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Abasto de Letras/El cucurucho para los cacahuates

Lunes 12 de noviembre, 2012.
12:37 pm
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  Jesús Rito García A Ken Herrer Oaxaca, México.- Me encantan los libros, desde hace muchos años he estado ligado a ellos, fui bibliotecario, trabajé en una librería, en una editorial, ahora resulta que soy editor. Pero siempre les guardé un pequeño rencor, no sé por qué nunca se me pudo quitar esa espinita del alma, cosa que hasta el día de hoy arrastro con pesadumbre. Es fascinante verlos, olerlos, sentirlos, escribir en ellos (ya que gran parte de mis trabajos los escribo en las hojas blancas que le sobran a los libros, costumbre extraña, pero necesaria), llevarlos por la calle, que te vean con ellos, subirse a un camión y perderse en la lectura. Todo eso ha provocado que se me olvide por momentos mi coraje. Obviamente el problema que tengo con los libros, no es con ellos específicamente, con el bello objeto que provoca tantos sentimientos, que te lleva a mundos extraordinarios, que te aniquila el pensamiento. Claro, si no es con ellos con los que tengo problemas, es con la carencia. Es con su ausencia durante mi infancia, que bien podrían ayudarme a ver otras cosas de las que fui vedado, de ese mundo que mis amigos nunca tuvieron la oportunidad de conocer. Mis padres hicieron lo que pudieron, ya que si algún vendedor de libros se asomaba por la casa, seguramente mi padre se endeudaría por comprarle alguno, aunque fuera de cocina. Pero eso no sucedía todos los días. Siempre tengo en mi mente aquella vieja enciclopedia infantil que era nuestra única diversión, a parte de ver televisión y salir a la calle a correr con los primos. Esa enciclopedia ilustrada para niños fue mi barco, mi aeroplano, mi rascacielos, mi nave espacial, etc. Pero insisto, mis padres hicieron lo que pudieron. En el pueblo donde crecí nunca existió una biblioteca como tal; si a lo mucho, llegaban a cincuenta libros y la mayoría eran de texto gratuito, de los que donaban, en vez de tirarlos a la basura, como lo hacían comúnmente. Y tampoco es culpa de las personas que no tuvieran respeto por un objeto que no conocían bien, que no sabían para qué servía, por eso no sentían ningún remordimiento al usarlo para encender el fuego en la cocina, para hacer avioncitos y barcos de papel, para envolver las lechugas en el mercado o hacer el cucurucho para los cacahuates. Hace muchos años que el libro fue inventado, su objetivo principal ha sido transmitir el conocimiento de una generación a otra, difundir las ideas. Al principio, las hojas de los libros se hacían con fibras naturales, pieles y lino. La celulosa para hacer el papel que hoy conocemos surge en el siglo XIX. En realidad no tiene mucho tiempo entre nosotros. Con el paso del tiempo se fueron dando cuenta de la importancia del libro, por tal motivo, con el  invento de Gutenberg, el libro fue menos costoso y dejó de ser objeto de culto para unos cuantos. Después de la Revolución Francesa. A finales del siglo XVIII se crean las bibliotecas públicas. Espacios para que la población adquiriera ese conocimiento que se tenía guardado en las bibliotecas de los nobles y reyes. Se democratizó el acceso al libro. El problema es que esa democratización aún no llega a todos los pueblos de Oaxaca, las bibliotecas públicas que existen están mal equipadas y sin que alguna persona sepa específicamente qué hay en ellas. Los libros se convierten en objetos inservibles. Todo se concentra en la capital. Tampoco existen librerías en todo el estado, si mucho, algunas en la Ciudad de Oaxaca, y en algún pueblo, pero los libros cada vez son más caros, además que si en los hogares hacen falta tortillas y frijoles, difícilmente podrán comprar un libro, objeto inservible y extraño para muchos.

Si las bibliotecas estuvieran bien equipadas y existieran en cada colonia o barrio, en verdad que mi coraje fuera menor, pero no es así, por eso no me importa mucho que el libro como objeto desaparezca, que se queden encerrados en las bodegas de las grandes ciudades, que ya nadie imprima una hoja más. Al cabo, en este momento, un sobrino que vive en mi pueblo, ya ha leído algunos libros que le he enviado en formato electrónico. Le pido que se entretenga, mientras espera los libros que vienen con más de quinientos años de retraso.

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