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Zanate

Domingo 12 de octubre, 2008.
09:00 pm
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Zanate

El Zanate clarinero, pájaro sin adornos,

siempre volando entre pobres…

Eduardo Galeano

Una charca, bajo un almendro, es guarida provisional de una parvada de zanates, parientes menores, gárrulos y gamberros, de los cuervos que aún siendo de la misma especie, son elegantes, distinguidos pero igualmente devastadores. Los zanates brincotean alrededor de la charca con las alas extendidas, se remojan, sacuden sus cabezas con movimientos nerviosos, convulsos; espantan a otras aves que se acercan a su territorio, las expulsan con un parloteo en que se adivinan improperios, gaznan antes de arrebatar la comida a otros, chillan y después picotean a los más pequeños; otros vigilan en las ramas y ante un peligro inminente, gorjean desesperados. Los zanates tienen muchas voces porque, como toda gavilla, tienen códigos para cometer fechorías y salir bien librados, incluso imitan a otros pájaros para despistar, para engañar, para robar huevos en nidos de otras aves. De ojo avizor, el zanate deja que el campesino se acerque hasta cierto límite luego lanza la alerta pero no se mueve, sigue en su daño, atento, con la pupila negra rodeada de un amarillo perverso. Si el campesino se agacha para recoger una piedra, los pajarracos llegan a las ramas antes de que el hombre toque la piedra. Un buen campesino lleva resortera y piedras romas en mano. Tiene que acercarse disimuladamente, como quien riega, como quien hace otra labor y luego estirar lentamente la liga detrás de su brazo para que no lo vea el zanate y, en un acto, apuntar y disparar antes de que emprenda el vuelo. Mañoso, el zanate pronto aprende la lección y mide al hombre que después se contenta con solo espantar con su presencia al animal dañero. Tirar escopetazos es demasiado gasto para esta ave ictérica. El enemigo más astuto del zanate es el niño porque, furtivo, acecha detrás de los matorrales y dispara como saeta su resortera. A veces se le atina al zanate y cae despanzurrado mientras la parvada se disuelve en alharaca. Más tarde, cautos, recelosos, los zanates llega uno a uno, con desconfianza. Se acercan al caído, lo sacuden hasta que comprueban que está muerto, entonces inician una cadenciosa danza, caminan a su alrededor batiendo levemente sus alas, subiendo y bajando su pecho y moviendo frenéticamente su cabeza de lado a lado. Algunos piensan que es un rito funeral para interceder por el alma del ave por las maldades cometidas, pero todos saben que ese animal no puede tener alma de lo malo que es; otros creen que es para evitar que otros animales se lo coman, pero todos saben que siendo un ave de mala entraña su carne es magra. No lo come el zopilote, la rata lo desprecia, las alimañas le dan la vuelta, solo las hormigas negras, pequeñitas, mandan a sus esclavas porque esa carne acelera la descomposición de las hojas recortadas minúsculamente que incuban hongos que alimentarán a la nueva camada que esclavizará a otras hormigas. Solo para la maldad sirve esa carne. No falta quien diga que la bruja la usa para sus menjurjes, sus hechizos para enfermar al prójimo, enamorar a la mujer ajena, emponzoñar el alma del más pintado, tirar al marido al vicio. Hasta su mierda es corrosiva.

U.T.

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