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Sin Derecho a Fianza/ De Egipto, Creta y Cartago, descienden los istmeños

Martes 13 de septiembre, 2011.
01:17 pm
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Juan Manuel LÓPEZ ALEGRÍA/ Primera parte   Oaxaca. México. “Tampoco hay que dejar de tomar en cuenta, [coma] aquella conjunción de pueblos que hemos citado, y que se llevó a cabo más adelante en Tehuantepec, durante el siglo XII, entre pueblos Toltecas (sic), “Mediterráneos” (sic) y Zapotecas (sic), de donde los zapotecas  asimilaron conocimientos y costumbres de otras razas, principalmente de los Toltecas, Fenicios y Egipcios, existiendo con los últimos una sorprendente similitud entre el vestuario primitivo de la mujer tehuana y el traje de la mujer egipcia”. Eso afirma César Rojas Pétriz en el capítulo “Mujer Tehuana, su Ropaje y su Traje de Gala” (sic) de su libro Sandunga. Música sublime. Símbolo de unión.  Antes de esto, al principio del capítulo, se pregunta cómo ha logrado La Sandunga su “retroalimentación musical, cultural y sociológica que le ha dado vida” por 150 años. Y afirma que la explicación “puede hallarse en la idiosincrasia de la raza, en su creatividad y en su inspiración; cualidades de las que se ha nutrido y exaltado: la artística creatividad femenina y la incomparable belleza de la mujer tehuana. Para poder comprender todo lo anterior [¡sí, por favor!], se necesita analizar y referirnos al atuendo, al vestuario, al traje de la mujer tehuana que le ha dado fama a México”. ¡Ajá! Conque la “retroalimentación musical, cultural y sociológica que ha dado vida” a La Sandunga estriba en el traje de la bailadora; no en los grandes músicos y compositores que le han ido aportando brillantez; no a un grupo de amantes del son que (sin preguntar al pueblo), la impusieron como himno; no a la cuestión religiosa que ha mantenido alienada a la mayoría de la población y, por ende, a las tradiciones en dónde se enmarca el son… En fin. Pero todos estos atributos de la mujer tehuana, dice César, es “una prerrogativa” que se debe a que “ella pertenece a la raza zapoteca, una raza proveniente de la primera oleada de hombres y mujeres que emigraron del Continente Asiático y que poblaron distintos territorios del Continente Americano, hasta llegar a Oaxaca y por ende al Istmo de Tehuantepec”. Le encanta escribir mayúsculas donde no debe. Casi 500 años después de que los españoles llegaron a Tehuantepec, César se  asombra de que los istmeños sean diferentes al resto de los oaxaqueños. Incrédulo se pregunta: “¿A qué se debe esta diferencia sociológica y estética? Quizá la explicación se halle en la mezcla de razas que se llevó a cabo en Tehuantepec durante siglos atrás.”. Ni ha mencionado nada sobre las diferencias esas, pero, supongo que las pone ahí para sentirse un intelectual de altos vuelos. Pensamos que el autor se refiere al mestizaje que derivó de la invasión española, y las llegadas posteriores al istmo oaxaqueño de ingleses, sirios, libaneses, chinos, coreanos, italianos,  filipinos, polacos, franceses, contando a los negros de diferente lugares (entre ellos los zuavos de la invasión francesa)… que, obviamente, con cuyo cruce sanguíneo se ha formado el tipo de istmeño de la actualidad… ¡Pero, no! Este profundo investigador, va más atrás. Los hallazgos en este libro son inconmensurables. “Veamos lo que nos dicen los historiadores —afirma el conocedor Rojas Pétriz—: Existe la teoría  de la llegada de una raza llamada ‘mediterráneos’ a las costas del golfo mexicano, mucho antes del descubrimiento de América por Cristóbal Colón. Teoría que confirma el padre Gay [¡cómo demonios la confirma el padre, Dios mío!] apoyándose en el historiador Torquemada (¡ah! Uno muy moderno], afirmando que: ‘Algunos años después de poblado Tollán [¿dos o tres?]  aportaron en Pánuco gentes de trages [aquí no se equivoca César, así se escribía hasta el siglo XIX] y costumbres desconocidas hasta entonces. ‘‘Estos ‘mediterráneos’ se fusionaron con los ‘toltecas’ que habían llegado a México durante el siglo VII con la oleada proveniente de Asia, pero al desintegrarse el reino de los ‘toltecas’ por diferencia de criterios en la elección de su último Rey (sic) llamado Topiltzin, se separaron y peregrinaron hacia el Sur (sic) unos, y hacia el Este (sic) otros […]”. Sigue César: “Después de periódicas estancias en distintos lugares donde dejaron huella de su paso por sus respectivas rutas, los ‘toltecas’ continuaron de Oaxaca hacia el Este (sic), y los ‘mediterráneos’ de norte a sur por el Istmo, llegando ambas razas [¿no que se habían fusionado?] a Tehuantepec durante el siglo XII [estaba larga la cola para el istmo, duraron un siglo en entrar todos], donde ya se encontraban los zapotecas. Los ‘tolteca después dejar unas gentes en Tehuantepec, siguieron su camino pasando por Chiapas y Campeche hasta establecerse en Yucatán [y, ¿ahí se llamaron mayas?]. La raza ‘mediterránea’ se quedó en Tehuantepec y se unió a los zapotecas”. [¡Qué bien!, si Grecia y Roma están en el Mediterráneo, tenemos entre nuestros antepasados a Homero, Aristóteles, Platón, Praxíteles, Fidias, Alejandro; a Rómulo y Remo, Julio César, Ovidio, Séneca…]. Herederos de los grandes… Pero, no, el gozo se fue al pozo, porque líneas adelante, sin rubor, con gran autoridad, Rojas Pétriz dictamina y específica: “Los integrantes de esta raza pertenecían a  distintas nacionalidades [claro, tuvo acceso a los pasaportes], entre las que se encontraban gentes [“gente”, ya es plural] procedentes de Egipto, Fenicia, Creta y Cartago”. ¡Quiobo! Bueno, no vino cualquier baba de perico. También era pura gente chida, por eso los istmeños somos los mejores. Así que a nuestro linaje zapoteca le sumamos a todos los Tutmosis y  los Amenofis, Akenatón, Nefertiti, Tutankamón, el rey Minos (y su hijo, hijastro más bien, el Minotauro, claro), y de Cartago al gran Aníbal, quien puso de rodillas a Roma. Y, ¿de dónde creen que sacó esos datos nuestro escritor, quien nos pone en la cumbre de la humanidad? Tal vez pensarán, pues de Paul Rivet o John Ranking, entre quienes sostienen lo de que el poblamiento americano fue el producto de migraciones tártaras y mongólicas, o del  portugués Mendes Correia o tal vez de James Bailley, quien mantiene la teoría de que hubo fenicios que llegaron a América antes que el Genovés. O de Laurette Sejourné o a Enrique Florescano sobre el asunto tolteca… Pues, no. Nuestro brillante investigador, sacó sus datos de una nota sin firma (por lo menos no lo consignó el que la copió). Esas alucinaciones de los “mediterráneos” se publicaron en el número 17,717 de El Universal, el 19 de mayo de 1946 y lleva por título “Conjunción de pueblos”, la frase que se apropió César que consignamos al principio de este trabajo. ¡Lástima era de un periódico…! Con razón me llamó la atención que en la bibliografía de su mamotreto, César Rojas inscribiera como libro consultado una “Bibliografía del Istmo de Tehuantepec” de Rafael Carrasco Puente.  Es decir, en una bibliografía aparecen todos los libros consultados por un escritor, y poner los títulos de otra en su bibliografía no tiene sentido; hasta que vi el (los) libro (s) de Carrasco Puente. Son dos volúmenes, de gran valor para el investigador, publicados por la Secretaría de Relaciones Exteriores; contienen datos de lo publicado sobre el istmo en libros, revistas, periódicos, el Diario Oficial y otros documentos. Sin embargo, no es estrictamente una bibliografía como la conocemos (solamente títulos, fechas, lugar y editoriales o imprentas), porque Carrasco Puente, no sólo consignó dónde se publicó lo del istmo, también copió poemas y a veces artículos completos de lo que le pareció más interesante, como en el caso que nos ocupa. Quién sabe cómo, César encontró en la página  513 del primer volumen, el artículo sin firma de El Universal, clasificado con el número 2067,  y lo pasó como si fuera de Carrasco Puente (ver la nota 29 en la página 95 de Sandunga, música sublime). Si César hubiera asistido a la escuela, sabría que el autor solamente estaba clasificando un trabajo publicado en otro lugar y de otro autor, pero nuestro afamado escritor tehuano no leyó o no supo interpretar las letras entre paréntesis al final del texto que puso Carrasco Puente. Uff. ¡Vaya seriedad! “Quien busca no más un estudio para su propia ambición académica, su propio prestigio […], con esta mentalidad no va a progresar. Con esta mentalidad no va a llegar jamás a algún entendimiento […] el juego intelectual de teorías altisonantes sustituye el verdadero entendimiento, y no ayuda. “Tenemos entonces que escaparnos de la antropología paternalista […] y tenemos también que escaparnos de su contraparte, que es la idealización romántica […]. Ambas visiones—la paternalista y la idealizadora—nos tapan el acceso a la realidad”. Estas palabras son Maarten Jansen de la Universidad de Leiden, Holanda (quien ha pasado más de 25 años estudiando las culturas prehispánicas de Oaxaca) y se refiere a quien estudia a la cultura mixteca, pero se relacionan con el tema que nos ocupa: las visiones de un redactor anónimo de 1946 y de su seguidor, César Rojas Pétriz.
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