Por José María DE LA FUENTE/Conaculta
Oaxaca, México.- Pocas vidas de las que se tenga noticia fueron vividas tan plenamente como la de José Vasconcelos; sin embargo, se caracterizó por la constante contradicción entre sus impulsos vitales y los prejuicios católicos que le inculcó su madre.
[caption id="attachment_18660" align="alignleft" width="205" caption="Héctor Vasconcelos, habla sobre la faceta religiosa de su padre, el escritor José Vasconcelos"][/caption]
Ese fue el origen de su infelicidad y de sus torturas interiores, aseguró tajante su hijo Héctor, al abrir el ciclo de conferencias conmemorativas del 50 aniversario del fallecimiento del escritor, filósofo y educador oaxaqueño, organizado por la Biblioteca Vasconcelos de Conaculta.
El temple religioso de Vasconcelos fue el tema de esta charla, mismo que fue elegido por el conferenciante “porque creo que explica mucho de su personalidad y de su biografía, pero también de los alcances y las limitaciones de su obra literaria y filosófica”.
Con estudios de música y ciencias políticas en Harvard, Héctor Vasconcelos, también diplomático de carrera, se refirió a la forma en que la temprana e intensa formación religiosa que recibió, determinó muchos rasgos de su personalidad y contribuyó también a conformar y acotar su pensamiento, tal como este se revela en su literatura y en su filosofía.
Para entrar de lleno en el tema, comentó que mucho se ha mencionado que el carácter, el temple de Vasconcelos, mostró siempre una clara tendencia hacia el misticismo, la espiritualidad y la trascendencia. Añadió que la búsqueda del absoluto, está presente explícita o implícitamente en casi cualquiera de sus textos.
“Aparte de predisposiciones genéticas –observó–, como no iba a ser la suya una búsqueda religiosa, si su madre inculcó en él desde la más temprana edad la pasión religiosa que ella profesaba. Así lo podemos ver desde las primeras páginas del Ulises criollo, reconocido unánimemente como uno de los grandes clásicos de las letras mexicanas”.
Héctor Vasconcelos refirió que si bien muchas madres establecen un cordón umbilical sicológico con sus hijos, cuando el lazo físico ha sido cortado, pocas fundan esa liga emocional en lo religioso. “Mi abuela lo hizo, porque para ella su devoción cristiana era el elemento central de su vida. Hija de una católica devota y de un liberal, experimentó en su niñez las guerras ideológicas de nuestro siglo XIX y en medio de esas pugnas mortales, optó por lo que hoy llamaríamos el fundamentalismo religioso que legó a su descendencia”.
Recordó que su padre tuvo dos hermanas monjas y que a excepción de su hermano Samuel que era ateo o agnóstico, la tónica católica de la familia era abrumadora. Esto, desde su punto de vista repercutió en dos áreas cruciales de su vida: en lo amoroso y en lo filosófico.
Luego de mencionar a las dos mujeres con las que se casó y a los nombres de Antonieta Rivas Mercado, Tina Modotti, Fanny Anitúa y Gabriela Mistral, Héctor Vasconcelos externó que en el terreno del amor como otros órdenes, la vida de su padre tuvo la plenitud del éxtasis. “Quizá las mejores páginas de su literatura son aquellas que dedica a la descripción de su vida amorosa con sus cúspides y caídas”.
Apuntó que para un lector moderno, sus amores son en cierto sentido lo mejor de su existencia. Sin embargo, para él, fueron fuente de culpas, remordimientos y aún vergüenza.
“Es ahí donde aparece el fantasma de su educación religiosa. Una y otra vez se refiere en sus textos a las caídas y desviaciones en que incurría, para luego arrepentirse. En otros más, asocia al sexo con la culpa, sostiene la idea de que el sexo es algo pecaminoso y sucio si no tiene como único propósito la reproducción. Es una herencia malévola de la cultura judeo cristiana que él aprendió de su madre y lo torturó a lo largo de su vida”, puntualizó.
Quien fue embajador de México en Dinamarca, Islandia y Noruega, resaltó que esa culpa lo llevó a renegar de lo que debió haber sido fuente de realización y de plenitud. A tal grado que, en su vejez y azuzado por reaccionarios confesos como Salvador Abascal, “cometió la aberración de consentir a la publicación de una versión expurgada de su obra autobiográfica para que ésta pudiera estar al alcance de las almas puras. Por fortuna, esa versión castrada de la autobiografía es ya un remoto recuerdo vergonzoso”.
Sin poder ocultar cierta tristeza, expresó que “cuando lo veo pleno de admiración por su talento literario, por la genialidad de su carácter y por su originalidad, casi no puedo concretar una página suya sin encontrar algo que me provoque un rechazo profundo por lo que percibo como un resabio de esa cultura conservadora que le fue inculcada en la niñez”.
Héctor Vasconcelos reveló que su padre quería ser recordado especialmente por sus aportaciones filosóficas, en tanto le concedía escasa importancia a sus libros autobiográficos y a sus ensayos; tampoco le concedía gran importancia a su labor como rector de la UNAM y como secretario de Educación Pública.
“La posteridad no le otorgó la razón –precisó. Cincuenta años después de su fallecimiento, ya es posible observar que la parte menos viva de su obra, lo que menos ha interesado a las generaciones posteriores y a los especialistas, es precisamente la obra filosófica”.
Si bien opinó que se trata del único intento en Latinoamérica por producir un sistema filosófico integral, la de Vasconcelos es una filosofía sin seguidores, sin discípulos, sin escuela, como lo señaló ya en los años cincuenta Octavio Paz.
Ya para concluir Héctor Vasconcelos aventuró una hipótesis: “creo que la razón por la cual la filosofía vasconceliana no suscita interés hoy día, tiene que ver con lo que he venido sosteniendo a lo largo de la plática, el peso de las ideas religiosas subyacentes como elemento que determina y limita la vida intelectual de Vasconcelos”.