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México, país de parodias y gesticuladores: Guillermo Sheridan

Sábado 25 de junio, 2011.
09:27 pm
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De la Redacción Oaxaca, México.- El escritor Guillermo Sheridan, en entrevista con Almadia, su casa editora de su reciente  obra Viaje al centro de la tierra, invita a sus lectores a encontrar las coordenadas literarias de su escritura en la que sin intención alguna, narra la realidad que corroe al país entre parodias y gesticuladores como un llamado  a ser capaces de reírse de sí mismos. Sus crónicas y artículos representan un mosaico de la realidad mexicana, ¿tiene algún método a la hora de elegir su tema, para abarcar todos estos aspectos de la sociedad? R. Bueno, yo creo que son un mosaico de ciertas realidades que yo percibo muy subjetivamente como la persona que soy, que incluye ser mexicano. Pero no, no tengo, ni remotamente, la intención de retratar la realidad ni analizarla ni enmendarla. Supongo que reacciono ante algunos aspectos de la realidad que me sorprenden, me intrigan, me divierten o me aterran, igual que hace todo mundo.  La diferencia es que yo me defiendo de esos aspectos, o me solazo con ellos,  escribiendo sobre su efecto en mí. Soy un convencido de que un escritor escribe en su cuarto, para sí mismo, no en la plaza pública para los otros, quienquiera que sean. En ocasiones es usted mismo el blanco de su sentido del humor, el personaje que sufre la realidad, ¿qué importancia tiene la autocrítica en su escritura? R. No veo ninguna razón para excluirme de mi forma de mirar las cosas. Me río de mí mismo porque, desde luego, no tengo dispensa de estupidez ni estoy exento de incongruencia. De hecho, creo que me sale muy bien ser incongruente. Bastante mejor que ser congruente. Quizás lo único congruente en mí sea mi incongruencia. Una persona que no sabe, o no puede, o no quiere reírse de sí misma está en serios problemas, condenada a una fatuidad imbécil o a un endiosamiento de sí que es muy tonto. Ahora, a mí me da por reírme mucho de muchas cosas, pero ni de chiste tengo la intención de hacer reír. Alguna vez hablaba de esto con Monsiváis y me encantó escucharlo decir lo mismo. Respecto a la autocrítica, es una conducta que procuro ejercer en un sentido básico: decir lo que creo que debo decir. Mi autocrítica quizás se ejerza sobre todo en mi otro trabajo, en mis libros digámosles “serios”, mis estudios sobre literatura. Estas crónicas son cositas que escribo con la mano izquierda y con un ojo cerrado. Un pasatiempo o, quizás, una forma de practicar la defensa personal. En sus textos conviven referencias cultas y populares, lo más común es encontrarse con escritores que se circunscriben a una u otra, ¿cuál es el objetivo de echar mano de ambas? ¿Ah, sí? Bueno, si es así no es algo que me proponga hacer. No tengo ninguna intención preconcebida sobre cómo escribir estas crónicas. Supongo que arrastro ideas, referencias, imágenes que están ahí, en la bodega, y que pueden ser convocadas de pronto, por cualquier motivo, desde mis lecturas hasta los horrores invasivos de la “cultura de masas”. Por otro lado, la diferencia entre lo “culto” y lo “popular” es muy borrosa, sobre todo en nuestros tiempos, ¿no? unos tiempos en que todo lo ha monopolizado la cultura de masas.  El otro día en la plaza de Coyoacán comía con unos cuates y, de pronto, un grupo de ocho muchachas disfrazadas de huríes se pusieron a hacer danza árabe con su tocadiscos portátil. Espectacular meneadero de nalgas y ombligos. Pero… ¿era culto o popular? En México lo “popular” es la verdadera naturaleza de las cosas, aunque ahora esté siendo sustituido por la comercialización masiva. En fin, quizás la diferencia entre lo culto y lo popular desapareció cuando alguien adaptó el “Bolero” de Ravel a cumbia. Pobres y ricos, políticos de izquierda y de derecha, senadores y peatones despistados, nadie queda a salvo de su mirada satírica, ¿hay alguien, un personaje de la vida cotidiana nacional, que no haya retratado en sus crónicas? R.-Bueno, si lo que escribo califica como “sátira” supongo que significa que contiene la intención de propiciar el mejoramiento de algo. Pero la idea de escribir para mejorar algo exterior a mí no atrae; no quiero pasar por pedagogo o predicador. Llevo, no sé, más de treinta años escribiendo crónicas en revistas o periódicos. Quizás haya llegado el momento de detenerme, ¿no? Este es ya el quinto o sexto libro que recoge mis crónicas, así que me imagino que el inventario de caracteres y personajes tendrá cierta amplitud. Por otro lado, la sátira tiende a meterse con grupos o sectores o, en todo caso, con individuos más o menos caricaturescos que los representan. Y en México hay además el problema de que no es infrecuente que los protagonistas traigan la sátira incluida. Un político mexicano que no trae incluida su propia parodia difícilmente puede funcionar. Pero se puede decir lo mismo de los curas, los intelectuales, los empresarios, en fin… El nuestro es un país de gesticuladores.   Entre obras a medio terminar, caos vial, manifestaciones y alcantarillas que estallan, ¿le parece que la Ciudad de México tenga futuro? R.-Mi profecía sobre la ciudad de México ya está en un libro que publiqué hace 15 años y se llama El dedo de oro, que es una dizque novela que sucede en el año 2027. Hasta ahora, creo que mis profecías van cumpliéndose bastante bien. Y bueno, sí, sí tiene futuro esta ciudad, pero es un futuro espeluznante y, me temo, imposible de resumir ahora. Es una mezcla del Apocalipsis de san Juan y un mural de Siqueiros. Los desastres suelen salirnos muy bien a los mexicanos, con calidad de exportación. Por otro lado, lo bueno es que, al parecer, todos vamos a estar becados. Es una ciudad a la que amo profundamente, a pesar de todo. Es rarísima ¿no? Un colapso en ralentí. Una ciudad donde sale lumbre en las esquinas y agua de las alcantarillas. Un día se inunda y al día siguiente la tatema la radiación solar. Lo bueno es que ya hay una campaña para no escupir los chicles al suelo. Si tuviera que elegir uno, ¿cuál cree que es el problema más serio de la sociedad mexicana? Caray, no se me ocurre ninguna respuesta que no suene a púlpito o se cuaje en mármol. Supongo que es el problema del que derivan todos los demás: nuestra absoluta incapacidad para entender que las leyes son nuestras aliadas, no nuestras adversarias; la cifra de nuestros derechos y nuestras responsabilidades, y no el paisaje contra el cual practicar la impunidad o nuestra hipnótica adicción a la injusticia.   ¿Le parece que el país tenga salvación? R.- Sí, pero todos los remedios que se me ocurren para salvar a los mexicanos suponen la previa aniquilación de los mexicanos. Esa es una pregunta sin sentido, claro. Habría que someterla en las urnas a la voluntad de la ciudadanía. ¿Qué piensa de los famosos  líderes de opinión que hay en el país? R.- No sé quiénes son, pero ya estoy temblando. Casi todos los opinionantes que me parecen respetables e inteligentes están lejos de ser líderes, y los que son líderes me parecen lejos de ser respetables o inteligentes. A mí, por instinto, los líderes de lo que sea tienden a sumergirme en una profunda melancolía. Es usted especialista en algunos de nuestros más altos poetas nacionales, ¿cómo considera el estado actual de la poesía que se escribe en el país? R.- Bueno, me he interesado en algunos poetas, y los he estudiado, pero no por nacionales, sino por buenos. No creo que la idea de “poeta nacional” sea sostenible, ni menos aún que sean “nuestros”. (Quizás la respuesta a la pregunta sobre el problema más serio de la sociedad mexicana debería haber sido “el abuso de la primera persona del plural”.) Hay tres o cuatro poetas importantes que, por casualidad, escriben en México, y dos o tres que comienzan a serlo. No va nada mal la cosa. La poesía mexicana tiene una calidad y una continuidad formidables que no existe en otras formas de arte o literatura. Bueno, quizás la arquitectura sea la otra excepción, ¿no? La poesía se conserva al margen porque no le importa sino a unos cuantos y se encuentra, generalmente, libre de intereses y subordinaciones al mercado, o a la gloria académica o a la simple y estúpida fama. Claro que hay poetas a los que les ha dado por hacerse famosos diciendo que le dan voz a las minorías y eso, pero no son los buenos. Mencionó la novela El dedo de oro, ¿tiene planeado volver en el corto plazo a la ficción, o por el momento es suficiente con la que el país parece generar? R.-Sería difícil volver a un sitio en el que nunca estuve; no soy un narrador. El dedo de oro iba a ser una crónica como las otras, sobre una declaración del compañero Fidel Velázquez que, me parece que sigue definiendo a la perfección el sentido de México: “nuestra meta será siempre un futuro promisorio”. Es una frase que hace reír y me aterra a la vez. Ese compañero Fidel, por si no lo sabe usted, era el líder de la Confederación de Trabajadores de México, la CTM, la central sindical del PRI. (Se supone que se murió, pero yo creo que sólo se clonó en varios líderes y políticos.) En fin, iba a ser sólo una crónica, pero engordó mucho y acabó de novela, la pobre. Ahora ¿por qué dice usted que lo que ocurre en México es una ficción? Ojalá así fuera y que todo se arreglase cambiando de libro, o de canal, o de cine. Es cierto que el reality show es apabullante y muy nutrido de tramas y subtramas, pero, de nuevo, los personajes son excesivamente caricaturescos. Los villanos, que son la proteína de una buena ficción, son demasiado planos, demasiado idiotas, sin ningún tipo de sofisticación perversa. Y héroes pues, hasta donde he logrado ver, no hay. Y las heroínas, peor. Tampoco ayuda que ahora la medida mínima de cada capítulo sea seis años. Pero lo peor para esta ficción en que estamos atrapados no es tanto que sea real, que el horror sea real, que la injusticia y el hambre sean reales, sino que no haya sorpresas, que siempre sepamos qué es lo que sigue…
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