Por Francisco Aguirre Saharrea
Oaxaca, México.- Cada uno de nosotros tenemos la capacidad de influir en nuestro entorno de distintas maneras, algunas de las cuales pueden favorecer la conservación de la biodiversidad y la mejora en el nivel de vida de los campesinos del país, y otras que propician una lógica de mercado donde lo único que importa es aumentar las ganancias de las grandes empresas sin reparar en las consecuencias sociales y ecológicas que puedan causar.
Al comprar cualquier bien o servicio, el consumidor entrega una cantidad específica de dinero, el cual es usado por la compañía productora para volver a empezar un nuevo ciclo de producción, aumentando a dicho ciclo, las ganancias obtenidas durante el ciclo anterior. Así, las "ganancias" que se obtienen por nuestras compras cotidianas pueden ser usadas para fomentar prácticas que promueven la justicia social y la conservación ecológica o prácticas que dañan al medio ambiente y refuerzan diversas prácticas de explotación humana. En este apartado hablaremos sobre estos puntos en relación al consumo responsable o consumo conciente.
[caption id="attachment_4538" align="aligncenter" width="400" caption="Una compromiso como ciudadanos es adoptar el consumo responsable como forma de vida"][/caption]
El movimiento de consumo responsable surge a partir de las repercusiones económicas, ecológicas y sociales que ha traído consigo la política neoliberal, la cual se caracteriza por la apertura de mercados, el predominio del capital y la exaltación del consumo.
Actualmente nos encontramos frente a un panorama mundial en el que “los países de altos ingresos, con sólo el 14 por ciento de la población mundial, acaparan el 75 por ciento del PIB mundial”; y las 50 ETN más grandes del mundo tienen cifras de ventas mayores que el PIB de los 150 países más pobres del planeta" (1).
Esta situación es favorecida por diversos gobiernos que otorgan mayores facilidades a las ETN en lo que se refiere a apoyos fiscales, escasas (o nulas) trabas ambientales y laborales, etcétera. Numerosos estudios señalan que de mantenerse estos niveles acelerados de producción y consumo se agravará aún más la destrucción masiva del medio, los niveles de pobreza y explotación laboral, así como la creciente migración hacia ciudades y países desarrollados.
El consumismo se fundamenta en la lógica de acumulación y competencia, en la que se fomenta el culto a la imagen individual y que ha ido gestando verdaderas generaciones acostumbradas a “usar y tirar”. Además la promoción de un producto o servicio se hace usando una cuidadosa selección de la información que se presenta al consumidor, resaltando cualidades reales e imaginarias de los productos, al mismo tiempo que oculta otro tipo de información, como algunas repercusiones ambientales (contaminación) o procesos agroindudstriales (como en el maíz transgénico, por ejemplo).
Para contrarrestar este fenómeno, el consumo responsable parte de la premisa de que al momento de elegir de manera informada sobre los productos y servicios que adquirimos, podemos influir en el mercado, es decir, en las nuevas tendencias de consumo que son permanentemente monitoreadas por muchas empresas chicas y grandes.
Esto significa que a partir de nuestro ejercicio individual de compra y la paulatina conformación de una cultura de consumo responsable, nos será posible contribuir a la protección del ambiente y a la mejora de las condiciones de vida y laborales de miles de personas, al decidir a quién le entregamos nuestro dinero. Esto es posible porque al estar crecientemente informados, tendremos más elementos para preferir un artículo producido con prácticas responsables sobre otros que buscan la reducción de sus costos con prácticas y tecnologías dañinas para el ser humano y para el planeta.