norotundo, mientras que de la otra sólo obtuvo un silencio prolongado. Ni siquiera le devolvieron el manuscrito original, arguyendo que se había perdido en una mudanza pero que, misteriosamente, apareció años después, ya con un Saramago consagrado y con la intención de editar la novela. La respuesta del Nobel fue tajante y se negó a publicarla, al menos mientras él viviera, pero dejó la decisión a sus herederos.
José tenía una relación mala con el libro. Le provocaba dolor, explicó recientemente su viuda. Pilar del Río, quien mejor conoció a Saramago, siempre tuvo claro que Claraboya se publicaría por ser una obra de gran nivel literario y que aportaría mucho para conocer de manera integral a uno de los escritores más relevantes del siglo XX. Y así fue: el último día de 2011, la periodista terminó la traducción, lista para revisión y tenerla preparada este marzo. Tras el intento de publicar Claraboya, Saramago se desanimó mucho, también condicionado por la oscuridad de la dictadura de António de Oliveira Salazar en su país y del conservadurismo asfixiante de una sociedad que describía y desnudaba precisamente desde la mirada de privilegio que da una
claraboya, tragaluz o ventana que mira al cielo desde techos o partes altas de las paredes. En esa novela también hay pasajes en los que rinde homenaje a sus escritores más admirados, como Fernando Pessoa. En la novela se narra la historia de un edificio en el que habitan seis familias humildes, cuyos integrantes viven en un enredo permanente y en un escenario inamovible: un bloque de vecinos de Lisboa en una mañana invernal. Y el autor, encaramado a la claraboya, va haciendo desfilar a los personajes para mostrar con crudeza y humor sus miserias, sus convicciones políticas, sus anhelos más secretos y sus odios más enquistados.
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