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Descubren sangre en cuchillos prehispánicos usados en sacrificios

Miércoles 02 de mayo, 2012.
09:56 pm
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Oaxaca, México.- A través de un estudio sin precedentes, en colaboración con especialistas de la UNAM, la restauradora del INAH, Luisa Mainou, identificó células sanguíneas humanas, mineralizadas en la superficie de 31 cuchillos de obsidiana usados para sacrificio; datan de hace 2 mil 000 años y fueron encontrados en la ciudad prehispánica de Cantona, Puebla. Algunos de estos artefactos también conservan fragmentos de tejidos musculares, tendones, piel y cabello, con lo que verifica, con pruebas de laboratorio, el sacrificio humano entre las culturas mesoamericanas, y abre nuevas posibilidades para solventar el desafío metodológico que implica estudiar esta antigua práctica religiosa. La observación de las partes microscópicas del cuerpo humano que quedaron adheridas a los cuchillos de Cantona, fue posible luego de 20 años de investigación, trabajo en laboratorio y prácticas aplicadas en diversos materiales recolectados en otros sitios arqueológicos que también presentan restos de materia humana. Luisa Mainou, restauradora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), detalla que fue en 1992 cuando detectó por primera vez vestigios de sangre humana en un cuchillo de sacrificio, hallado por el arqueólogo Luis Morlet, en el sitio Zethé-Hidalgo. Al revisar la pieza a través del microscopio electrónico de barrido descubrió elementos que por su apariencia, su forma y dimensiones, definitivamente se trataba de células sanguíneas, específicamente eritrocitos, y así comenzó su investigación. Poco a poco le fueron llegando más piezas al Laboratorio de Restauración de Material Orgánico, de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH. Había que conjuntar los resultados de varios casos para poder afirmar científicamente que en esas piezas cortantes se preservaron las pruebas irrefutables (tejidos orgánicos) de los sacrificios y autosacrificios. En este camino, hace un par de años la restauradora Mainou recibió un conjunto de 31 cuchillos de obsidiana, encontrados por la arqueóloga Yadira Martínez Calleja y el arqueólogo Ángel García Cook, en el sitio prehispánico de Cantona, donde se realizaban importantes rituales y ceremonias religiosas, que incluían prácticas como la decapitación, la mutilación y el desmembramiento, como parte de la cosmovisión religiosa, según afirman estudios arqueológicos. Después de una primera exploración, Mainou vio la oportunidad de recuperar la información que había quedado en forma de minúsculas manchas sobre la obsidiana. Y es que para la restauradora, especialista en materiales orgánicos, sangre y tejidos también son elementos de estudio, “una ventana a otros mundos culturales, el umbral que puede conducir a la realidad biológica de tiempos antiguos”. Como si se tratara de la piel de una persona a la que se le va hacer el diagnóstico de una enfermedad, cada cuchillo fue reconocido milímetro a milímetro por los ojos de la experta del INAH, a través del lente del microscopio estereoscópico. Así, en silencio y durante varios días, miró en busca del universo guardado en esas pequeñas manchas y el aumento del instrumento óptico le acercó otra realidad: lo que miraba parecían restos de sangre, pero había que hacer un estudio más detallado para confirmarlo. Con navajas de bisturí —nuevas para cada cuchillo— despegó una milimétrica cantidad de aquellas manchas y las fue colocando en guardas especiales para preparar las muestras que analizaría en un microscopio más potente, llamado electrónico de barrido, que permite obtener los componentes químicos de esas “cascaritas” que quitó del los artefactos prehispánicos. Después, bajo el lente se detectaron discos cóncavos, cuya textura es aterciopelada y tienen 7 a 10 mm de diámetro: los eritrocitos; al analizarlos se encontraron elementos como carbón, oxígeno, nitrógeno y fierro, propios de la materia orgánica. El estudio también arrojó la presencia de sílice, aluminio, calcio y potasio, lo que explica el estado mineralizado de estas células –explica Mainou–, proceso natural que culmina con la fosilización. Los estudios se han realizado con el microscopio electrónico de barrido del INAH, y con el apoyo de Gerardo Villa, titular de la Facultad de Medicina de la UNAM, así como en el Departamento de Biología Celular, donde se ha tenido la colaboración por 20 años de la doctora Silvia Antuna Bizarro, especialista en células y tejidos, quien ha validado las observaciones. Otros análisis se efectuaron en el Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, con la colaboración de la bióloga Yolanda Hornelas Orozco. En los artefactos prehispánicos también se encontraron restos de tejido muscular, piel, pelo, colágena y fibrina. “Estos hallazgos confirman que los cuchillos se usaron para sacrificio”, dice la restauradora Luisa Mainou. Pero encontró algo más, en algunas piezas se halló mayor cantidad de eritrocitos, mientras que otras tienen más piel, y algunas presentan más número de fragmentos de tejido muscular o fibras de colágena o fibrina, “lo que hace suponer que la forma de la herramienta cortante determinaba el uso que se le daba”. Los especialistas consideran que el estudio del sacrificio humano, a partir de materiales y contextos arqueológicos, implica un desafío metodológico, analítico e interpretativo, debido a la diversidad de formas y circunstancias en que ocurrieron éstos, y que fueron descritos en crónicas de evangelizadores, códices, cerámica, pintura y escultura. Investigaciones de antropología física, aplicados a material óseo de presuntos sacrificados, han permitido acercarse al conocimiento de esta práctica ritual mesoamericana; sin embargo, se advierte que no en todos los casos se dejaba marca en los huesos, y no todos los restos que tienen alguna alteración corresponden a una persona inmolada. En ese sentido, las muestras de sangre y tejidos recolectados de los cuchillos de Cantona, dan la certeza de su uso como herramientas de sacrificio, “como un close up del panorama histórico, que se reconstruye con la aportación de muchas ciencias”. Se trata de unas cuantas células del líquido vital, “pero la información que guardan es invaluable, porque, tal vez, en un futuro brinden mayor información sobre las antiguas culturas, a través de estudios de antropología molecular. Por eso es importante conservar y preservar este tipo de evidencias arqueológicas que a simple vista no vemos, y que para muchos sea impensable que se conserve después de miles de años. “También es el elemento sagrado que ofrendaron los antiguos habitantes de Mesoamérica a sus deidades, es así que simbólicamente tiene una relevancia intangible, intrínseca de un ritual”, concluye Mainou. En tanto que el historiador Miguel León-Portilla, retomando a fray Bartolomé de las Casas, advierte que “los sacrificios humanos ofrecidos por los antiguos mexicanos a sus dioses daban testimonio de su gran religiosidad; la cual implicaba la creencia de que la sangre de los sacrificados —la chalchiuhatl (agua preciosa) para los mexicas— fortalecía la vida de los dioses y redimía a los seres humanos de su destrucción cósmica”.

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