal de la mutación constante del mundo”, le confió a la periodista Ana Mónica Rodríguez, con motivo de la publicación de Una autobiografía soterrada… (Almadía). En aquella conversación, destacó que casi toda su literatura es autobiográfica, con un toque de exageración: “En realidad la autobiografía está presente desde mis primeros cuentos y en la Trilogía de la memoria (2007) lo que busqué fue una forma distinta de abordarla, convirtiéndome en el personaje que deambula por todas sus páginas. Releerme significó revivir experiencias de mi relación con la música, la ópera, el cine, el teatro y, por supuesto, la literatura”. “La literatura es un flujo continuo… para fortuna de nosotros los lectores, la literatura es un movimiento perpetuo que no se rige sólo por generaciones, sino por la literatura misma”, dijo a La Jornada (6/05/2010) el Premio Xavier Villaurrutia 1981. La obra de Pitol tiene una estructura de “cuatro etapas bien definidas”: los primeros cuentos dan paso a las dos primeras novelas (El tañido de una flauta y Juegos florales), después vino el Tríptico del carnaval, que engloba las novelas El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal; y después emprendió la Trilogía de la memoria, que reúne El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena. “El mago de Viena —le dijo a Monsiváis— iba a ser un conjunto de artículos, de prólogos y textos de conferencias. Pero al ordenarlos en un índice me pareció muy fastidioso. Comencé a retocarlos, buscar una estructura narrativa, hacer de esos materiales algo como una novela o una narración autobiográfica, con un tono celebratorio y levemente extravagante. Mis viajes, mis lecturas, mi escritura, mis amigos y aun personas que conozco casualmente se me convierten en personajes. Y anunciar una novela es también, y con humildad, un ejercicio borgiano.” Sobre El arte de la fuga, Monsiváis escribió: “Partir hacia ninguna parte... con tal que ninguna parte nos lleve a todos lados. Sergio Pitol, en este libro de ensayos, crónicas, relatos, diarios, memorias, se fuga de las ataduras del sedentarismo y el nomadismo, y emprende la travesía donde las ideas son formas de vida y reminiscencias, las admiraciones son nostalgias y premoniciones, y las amistades son, entre otras cosas, el pacto de festejo común de la excentricidad.” El cronista añade que el libro es un “viaje a través de lecturas –de Antonio Tabucchi a La Familia Burrón a Faulkner a Thomas Mann–, de ciudades, de películas, de cuadros y grabados, de recuerdos dolorosos, de hipnosis y de sueños, El arte de la fuga alía densidad cultural y vigor autobiográfico (“Mi relación con la literatura, que ha sido visceral, excesiva y aun salvaje”) que se integran en un paisaje clásico, desolado, irónico, paródico, animadísimo.”   El arte de traducir Traductor excepcional, Pitol se destacó por traer a nuestra lengua autores clave, tales como James, Conrad, Austen, Bassani, Déry, Andrzejwski, Iwaszkiewics, Gombrowicz y el chino Lu Hsun, entre otros. Pero no fue una tarea sin sentido, si con una enorme consciencia de ir llenando huecos, mostrando afinidades y coincidencias con el ámbito literario de Hispanoamérica. Así, Pitol se afanó por traducir títulos significativos, del italiano y el inglés, pero sobre todo de varias lenguas eslavas (ruso, ucraniano, checo, eslovaco, polaco, búlgaro, etcétera). Cada traductor —dice Sergio Pitol— hace su propia versión y tiene su propio método. Traducir poesía es una de las tareas más difíciles que se pueden enfrentar. Hay que conocer perfectamente al traducido, sus creencias, su modo de vida, sus giros específicos en el idioma, hasta su carácter. Es éste mi método: traduzco no del idioma, traduzco desde el poeta. También admito que con profundo respeto por el traducido es inevitable que el resultado en español al fin y al cabo sea un poema a cuatro manos, escrito por mí y por el traducido. En otras palabras, éste es “mi” Ungaretti, éste es “mi” Montale, éste es “mi” Quasimodo. La también narradora Rosa Beltrán nos informa de esta faceta del autor: “Por El arte de la fuga y por declaraciones vertidas aquí y allá sabemos que Pitol inició su trabajo como traductor a raíz de un viaje a Europa que le llevaría veintiocho años, los mismos que tenía cuando se fue de México. Sabemos que tradujo a Henry James, a Pilniak, a Conrad, a Jane Austen, a Ford Madox Ford, a Bassani, a Vittorini; sabemos que a partir de 1967 nos trajo a muchos de los principales autores centroeuropeos, al húngaro Tibor Déry, y a los polacos Andrzejwski, Iwaszkiewics y al imprescindible Gombrowicz (tradujo Trasatlántico y el Diario argentino), lo mismo que a Bruno Shulz y aun al chino Lu Hsun, autor del Diario de un loco, entre muchos otros”. Nunca ha ocultado la admiración por los grandes de la literatura rusa, que lo han influido: “Gogol es uno de mis gigantes, lo leo y releo con fruición. Soy consciente de que Tolstoi y Chéjov son más grandes que él, no los cambiaría por nadie, he encontrado en ellos caminos de salvación; en cambio, la pasión por Gogol tiene otra tesitura, un tanto enfermiza, más pegajosa y oscura; un excéntrico y genial escritor que en un momento determinado, a saber por qué y cuándo, se volvió o fingió loco”, consignó en un artículo Jorge Bustamante, un fragmento de su libro inédito El viaje y los sueños: la literatura rusa en la obra de Sergio Pitol. Bustamante afirma que “la presencia de Gogol flota a través de todas las 194 páginas de Domar a la divina garza. En su visita a la URSS en mayo de 1986 fue que nació la idea en Pitol de que la sombra de Gogol impregnara la novela que planeaba escribir… Entre nosotros, en el ambiente de habla hispana y más precisamente en México, tal vez muchos autores han leído a Gogol, muchos han escrito sobre él y su obra, pero muy pocos han sentido y transmitido su influencia en su propia obra”. Por su parte, el escritor colombiano Luis H. Aristizábal, asegura en Piedepágina que Gogol le enseñó a Pitol “que la sátira es una de las mejores armas con que cuenta el escritor cuando las cosas no se pueden decir abiertamente por su nombre... Tan importante fue la influencia de Gogol en Pitol, que una de sus primeras novelas, Domar a la divina garza, es todo un homenaje explícito al autor ruso”. El colombiano explica que Pitol comenzó a leer autores rusos desde los 12 años, así que “cuando muchos años más tarde llegó a la Europa del Este, en el servicio diplomático, escribió que si alguien le hubiera preguntado cuáles son los 10 libros se llevaría a una isla desierta, la incluiría siete títulos rusos. Sus figuras tutelares fueron Gogol y Chéjov sobre todos los demás, y luego Tolstoi, Bulgakov y Biély”. Los libros de Pitol han sido traducidos a varios idiomas, y ha ganado diversos premios literarios, entre otros, el Xavier Villaurrutia (1981), Nacional de Ciencia y Artes en Lingüística y Literatura (1983), Mazatlán (1996 y 1997) y el Latinoamericano y del Caribe Juan Rulfo (1999), además del doctorado honoris causa de la UNAM (1998). En 2003, el FCE publicó sus Obras reunidas. De sus obras destacan los relatos y cuentos: Victorio Ferri cuenta un cuento (1958), Tiempo cercado (1959), Infierno de todos (1964), Los climas (1966), No hay tal lugar (1967), Del encuentro nupcial (1970), Nocturno de Bujara (1980), Cuentos completos (1999), El arte de la fuga; las novelas: El tañido de una flauta (1972), la triada Tríptico del Carnaval compuesta por El desfile del amor (1984), Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991). Así como la Trilogía de la memoria (2007), que reúne El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena.
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