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El ocaso del Porfiriato, una nueva lectura de la poesía mexicana: Pavel Granados

Miércoles 16 de noviembre, 2011.
09:30 am
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Mario Casasús/El Clarín de Chile Oaxaca, México.-  En entrevista exclusiva desde Valparaiso con Clarín.cl, Pável Granados, escritor y crítico literario, habla de la antología: El ocaso del Porfiriato (FCE, 2011) “Es un libro que propone una nueva lectura de la poesía mexicana. Un nuevo acercamiento a la historia de la literatura, manifiesta una insatisfacción ante la manera tradicional de contar la historia. En los años sesenta –los poetas del Porfiriato- padecieron el olvido y el desprecio, hasta que José Emilio Pacheco volvió a leerlos cuando hizo su Antología del Modernismo. Creo que hoy tienen un nuevo momento más o menos estelar: se han rescatado las principales revistas literarias de entonces, se han recopilado las obras completas de los poetas más importantes del siglo XIX, y se han descubierto obras inéditas. El olvido no tiene que ver con que hayan sido porfiristas o porfirianos, sino porque se desdeñó su obra. Se pensó que esos poetas no tenían nada que decir”. El escritor y periodista mexicano admite: “Ignoro de quién provengo, así que he inventado mis antepasados. Y he decidido que sólo tengo pasado intelectual”; por mi parte, pienso que tal vez la inmediata afinidad con Pável Granados proviene por mi tatarabuelo Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), cito: “Quizás me hubiera gustado ver una reunión de sombras, como en los cuentos de Anatole France: los poetas hablando de la otra vida sin saber que están muertos. Pero sin duda, me hubiera encantado que Ignacio Manuel Altamirano fuera el presentador, porque el libro parte de él, de su figura intelectual. Yo lo único que hago es unir su pensamiento con el de la siguiente generación, es decir, con la literatura de los modernistas. Me hubiera gustado que supiera la suerte de su legado, por más que permaneciera enterrado en las hemerotecas”. MC.- Conversando con Pedro Ángel Palou sobre la dictadura de Porfirio Díaz, me dijo: “La novela de la Revolución de 1910 se comió a todos los narradores anteriores”; Pável, ¿por qué hacer un revisionismo de la poesía escrita en una época dictatorial?, ¿sucedió algo parecido y la poesía del siglo XIX fue comida por la censura posrevolucionaria? PG.- No considero válido recuperar un género literario por consideraciones políticas. Por una parte, la relación entre “las obras” y “la política” es bastante difícil de establecer: es más fácil establecer la relación de un artista con la política de su tiempo, pero dar el salto y extender esa relación con los textos es muy aventurado, ya que los motivos estéticos tienen reglas más o menos independientes. Quiero decir con esto que la poesía del Porfiriato no vale por haber sido escrita entonces, sino que entre los poemas de esa época se establece un diálogo que se da sin importar mucho si Porfirio Díaz gobierna o no. Sin intentar desprender un aspecto del otro –porque ambos tienen el peligro de ser incomprensibles– pienso que la poesía de entonces tiene un cometido generacional: lograr la dignidad del discurso americano, la aceptación del intelectual mexicano en el pensamiento colonial. Estos poetas, cada uno a su modo, trabajaron constantemente en esto: el padre Pagaza concentraba su estética en el paisaje, lo mismo hacía Manuel José Othón; Tablada y Nervo importaban a México lecturas nuevas: Whitman, la poesía japonesa, el Decadentismo; María Enriqueta y Francisco A. de Icaza trabajaron con el fin de ser conocidos en Europa. El trabajo de estos autores fue devaluándose entre los intelectuales que vinieron después, aunque no en los lectores, que siempre han recordado bastante poesía modernista. En los años sesenta padecieron el olvido y el desprecio, hasta que José Emilio Pacheco volvió a leerlos cuando hizo su Antología del Modernismo (UNAM, 1970). Pero eso no hizo que volvieran a leerse; sin embargo, creo que hoy tienen un nuevo momento más o menos estelar: se han rescatado las principales revistas literarias de entonces, se han recopilado las obras completas de los poetas más importantes de entonces -me parece que se debería hacer lo mismo con la obra de María Enriqueta-, y se han descubierto obras inéditas. El olvido no tiene que ver con que hayan sido porfiristas o porfirianos, sino porque se desdeñó su obra. Se pensó que esos poetas no tenían nada que decir. MC.- ¿Cómo seleccionaste a los jóvenes poetas que a su vez compilarían y escribirían las biografías para El ocaso del Porfiriato?, ¿eran poemas vigentes o anacrónicos para los becarios de la Fundación de las Letras Mexicanas? PG.- Los coautores del libro son amigos míos. Amigos que he encontrado a lo largo de los años con interés en la poesía mexicana. Hace muchos años platiqué con Marco Lagunas y Pablo del Toro sobre la conveniencia de hacer un libro como éste. Éramos entonces, alumnos de Letras. Comenzamos a leer historias literarias y empezamos a cazar nombres de poetas, para ir investigando su vida y su obra. Aprendimos a investigar, a escribir y a hacer teoría de la literatura. Porque he pensado mucho El ocaso del Porfiriato es un libro que, ante todo, propone una nueva lectura de la poesía mexicana. Un nuevo acercamiento a la historia de la literatura, manifiesta una insatisfacción ante la manera tradicional de contar la historia. Poco a poco, invité a nuevos amigos; lo que nos une es que todos estudiamos en la Facultad de Filosofía y Letras. Entre los que han estado trabajando en la lectura de estos poetas hay alumnos de Letras Alemanas, Teatro y Letras Hispánicas. Poco después, le pedimos ayuda a la Fundación para las Letras Mexicanas, pues necesitábamos el apoyo de alguna institución. Después, el Fondo de Cultura Económica publicó el primer tomo. La poesía tiene la ventaja de ser anquilosada. Es falsa la percepción de que es poesía vieja. Sería más anquilosada la de Shakespeare o la de Dante. Tiene sus particularidades: su gusto por el paisaje, su afrancesamiento, el placer de enunciar todo en términos simbólicos, la creación de nuevos metros en español, la renovación de algunos recursos como la rima… Por el contrario, fue novedoso leer a Nervo, a Tablada, a Díaz Mirón, incluso a autores que se consideraban sobrepasados como Juan de Dios Peza. Es cierto que existe una distancia entre los lectores actuales y la poesía; pero eso se debe a otros factores y afecta a casi toda la poesía. No nada más se han visto afectados los poetas del Porfiriato. MC.- ¿Quiénes quedaron excluidos de la antología?, ¿cuál fue el criterio para seleccionar cada poema? PG.- Una de las pretensiones del libro es entregar un grupo de poemas a partir del cual se pueda comprender un periodo. Es decir: nos gustaría pensar que la poesía importante que escribieron los autores que vivieron en las postrimerías del Porfiriato está incluida en el libro. No están los poetas que ya publicaban entonces -entre 1901 y 1910-, pero que pertenecen a grupos que se hicieron importantes más adelante, como el Ateneo de la Juventud. Los criterios para ordenar los autores y sus obras fueron creándose conforme se iba escribiendo el libro. Las antologías de cada uno de los poetas están hechas considerando toda su obra, tratan de explicar el proceso creativo de su vida, dándole sitio a sus principales periodos, obras, recursos… De cada autor están representados los poemas principales, en el libro están ordenados según fueron dando a conocer su propia obra cada uno de ellos. No podían faltar “La bella Otero” de Tablada, “Idilio” de Díaz Mirón, “En el desierto. Idilio salvaje” de Othón, “La hermana agua” de Nervo… Pero debe decirse que la suma de los poemas importantes dan como resultado la poética de una época. Eso ya fue demasiado para mí: aquí están los poemas, las ideas de sus autores y sus vidas. Pero las poéticas, las estéticas, los problemas concretos de cada uno de los autores… eso ni en sueños lo puedo resolver. Pero me gustaría pensar que El ocaso del Porfiriato es el promontorio desde donde se pueden observar todos estos temas. MC.- ¿Cuántos meses o años tardaron entre bibliotecas y archivos personales?, ¿qué encontraremos detrás de la memoria y literatura del Porfiriato? PG.- Tengo una carta de José Balza fechada en 1999. En ella me desea suerte en el trabajo de la Antología. Quiere decir que tardó 12 años en estar en librerías. Claro que en todo ese tiempo, fuimos varios autores aprendiendo a investigar, a leer y a comentar obras. Tres veces rehicimos el libro porque no estuvimos satisfechos con el resultado. La teoría de las generacios de Ortega y Gasset poco a poco fue quedando relegada en el libro. Preferimos las ideas de Gramsci, por ejemplo, para entender qué pasaba hace 100 años. Teníamos un convencimiento: que estamos atrasadísimos en nuestros métodos para hablar de la historia de la literatura mexicana. Que seguimos con teorías anticuadas, que Historia y Literatura estudian campos distintos. Ésa fue otra de las causas de que este libro haya tardado tanto tiempo La literatura y la memoria: la forma de preservar los textos, la poesía. El Porfiriato no tuvo mala suerte en su memoria. Mucha gente supo en todo el siglo XX los poemas de Nervo o Peza. Es cierto que Tablada casi se diluyó durante mucho tiempo. Pero la verdad es que más bien se trató de poetas que fueron despreciados por los poetas posteriores, comenzando por el grupo de Contemporáneos y siguiendo por Octavio Paz. Aunque no hay que negar que sí existe un desconocimiento actual: muchos de estos poetas son leídos por un pequeño público. Otros poetas los desconocen. Pero entonces se trata de un desconocimiento de la poesía, no de este periodo en particular. MC.- ¿Quién era tu poeta favorito durante el ocaso del siglo XIX?, ¿de quién editarías sus Obras Completas? PG.- Afortunadamente, los principales poetas del libro han sido editados. Yo rescataría la obra de María Enriqueta: una poeta de Veracruz que vivió la mitad de su larga vida en Europa. Aunque su nombre es conocido, su trabajo es ignorado en México. Su novela El secreto mereció un comentario elogioso de Paul Valéry. Sus novelas, sus poemarios, sus composiciones para piano… todo está disperso o perdido. Vivió casi cien años y tuvo tiempo para ser conocida, admirada y olvidada. Cuando murió, en 1968, su mundo ya estaba más que sepultado… Pero lo verdaderamente necesario, creo, es difundir las investigaciones y las recopilaciones hechas por estudiosos. Una vez que existen las recopilaciones, sigue el trabajo de explicar qué es lo que significan esas obras. Creo que estamos en ese momento: ya existe Nervo, Tablada, Díaz Mirón, Pagaza. Me gustaría saber que contribuyo a establecer un trabajo general de divulgación de la poesía de esa época. Ahora sigue, por lo menos con lo que se refiere al Porfiriato, leer a profundidad, comenzar un diálogo con estos autores. Yo los leo obsesivamente. Pero los lectores somos egoístas con nuestros placeres. Lo mejor es compartirlos. Intentar que el placer de leer se convierta en el placer de compartir los mejores momentos. MC.- El poeta José Emilio Pacheco es un erudito de la literatura mexicana del siglo XIX, ¿le enviaste tu antología?, ¿te hizo alguna anotación o recomendación literaria? PG.- Bueno: el libro lo escribí siempre con el compromiso de no defraudar mi propia lectura de su Antología del Modernismo (UNAM, 1970), un libro que me inspiró y que me guió. Pero mi intención era distinta. Su antología es la lectura de un poeta: y su lectura es un recorrido completamente placentero, un poemario hecho con el bueno gusto de José Emilio. Yo dejé el criterio estético en segundo plano, desafortunadamente. Porque mi idea era darle prioridad a los criterios históricos. O más bien: historizar los criterios históricos. El rescate literario quedó en tercer lugar: es cierto que hay rescates, pero no fue mi intención primera. Se dio por añadidura. A José Emilio Pacheco le mandé un ejemplar. Me dijo que se enteró de muchas cosas. Pero me dijo que no había escrito al respecto de este libro porque sentía que era juez y parte. Me imagino que le fue difícil, o comprometedor. Así que me quedaré con las ganas de saber su opinión del libro. Sé que está preparando una edición nueva de su Antología del Modernismo, quizás ahí haga algunos juicios sobre este libro, sólo así sabré si El ocaso del Porfiriato tuvo alguna utilidad en su trabajo. MC.- ¿Cuál ha sido la recepción de tu antología?, lo pregunto por las ventas, los comentarios en las presentaciones y las críticas en la prensa… PG.- Me sorprendió que tuviera tan buena recepción. Sobre todo, me han pedido varias entrevistas para radio, prensa y televisión. Y en programas que no tienen nada que ver con la poesía… He presentado el libro varias veces, han salido reseñas, la más reciente en la revista Nexos, que fue muy generosa. En el Fondo de Cultura Económica me dijeron que se ha vendido bastante bien a pesar de que los libros de poesía no se venden casi nada. Hay algo muy curioso: que casi nunca he leído un poema en las presentaciones o en las entrevistas: siempre, todo mundo, quiere saber la vida de los escritores. ¿Cómo es que en México, un país en donde nos fascinan las historias personales, prácticamente no hay biografías? Casi ninguno de los autores del libro tiene una biogafía, por lo que tuvimos que investigar sus datos en periódicos de la época, en testimonios de sus amigos… Casi tengo la tentación de escribir unas Vidas de poetas, para contar las muchas anécdotas que no cupieron en el libro. Me da gusto la noticia de la buena recepción. Pero eso significa que hay pocas oportunidades de leer compilaciones e historias de nuestra poesía. Que muchos de estos autores, necesitaban una lectura de conjunto. MC.- ¿Había un significado especial para presentar El ocaso del Porfiriato en el Museo del Estanquillo de Carlos Monsiváis?, ¿a quién te hubiera gustado invitar a presentar tu antología? PG.- Escribir un libro tiene muchas intenciones. Nunca le conté a Carlos Monsiváis mi idea de escribir este libro. Pensaba dárselo cuando saliera, pues su obra me mostró la manera de tender nexos entre las diferentes manifestaciones artísticas y sociales. Una de mis intenciones era establecer un diálogo con él. En realidad, en el caso de Carlos –lo mismo que con José Emilio Pacheco– me sentía mejor trabajando por mi parte, porque no quería caer en el riesgo de asomarme demasiado a su obra y caerme dentro de ella completamente. ¡Ya bastante trabajo me había costado guardar mi distancia! Presentarlo en el Estanquillo significó para mí, compartírselo a Monsi. Decir, de algún modo, que este libro es parte de un diálogo permanente que sigo con su obra. Pues su manera de abordar las poéticas personales siempre me apasionó: su visión de conjunto, la concentración de su lenguaje, la capacidad de convertir la realidad en aforismo. Indudablemente, me hubiera encantado que el libro lo presentara Carlos Monsiváis. Pero la presentación del Estanquillo fue magnífica, gracias sobre todo a Moisés Rosas, el director del museo. Sin él no hubiera podido reunir a Rafael Tovar, Alberto Ruy Sánchez y Eduardo Langagne. Quizás me hubiera gustado ver una reunión de sombras, como en los cuentos de Anatole France: los poetas hablando de la otra vida sin saber que están muertos. El momento en el que todos estos espiritistas hubieran charlado sin saber que estaban en una reunión de fantasmas… Pero sin duda, me hubiera encantado que Ignacio Manuel Altamirano fuera el presentador, porque el libro parte de él, de su figura intelectual. Yo lo único que hago es unir su pensamiento con el de la siguiente generación, es decir, con la literatura de los modernistas. Me hubiera gustado que supiera la suerte de su legado, por más que permaneciera enterrado en las hemerotecas. Tuvieron que pasar más 100 años para que se recopilaran sus obras completas y pudiéramos saber exactamente qué pensaba Altamirano con detalle. Y así poder restituirle su influencia intelectual. Más o menos eso pasa en el libro: su exposición de la cultura nacional, de la poesía mexicana, de la identidad, del paisaje, de la poesía, del idioma… De Altamirano admiro sus dotes polémicas, su inteligencia aplasatante. Y me gustaría que supiera, en el país de las sombras literarias, que escribí para reconocerle sus méritos. Sí: El ocaso del Porfiriato es una muestra de gratitud con muchos poetas y escritores -como mi maestro Huberto Batis-, pero el gran homenajeado es Altamirano: siempre que voy a leer alguno de sus libros me emociono. Ahora leo su periodismo político, y el aburrimiento de los demás lectores es mi incentivo para seguirlo hasta el fin. MC.- Te confieso que suelo conversar con una bisnieta del escritor Victoriano Salado Álvarez y con el bisnieto de Ignacio Ramírez “El Nigromante” (ambos amigos de Joaquín Casasús); hiciste un libro con Guadalupe Loaeza, y tu antología la presentó Rafael Tovar; ¿qué temas destacan en las tertulias con los descendientes del Porfiriato? PG.- Yo ignoro de quién provengo, así que he inventado mis antepasados. Y he decidido que sólo tengo pasado intelectual. Los descendientes de don Porfirio -biológicos o ideológicos- se preguntan en la sobremesa: “¿Pero el país ha mejorado o empeorado después de que se fue don Porfirio?” Hasta los descendientes de los magonistas tienen que responder que ha empeorado. No es que la Revolución no haya servido… sólo que la hicieron fracasar. No del todo: culturalmente, la revolución fue triunfante. En las comidas de los herederos del Porfiriato destaca el encomio por los indudables méritos históricos y artísticos. Yo no dudo que don Porfirio haya sido históricamente necesario. Pero tampoco dudo que la Revolución lo haya sido. Y que la visión de los poetas acerca de su sociedad iba a fracasar. Por suerte, no era una visión casada con su realidad; es cierto que en gran medida, la poesía del Porfiriato eran los lentes con los que la sociedad de entonces les gustaba verse. Pero son también los lentes con los que me gusta ver el Porfiriato. Pero sí recuerdo una cena especial, en París, con Carlos de Icaza, el Embajador de México en Francia, a la que asistieron también Agustín García López y Guadalupe Loaeza. Esa noche evocamos el paso de Francisco A. de Icaza, el poeta mexicano admirado por Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Y yo cometí una torpeza: dije que Icaza murió soñando con conocer París. Y no: murió soñando con volver a París. Él conocía París perfectamente, se preciaba de ser uno de los mejores guías de París y de Berlín. Esa noche, con vinos y trufas, recordamos a Icaza. Me gustaría mucho conversar con otros descendientes de poetas modernistas. Tanto como sus poemas, me gusta su mundo. MC.- Finalmente, ¿editarás alguna antología de la narrativa de 1901 a 1911?, ¿o tal vez, epistolarios entre los poetas del Porfiriato? PG.- No. La poesía ya es demasiado trabajo para mí… y eso que la elegí porque la consideraba la compañía más ligera. Un estudio de la prosa requiere unas fuerzas mucho mayores. Lo que sigue es estudiar la poesía de las generaciones siguientes: de los Ateneístas, de los modernistas de la provincia, de los bohemios, de los periodistas que vivieron la Revolución. Siento nostalgia por los poetas del Porfiriato. Ya compartí un pedazo de mi vida con ellos, pero ahora leo a los ateneístas. Hoy leí a José Santos Chocano, el poeta peruano, que desde la cárcel seguía sus insultos contra José Vasconcelos. El poeta favorito de Pancho Villa, que escribió esta “Proclama lírica” en 1915, pero que México puede usar como epitafio hoy: “México terrorífico y fulgurante,/ que trabajar pareces con torvo empeño/ en agregar un Círculo a los del Dante/ (una mitad de crimen y otra de ensueño)” Hace décadas que nadie comenta a la mayor parte de los poetas de la época de la Revolución, no se ha reunido sus obras, no se sabe siquiera en qué consiste ese periodo poético… Ahora, muchos amigos míos se dedican a los poetas porfirianos. Ya no concurro a sus fiestas. Sí, los extraño, pero ahora me siento a la mesa de la bohemia autodestructiva de la Revolución y en los gabinetes de estudio del Ateneo de la Juventud.

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20/12/2011 | 11:09 am | lilia
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