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Premio “Fernando Benítez” a reportaje sobre migrantes en Ixtepec

Sábado 06 de diciembre, 2008.
03:11 pm
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Una historia de migrantes escrita a partir de la vivencia y un reportaje gráfico sobre el daño de los pesticidas son los ganadores de la XVII edición

Oaxaca, México.- La historia “El infierno no acaba en Ixtepec” y el reportaje gráfico “La enfermedad, detrás de cada flor” han sido elegidos por su calidad narrativa, originalidad del tema y relevancia, como ganadores del Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2008.

       “El infierno no acaba en Ixtepec”, de la autoría de Carlos Ernesto y Óscar Enrique Martínez D’Aubuisson, cuenta la vida de los inmigrantes centroamericanos que intentan cruzar México y el infierno que descubren a su llegada al país. Para el jurado, este reportaje saca a la luz una historia desde las entrañas de la misma historia. Los periodistas han vivido en directo el drama de los inmigrantes y a través del buen uso del género, desde todos sus ángulos: describe, narra, contextualiza, da voz a todas las partes, establece un hilo conductor por el que circula la narración, construye un ambiente y dibuja muy bien la idiosincrasia y la psicología de los protagonistas. Crea una atmósfera de cine negro.               Por su parte, en la categoría de reportaje gráfico, el jurado decidió otorgar el Premio al trabajo titulado “La enfermedad, detrás de cada flor”, de la autoría de Patricia Aridjis Perea, que fue publicado en el diario El Universal el viernes 17 de octubre de 2008, y trata sobre los efectos de los pesticidas en las poblaciones de floricultores de la zona de Villa Guerrero, municipio del estado de México, que ocupa el primer lugar en producción de flor de corte en el país.               Además, los reportajes gráficos titulados “El inframundo”, de Germán Guillermo Canseco Zárate (publicado en la revista Proceso, núm.1653, 6 de julio de 2008) y “Los olvidados de la montaña”, de Oswaldo Ramírez (publicado bajo el título “Anacoretas” en la revista Milenio, núm.570, 15 de septiembre de 2008), merecieron sendas menciones honoríficas.               Los trabajos ganadores del Premio y las menciones, en la categoría de reportaje gráfico, fueron otorgadas de manera unánime y en acuerdo con las bases establecidas en la Convocatoria del Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2008.

 En reportaje ganador "El infierno no acaba en Ixtepec", viene a recordar el contexto actual que viven los migrantes centroamericas que cruzan por el Itsmo de Tehuantepec, ante la la serie de denuncias de desapariciones y asesinatos sin investigar y que han provocado que familiares hayan organizado  "La Caravana de la Esperanza" para la búsqueda de mujeres y hombres de El Salvado, Guatemala y Nicaragua, de los cuales hasta el momento se desconoce su paradero.

Apenas en noviembre se denunció el secustro de 13  mujeres migrantes centroamericanas en esa región Itsmeña, en donde se han acetuado los indíces de criminalidad.

 Reproducimos el adelanto del Reportaje premiado publicado en la Revista Gato Pardo número  90  en edición de mayo del 2008.

 

El infierno no acaba en Ixtepec

Un pueblo del sur mexicano es una de las primeras paradas de los centroamericanos que emigran a Estados Unidos. Al llegar, ya han sido víctimas de violentas mafias que actúan con impunidad.
 
[caption id="attachment_3545" align="aligncenter" width="500" caption="Migrantes, a la espera de un tren al norte/ Foto de Edu Ponces/Gato Pardo"]Migrantes, a la espera de un tren al norte/ Foto de Edu Ponces/Gato Pardo[/caption]
El último tren que vimos entrar en 2007 apareció por las vías de Ixtepec el sábado 24 de diciembre, víspera de Navidad, pasada la medianoche. Como había ocurrido con todos los trenes que habíamos visto, una multitud de sombras bajó de los techos de los vagones al detenerse la locomotora.
El sacerdote Alejandro Solalinde, un hombre de 62 años, delgado, calvo, con una cruz de madera colgando en su pecho, se paró en medio de los que se dispersaban por las vías. Gritó que se acercaran, que tenía algo que decirles. Sacudiéndose el espanto, las siluetas lo rodearon. “Sé lo que les ha pasado, vengan conmigo al albergue, que ahí estarán seguros”, pidió el cura. Un hombre cubría su antebrazo con un pedazo de tela empapado de sangre, dos más salían del aturdimiento de la paliza que acababan de soportar. Algunos hicieron caso, y Solalinde encabezó la marcha hacia su albergue, a unos 300 metros de donde se detienen los trenes. El refugio es un predio de unos 100 metros de largo y 30 de ancho, con dos naves de techo alto y piso de tierra, a la orilla de las vías del tren, que fue creado por Solalinde a principios de 2007. Los pocos que siguieron a Solalinde cayeron en cuenta de que la promesa del cura era cierta: ahí estaban a salvo. Se reunieron alrededor de las rústicas mesas de madera, que funcionan como comedor, y poco a poco contaron lo que acababan de vivir. Unos asaltantes habían subido al tren y habían herido con sus machetes a tres de los polizones centroa-mericanos, encañonaron a otro, al que no mataron porque se portó sumiso, y a todos les quitaron el poco dinero que llevaban. Aquellos migrantes que llegaron con Solalinde transformaron el paisaje del albergue en lo que queda de un campo de guerra: hombres y mujeres agotados se tiraron en el suelo y pidieron agua mientras algunos se frotaban sus heridas. Todos con la esperanza hecha lema que ya habíamos escuchado pronunciar a los grupos anteriores: “Ya pasamos la parte más difícil”. Ésa es una verdad a medias. Si lo que habían recorrido era el infierno, Ixtepec no forma parte de ningún purgatorio. Más bien se trata de la última caseta de cobro del estado de Chiapas, donde el Instituto Nacional de Migración captura a la mayoría de los migrantes que tratan de cruzar México en su camino a Estados Unidos, y donde todos son extorsionados por una red compleja de mafias en complicidad con las autoridades. Para llegar a Ixtepec los inmigrantes tienen que caminar entre siete y nueve días desde que cruzan el río Suchiate, que divide México de Guatemala, hasta que llegan a Arriaga, Chiapas, donde está la estación del tren. Desde allí, son once horas de camino. Si algo ha marcado a Ixtepec a lo largo de la historia es precisamente el ferrocarril. A principios del siglo xx la construcción del tren trajo al pueblo una racha de bonanza. Su cercanía con el Istmo de Tehuantepec le daba una situación privilegiada para el comercio. Los bienes iban y venían por Ixtepec y con ellos el dinero. Pero con la construcción del Canal de Panamá, el ferrocarril perdió importancia e Ixtepec volvió a ser el pueblo minero con poca agricultura y ganadería que era antes. Décadas después, con las olas de inmigrantes centroamericanos a los Estados Unidos, el tren volvió a cobrar importancia e Ixtepec cambió otra vez. El ferrocarril se convirtió en el medio de transporte más eficaz para los indocumentados que buscan cruzar México para llegar al país del norte. Trepados en los techos o escondidos en los vagones entre la carga, tratan de burlar a las autoridades mexicanas. Junto con los migrantes, aparecieron las mafias que se dedican a asaltarlos. Los agentes del Instituto Nacional de Migración, que abundan particularmente en esa zona, pertenecen a la segunda corporación mexicana que, según el estudio realizado en 2007 por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, más asalta, viola, insulta y golpea a los indocumentados. La corporación que se llevó el lugar más alto del pódium también patrulla en este sur: las policías municipales. El estudio sólo preguntó por vejaciones cometidas por miembros de instituciones de gobierno. Después de una visita a México en marzo pasado, el relator especial de la ONU para asuntos de los derechos humanos de los inmigrantes dijo estar especialmente preocupado por los casos de corrupción y extorsión a los migrantes y la violencia contra las mujeres. Los crímenes quedan impunes y, aunque reconoció algunos esfuerzos, se mostró preocupado por la poca habilidad de las autoridades para acabar con las redes de crimen organizado contra migrantes. Los más abusados, dijo, son los centroamericanos. A falta de un Estado que les garantice una mínima protección, a lo largo del camino aparecen ciertas muestras espontáneas de solidaridad de los pobladores mexicanos, y otras manifestaciones más organizadas, como las de la iglesia católica, que en ciertos puntos ofrece refugio y consuelo. “¿Verdad que ya pasamos la parte más difícil?”, nos preguntaban los inmigrantes que viajaron en el último tren que vimos en 2007. Una semana antes, Wilber sorbía un café en el albergue del padre Solalinde.
- Disfrute del texto completo en la edición de mayo de 2008. -

 

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