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De las cosas buenas que le suceden a Oaxaca

Jueves 24 de noviembre, 2011.
04:53 pm
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Oaxaca, México.- En la historia del ex Convento de San Pablo, convergen miles de historias, secretos y tesoros que al paso del tiempo han quedado resguardados en cada uno de sus rincones y también en los recuerdos de muchos oaxaqueños. Uno de ellos es don Jorge, un padre de familia que pasó y disfrutó su infancia en las calles aledañas al recién restaurado inmueble histórico testigo de sus juegos, de las actividades de los vecinos de aquella época  y del transitar de la vida en un lugar que resistió con los años una drástica transformación con su verdadero corazón oculto. En una carta dirigida a sus hijos y que don Jorge hizo llegar también don Alfredo Harp Helú, presidente honorario de la Fundación que hizo posible el rescate del ex Convento, expresa con emoción los recuerdos y sentimientos de haber sido parte de una etapa en que el edificio funcionaba como una sombría vecindad de tres pisos, escaleras oscuras y pasillos angostos. Luego de que por situaciones de la vida se ausentara de Oaxaca, don Jorge tuvo hace unos días la oportunidad de reencontrarse con el lugar de su infancia, transformado ahora en un espacio como tal vez nunca imaginó volver a verlo y donde incluso disfrutó de un concierto. Ahora en “esa casa” todo es muy diferente, es bonita, acogedora, verdaderamente hermosa. Por todo ello digo, que los oaxaqueños somos afortunados y le damos las gracias a la magia del señor Alfredo Harp Helú, que creo tiene una varita mágica como en los cuentos de antes, escribe quien en sus líneas recuerda a personajes como don Toribio, el de la gasolinería y “la huehuechuda”, una vendedora de sabrosos molotes. Y que mejor que compartir con todos el texto en el que don Jorge redacta con emoción sus sentimientos de estar otra vez en San Pablo, ahora ya no más oscuro y sombrío sino lleno de vida y con el corazón alegre por las manos generosas que lo ayudaron a recuperar su esplendor y belleza. Esta es la carta de Jorge. Queridos hijos: Desde muy chamaquito, cuando me dieron libertad en casa para salir a la calle, mi lugar de juegos fue la primera calle de Reforma. Las esquinas de esa calle con Morelos e Independencia me vieron jugar, correr, gritar con mis amigos y los pobres vecinos nos soportaron. El jardín de San Pablo tampoco fue la excepción, pues en el día jugábamos con el agua de la pila que en ese entonces venía de San Felipe, nos subíamos al tronco del Fresno que el temblor del 31 había tirado, o bien veíamos lo que sucedía en la gasolinera de Don Toribio, un hombre maduro que enfundado en sus pantalones pegaditos de charro, sombrero de lo mismo y grandes bigotes enroscados en la punta, despachaba la gasolina a los pocos coches que entraban a la gasolinera colindante al Jardín, sobre Independencia. Ah! Pero en el otro límite del Jardín, sobre Fiallo, veíamos una pieza de donde salían cantos y alabanzas a Dios. Era el templo evangelista en el que a mí me parecía, que gente tímida o como sospechosa se deslizaba hacia su puerta: eran los evangelistas que deseaban pasar desapercibidos de los católicos que a veces los reprimían y hacían menos. Ese pequeño templo ocupaba el lugar donde decían que había estado el Convento de San Pablo, que había sido destruido por los temblores habidos por muchos siglos aunque sus ruinas brillaran por su ausencia. Frente al Templo evangelista pasando la calle había una vieja casa de 3 pisos (?) y cerca, en la esquina por las noches, se aparecía la señora con bocio, “la huehuechuda”, que vendía sabrosos molotes adornados con un rabanito sobre las frescas hojas de lechuga, todo ello proveniente del vergel de la Trinidad de las Huertas. Pocas veces entré a la vieja casa de 3 pisos donde vivía mucha gente, el patio me parecía pequeño y feo, las escaleras oscuras y los pasillos que llevaban a las diferentes habitaciones alrededor del patio muy angostos, como de 90 cms., con un simple destartalado barandal metálico que se sentía con peligro de desprenderse, y lo peor y para mí emocionante, que los pasillos de la bóveda catalana estaban detenidos por viejos trozos de vigas de madera empotradas al muro. El andar con cuidado sobre esos angostos pasillos era ir sobre un camino ondulante ligeramente inclinado hacia el patio que parecía que iba  a caerse, se sentía peligroso. Al crecer me ausenté de Oaxaca y olvidé esa casa y fue hasta hace dos días que tuve la oportunidad de reencontrármela y de entrar en ella, para sentarme en el patio y escuchar un bonito concierto. Ahora en “esa casa” todo es muy diferente, es bonita, acogedora, verdaderamente hermosa, en las fotos anexas lo verán.  Por todo ello digo, que los oaxaqueños somos afortunados y le damos las gracias a la magia del señor Alfredo Harp Helú, que creo tiene una varita mágica como en los cuentos de antes. Los saludo con cariño su papá. Jorge. No sabemos si Jorge vive en la ciudad de Oaxaca, pero queremos que él y su familia, al igual que todos los oaxaqueños y visitantes, estén presentes en la inauguración de San Pablo, será un placer estrechar su mano y escuchar más de sus recuerdos. Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca.

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