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Abasto de Letras/San Velentín

Jueves 14 de febrero, 2013.
10:05 am
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Jesús Rito García

Oaxaca, México.- Hoy es un día bastante difícil para mí. Nunca he podido comprenderlo y mucho menos aceptarlo. Lamentablemente todas las novias que he tenido se han decepcionado de mí porque no soy el ideal para celebrar este día. Sí, lo sé, hoy es 14 de febrero, y he decidido contarles mis desdichas a las que me he tenido que enfrentar.

No les hablaré de libros, ni de política, ni de nada de esas cosas que el día de hoy d-e-s-a-p-a-r-e-c-e-n, se esfuman, no son tomadas en cuenta. A quién le importa la vida del país si hay tanto amor por derrochar, si los moteles estarán lanzando aullidos de placer por sus chimeneas, por sus ventanas, por sus estacionamientos; despidiendo a los que no hicieron reservaciones.

Pues sí, desde muy joven recuerdo las fiestas del “día de los enamorados” en la secundaria. Ya que antes no podría decir nada (sólo que se tome en cuenta mis primeros besos con la sirvienta de la casa, pero en ese momento no sentía absolutamente nada, además, ella era una chica de 15 años y yo apenas un mocoso de 10). Bueno pues en dichas fiestas recuerdo que teníamos que llevar un regalo para intercambiar con las chicas, lo más obvio era comprar chocolates, un oso de peluche o un globo en forma de corazón (mientras menciono estas cosas, ya me comienza a doler la cabeza y pienso que quiero vomitar; pero me contengo). Lo mejor de todo era que mi madre era quien compraba todo eso; me planchaba mi ropa “de civil” y yo salía muy angustiado con el regalo bajo el brazo.

Pasó el tiempo, y ya en la preparatoria, cuando lo más interesante es tener novia y si se podía cambiar muy seguido; mejor. Eso de ser fiel no se me da tanto, quizá un par de veces; pero no me lo propongo. Luego entonces, esas fiestas del 14 de febrero resultaron ser bastante interesantes. Ahora sí la cosa era salir a buscar pareja, impensable estar solo, era como si fuera el peor de los  pecados. Aunque una de mis primeras novias tuvo que padecer mi timidez; bueno, no es que fuera tan tímido en todo, pero lo era un poco. Así que tenía que irse acostumbrando a regalos bastante discretos: un reloj, unos aretes, un casette de su cantante favorito, unos chocolates que tenían la envoltura más sobria que encontraba. Luego entonces, después del día de los enamorados e ir a bailar. No pasaba más. En cuanto podía se buscaba a otro galán más “romántico” y yo tenía que cambiar de galana lo antes posible, sin dudarlo.

Llegó el momento de los cambios profundos, lecturas de filósofos que después me dieron miedo. Dejar de creer en dios y esas cosas. Leer todo el tiempo, no sabía hacer otra cosa. Y por consecuencia navegar con bandera anti-todo: No iglesia católica, No cursilerías, No cine comercial, No música comercial, No lecturas supérfluas, etc.

A partir de ese momento, ya entrado en los 18 años, con todo y mis argumentos decidí abandonar la vida mundana por algo más “espiritual”. Por tal motivo mis distinguidas noviecillas comenzaron a sufrir terribles desplantes san valentinianos. Prefería regalarles libros, (que obviamente nunca leían) posters de cuadros famosos, (obviamente de los pintores más conocidos: Picasso, Dalí, Miró, Frida…) CDs con mis músicos preferidos (de los cuales ellas no tenían ni idea y no les importaba); y al final, quizá llevarlas a un concierto, o al cine, pero no al cine comercial. En ese tiempo ya vivía en Oaxaca y en el cine club “El pochote” había unos maratones de cine erótico deliciosos, los cuales veíamos muy encantados. Ahí se les quitaba el enojo de mis fríos regalos y comenzaba lo bueno. Perderse en los callejones, entrar a escondidas al cuarto donde no podías meter chicas, llevarlas en taxi a casa antes de que sus padres la amenazaran con no salir nunca y regresar caminando de madrugada; porque te quedabas sin un peso.

Por fin he dejado de padecer esta fecha tan emblemática para los comerciantes y la cámara de hoteles y moteles. El tiempo me ha dado la razón y las chicas con las que he pasado los últimos días de san Valentín no me han pedido nada, ni yo las intento impresionar con regalos absurdos. Quizá a lo más que podamos llegar es a hacer el amor como locos, salir a algún lugar divertido, viajar y por supuesto, leer poesía en la cama (acto realizado con mucha frecuencia durante todo el año).

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