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Una Historia de amor    

Martes 12 de diciembre, 2017.
09:30 am
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  Maria Luisa de Villa

Oaxaca.-Era el solsticio de invierno, a finales de 1531, entre los días 9 y 12 de diciembre, cuando en el cerro del Tepeyac, sitio de un antiguo santuario dedicado a Tonantzin Cihuacóatl, diosa madre de los mexicas, se apareció rodeada de dorados rayos solares, vestida de estrellas y color de jade, con la luna menguante a sus pies, una dulce, joven y bonita señora de facciones europeas y la tez morena del amerindio.

Testigo ocular de este fenómeno sobrenatural fue el indígena macehual originario de Cuautitlán, de nombre Juan Diego Cuauhtlatóhuac. La señora del cielo dijo ser la siempre inmaculada Virgen María, Madre del Nelly Teótl, del Dios Verdadero, y pidió que se le construyera en ese mismo sitio una casa sagrada en su nombre, donde ella pudiera escuchar y dar consuelo a todos sus hijos de estas tierras mexicanas. Como prueba de su visita nos dejó cubierta de rosas, su imagen estampada sobre la tilma de Juan Diego. Este breve relato del acontecimiento guadalupano, nos es dado a conocer en lengua mexicana, en el documento Nican Mopohua cuyo significado corresponde con las primeras palabras de su primer versículo: “aquí se cuenta”. Nos dice Miguel León Portilla que inicialmente fue escrito por Antonio Valeriano hacia en 1580 y que esta contenido en el libro, en náhuatl o El Gran Sucesopublicado en el año de 1649 cuyo título en náhuatl es “Huei tlamahuizoltica omonexiti in ilhuícac tlatohcacihuapilli Santa María Totlazonantzin Guadalupe in nican huei altepenáhuac México itocayocan Tepeyácac”, “Por un gran milagro apareció la reina celestial, nuestra preciosa madre Santa María de Guadalupe, cerca del gran altépetl de México, ahí donde llaman Tepeyacac”.

 La Virgen de Guadalupe llega a México y los mexicanos le responden, la acogen de tal manera, que a través de la historia y un ferviente culto, la convierten en su abanderada libertaria, su reina, su virgen mexicana y finalmente su imagen colectiva por excelencia.

Es un proceso de reciprocidad, una historia de amor, una relación de madre e hijo que surge en el cerro del Tepeyac y nace del diálogo que se establece entre la Virgen y el mexicano autóctono en la primera mitad del siglo XVI. Ese diálogo intimo y dulce que inicia allí en la Villa del Tepeyac, al norte de la Ciudad de México-Tenochtítlan recién conquistada por Hernán Cortés, sus soldados y aliados indígenas, se da en medio del profundo dolor que en esos momentos sufren los mexicanos despojados de sus tierras.

Con la caída de la imperial ciudad de Tenochtítlan el 13 de agosto de 1521, el pueblo del sol, elegido de Huitzilopochtli, su cultura y sus dioses quedan sepultados bajo las ruinas de sus templos arrasados. Uno de tantos templos destruidos por la tropa del Capitán Gonzalo de Sandoval fue precisamente el dedicado a Tonantzin, diosa Madre de los mexicas, en el Tepeyac.

La desolación y desesperanza se expresa en el desgarrador icnocuicatl anónimo o canto triste:          


“En los caminos yacen dardos rotos,

  
los cabellos están esparcidos.


   Destechadas están las casas.

 

  Gusanos pululan por calles y plazas,
 y en las paredes están salpicados los sesos.


  Rojas están las aguas, están como teñidas.


  Y cuando las bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre.


  Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,


  Y era nuestra heredad un red de agujeros.


  Con los escudos fue su resguardo,
 Pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.

 

Hemos comido palos de colorín,
 hemos masticado grama salitrosa,
 piedras de adobe, lagartijas,
 ratones, tierra en polvo, gusanos.


Comimos la carne que apenas sobre el fuego estaba puesta.


Cuando estaba cocida la carne,
De allí mismo la arrebataba.


En el fuego mismo la comían.

 

Se nos puso precio.


Precio del joven, del sacerdote, del niño y de la doncella.


Basta: de un pobre era el precio sólo dos puñados de maíz,
Sólo diez tortas de mosco; Sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.


 

Oro, jades, mantas ricas, plumajes de quetzal,


Todo lo que es precioso,


En nada fue estimado.”

 

A partir de ese momento todo cambia, la religión, la moral, la cultura, el idioma, el arte y la raza. Los mexicanos, cuyos dioses se representaban con el sol, la luna, la lluvia y el viento, dejan de ser hijos de Tonantzin-Cihuacoátl para convertirse en hijos de Guadalupe-Tonantzin. La Virgen vino a reclamar a sus hijos y éstos, con la fuerte personalidad que caracteriza al pueblo mexicano, la hacen suya, en Ella se reconocen.

El indígena, huérfano de sus dioses, ve a su madre Tonantzin. El criollo, que ni es indio ni español legítimo, ve en Ella la legitimidad para saber quién es, ve su sueño de nación. El mestizo, despreciado por el indígena y el español, encuentra que al igual que él, Guadalupe está hecha de sustancias europeas y amerindias. Su imagen esta al lado del Tloque Nahuaque- el cerca y el junto, representa el ámbito donde coexisten las fuerzas opuestas del pensamiento occidental con las del México profundo de cosmogonías milenarias.

En su singular libro El guadalupanismo mexicano, Francisco de la Maza, visionario de la historiografía colonialista, acierta al decirnos que el guadalupanismo empieza con una dulce e inocente historia que con el tiempo y en dado momento alcanza proporciones inesperadas hasta convertirse en estandarte de nación.

Por designio divino, México es escogido para ser custodio de la imagen de la Virgen María en Guadalupe, que salvo en el caso del pueblo de Abraham, también escogido de Dios, no se conoce otro antecedente “Non fecit talliter omni nationi”. Guadalupe es central en la cultura de México, también fue central en la evangelización que transforma profundamente a los mexicanos, como bandera de la Independencia, se convierte en símbolo de libertad, Zapata la enarbola como estandarte a su entrada en la ciudad de México.

Al finalizar el segundo milenio, Roma designa al santuario del Tepeyac como centro de la nueva evangelización para América con la exhortación apostólica Ecclessia in América, en enero de 1999. El Papa Juan Pablo II pone el futuro de la Iglesia en América en las manos de nuestra Virgen morena, bajo su dulce mirada y la de millones de mexicanos. La respuesta del pueblo no se hizo esperar, el Pueblo fiel, que sabe gritar, pues hasta en sus momentos tristes ha sabido tener voz propia, sencillamente adoptó a Juan Pablo II como unos de nosotros, proclamándolo Papa Mexicano.

Guadalupe se multiplica como ninguna otra imagen, a través de millones de copias litográficas encuentra su morada en los hogares de los mexicanos, dentro y fuera de territorio nacional, como estampa, es testigo en nuestras fiestas y ceremonias, millones de mujeres mexicanas, somos consagradas a Ella desde la infancia. En su papel de mediadora es poderoso cohesionante que une a todos los mexicanos en términos de una sociedad pluricultural, un pueblo ante el mundo, en Ella estamos todos, humildes y poderosos, En las tumultuosas peregrinaciones que llegan al santuario del Tepeyac, en especial las del 12 de diciembre, se puede observar la manifestación más fiel de la religiosidad mexicana. A partir del siglo XVI, de una generación a otra, ha sido reproducida con insistencia por las manos creativas de los mexicanos. En el acto mismo de representación, los artistas y artesanos realizan un ejercicio espiritual, cumplen con un sentimiento de continuidad, un sentido de memoria colectiva.

El Nican Mopohua se da en una primera etapa de ese hermoso dialogo que sostenemos con nuestra Virgen. Pero, al fin creador de la enorme producción escultórica del mundo mesoamericano, el mexicano es visualmente sabio y enterado, sabe considerar forma y contenido con igual importancia y por ende, su visión es integradora. Si el encuentro con Guadalupe se dio mayoritariamente por las noticias de su aparición y primeros milagros, aquéllos que aún no la habían visto, tan solo por la descripción, pudieron visualizar la forma de golpe y comprender el contenido o mensaje divino del cual es portadora la Virgen María de Guadalupe. En mi visión tilmista por así llamarla, se reconoce que no hay un solo aspecto dentro del discurso guadalupano que no se inicie y regrese a la Imagen de la Tilma, la que considero como Sol del universo guadalupano.
 El historiador Jaime Cuadriello califica al santuario de la Villa del Tepeyac, que recibe a diario aproximadamente a 1200 visitantes, como “el sitio desde donde se puede tomar, en su estatura moral, el pulso del pueblo mexicano” Es en la Tilma del Tepeyac, estampada con la sola imagen de la Virgen, donde los mexicanos depositan sus oraciones y su esperanza, sus tristezas y alegrías. Ese diálogo que entabla el mexicano con la Virgen de Guadalupe, mismo que inicia hace cerca de 500 años, continúa a la fecha cada vez con mas fuerza. La imagen es sagrada y es real, se manifiesta en cada milagro que concede, en cada lagrima que le derramamos, en cada alegría y cada plegaria que le depositamos, vive en el corazón y en el pensamiento de cada mexicano, contiene la inmensa fe inquebrantable y el amor de nuestro pueblo, además de ser de tan exquisita belleza y dulce consuelo ante las innumerables dolencias que continuamente acosan a sus hijos predilectos.


*Tomado de la tesis: Santa María de Guadalupe: imagen mexicana en la pintura. 2000, UNAM

No recuerdo el momento preciso cuando entablé mi diálogo con Guadalupe. Sería de muy niña cuando me consagraron a Ella, o seria en una de las rituales visitas a la Villa. Serian las veladoras de mi madrina Lupita las que alumbraron mi camino a Guadalupe cuando aún no había visto la luz. O, será que desde siempre sostuve un diálogo con la Virgen del Tepeyac.” Lo que si sé, es que es mi adoración y en mi morada, su imagen colectiva siempre tiene su lugar. La pinto como la siento, sensual y de noble linaje, en sus misterios de diosa y de mujer, en el cerca y el junto, en su morada de rojo tezontle, en la de rojo Mitla, compartiendo espacios junto con las abuelas viejas y sabias, junto a la diosa Cuhuacóatl, la Tonantzin, la Coatlicue de la falda de serpientes, junto a la milpa y los agaves de mi tierra.                                                                                                                                                                      Maria Luisa de Villa
Felicidades en tu día, nantzin y patrona Santa María de Guadalupe!

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