El canto de las sirenas
Por Ulises Torrentera
Murciélago
Oaxaca, Oax.- Llega inadvertidamente. Un extraño ruido en la pared junto a cables eléctricos y la expectación de media docena de cuijas denuncian al extraño, cuando empieza a anochecer. Un murciélago parece atrapado entre el cableado, así que me levanto de la hamaca y con cuidado empujo leve y cuidadosamente al animal con las cerdas de una escoba. Este escapa presuroso extendiendo parcialmente las alas y planea en la sala, hasta pretender ocultase en un rincón caminando sobre sus escuálidas patas y usando los pulgares de sus alas como patas delanteras. Parece un animal indefenso, de una negritud grisácea que recuerda a los ratones. Pero hay en este quiróptero una maldad moldeada por estereotipos dracualianos. No se si es un murciélago insectívoro, frugívoro o hemofívoro… ¿cómo saberlo si apenas puedo distinguir entre los órdenes microchiroptera y macrochiroptera? Ante mi presencia vuelve a corretear de esa manera tan inusual que provoca cierto espanto. Se dirige debajo de los sillones, sube por las cortinas, vuela de un lado a otro hasta que se oculta donde no lo alcanza la escoba. Lo dejo por un momento. Me acuesto de nueva cuenta en la hamaca a esperar que se muestre para sacarlo al patio atestado de árboles donde todas las noches cientos de esos mamíferos sobrevuelan dándose un festín con los insectos noctívagos.
En es mismo patio donde zanates, decenas de pájaros llegan a la sombra de los árboles, palmeras, enredaderas y plantas que con diferentes voces alegran la mañana; es el mismo patio donde el garrobo, que vive en lo alto de una de las cuatro palmeras ha sentado sus reales pero, siempre veloz, huye ante la presencia amenazadora de los propietarios de la casa porteña.
Después de un tiempo el silencio se hace y solo las cuijas, a cuyos sonidos codificados me he acostumbrado, empiezan la incesante persecución de insectos después de interrumpir brevemente su cacería ante la presencia de ese ser desconocido que desconcertó a todos. Pero de las salamarquesas escribiré en otra ocasión pues son unas depredadoras de primer orden que bien vale la pena describir aunque sea grosso modo.
El vuelo de los insectos en busca de luz compite con el zumbido de los mosquitos que, por ser tiempo de lluvia, se han multiplicado sin cesar. No me importa que me piquen los mosquitos, lo que realmente me molesta es su insufrible zumbido que pareciera que al propósito lo provocan cerca de las orejas. Me quita el sueño. En la costa, sin un pabellón en la cama o una habitación con aire acondicionado, es imposible salir indemne de esos terribles y diminutos vampiros, que junto con las chinches se refocilan en la sangre de sus víctimas. Los piojos, en tal sentido, merecen página aparte.
Estar en la costa sin una heveas a mano resulta un suicidio. Al poco tiempo olvide al murciélago, pensando que probablemente se había marchado por la intensa luz de la estancia. No me pararía de la hamaca para colocarme un crucifijo, rociar agua bendita o esparcir ajo por la sala.
Se que la mayoría de los murciélagos comen frutos o insectos, muchos de éstos polinizan plantas y árboles, entre ellos los magueyes tobalá, así que para mi son esenciales de preservar para perpetuar la especie vegetal de donde nace uno de los mezcales más exquisitos. De ahí que la presencia o ausencia del mamífero me resultara indiferente.
Una vez que pude conciliar el sueño, me deje llevar en esa telaraña onírica como atrapado estaba en esa otra telaraña que es la hamaca. Sueño hipnogénico. El batir de unas alas me despierta sobresaltado. Recuerdo entonces al murciélago y, como si mi recuerdo amplificara la imagen, veo al ratón volador con dos hendiduras por fosas nasales, dos puntiagudas y pelambrosas orejas, un hocico embravecido y abierto con finísimos y afilados dientecillos… y sus alas extendidas, mostrando su majestuosidad pero sobre todo la reptante carrera para huir de mí.
Me levanto precipitadamente en busca del bicho. Por mas que lo busco tras las cortinas, debajo de los sillones, entre las plantas no lo hallo. Me dispongo a dormir y antes de hacerlo, otro batir de alas. Pienso en que necesito un bat para matar a ese murciélago… pero me pregunto ¿y si es inofensivo y solo busca semillas o insectos? Pero la imagen vampiresca es la que prevalece irracionalmente en mi mente, con el añadido de que ciertamente en Oaxaca hay una especie de vampiros que ataca principalmente a ganado vacuno y caprino. Al hincar el diente en la piel, segrega una sustancia que impide la coagulación. Se han reportado casos de rabia y otras fuertes infecciones que han llevado a la muerte a las personas succionadas por los vampiros.
Pero… ¿en la Costa hay esa especie? No lo se. En mi subconsciente se ha prendido una alerta que me niego a aceptar pero que es más fuerte que mi deseo. Un atavismo mediático, un prejuicio animal y un terror ancestral se imponen. No encuentro al dichoso murciélago. Una vez que la tenue luz matinal empieza a expandirse decido mantenerme insomne. Enciendo el televisor y veo una película. Ya una vez que el sol irradia a toda potencia su luz, nuevamente recorro la estancia en busca del animalejo que simplemente ha desaparecido.
Ya es de tarde, el sol se ha puesto. Poco a poco las sombras de la noche anegaran el puerto. Miro alrededor. Las cuijas empiezan a silbar… pero ahora de manera diferente a los días precedentes. No salen como en otras ocasiones. Temo que llegue la noche.
Fuente fotográfica: Por alecaldo www.flickr.com
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