Maribel SÁNCHEZ/FIL 2009
Oaxaca, México.- ¿Qué es lo que pasa por su mente cuando escribe? ¿A qué edad comenzó a escribir? ¿Qué poema es el que más le gusta y por qué? ¿El amor es visto en nuestros tiempos todavía como una enfermedad? ¿Cómo le hace para escribir? ¿Qué es lo que siente al escribir una obra? ¿Qué fue para usted expresar todas esas injusticias en su libro?
Esas fueron algunas de las preguntas con las que los jóvenes “bombardearon al flamante ganador del Premio Cervantes, convertido en un adolescente más, quien respondió con la paciencia de quien se sabe entre amigos y no quiere que la conversación termine.
[caption id="attachment_35973" align="alignleft" width="200" caption="Mil jóvenes lee "Las Batallas en el desierto" con el escritor José Emilio Pacheco/Foto© FIL / Michel Amado Carpio"]
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José Emilio Pacheco participó así en la actividad Mil jóvenes leen
Las batallas en el desierto y el Salón Juan Rulfo no fue suficiente para todos aquellos que quisieron escuchar, de viva voz, al escritor mexicano.
Apenas apareció en el escenario, los aplausos estallaron con fuerza. Y con buen humor, el homenaje que la FIL rinde a Pacheco comenzó con un diálogo entre el poeta y novelista, y el también escritor Xavier Velasco, quienes pronto dieron paso a las preguntas del público.
¿Qué es lo que pasa por su mente cuando escribe?: “La necesidad humana del relato. Todas las relaciones humanas están basadas en cosas que nos contamos. El chisme, la narración y el relato tienen el mismo origen. La novela y el cuento son grandes chismes”.
José Emilio Pacheco, visiblemente emocionado y atento a las preguntas que surgían del público, se confesó “muy torpe para muchas cosas”, menos para escribir. Y respondió: “Comencé a escribir antes de saber escribir. Mis abuelos me contaban cuentos que me gustaban tanto que quería que continuaran”. Agregó que era aficionado a las historietas y que ya en sus tiempos “se decía que ésa era una juventud bárbara porque sólo leía cómics”.
En medio del barullo general, una chica tomó el micrófono para contar cómo, en Las batallas en el desierto, los padres de Carlitos, el protagonista, piensan que está enfermo por enamorarse de la madre de su amigo. Y soltó la pregunta: “¿El amor es visto en nuestros tiempos todavía como una enfermedad?”. El amor, contestó el autor, “siempre ha sido visto como una enfermedad”. Durante la conversación, también explicó que “Graham Greene dice que a cualquier edad puedes tener un amor trágico, pero los amores más trágicos son los de la infancia y la vejez”.
El escritor mexicano relató que quiso situar la novela antes de la aparición de la TV: “La televisión en México comenzó en 1950, con la transmisión del informe del presidente Miguel Alemán”. Más adelante dijo que la versión cinematográfica de su novela, titulada
Mariana Mariana, “es difícil de entender si no se ha leído el libro, porque en la novela está la sustancia, que es la corrupción política de la época”.
Como quien de pronto recuerda algo olvidado hace mucho tiempo, contó cómo en una ocasión coincidió con Alemán, quien le pidió que le dedicara su libro: “No supe si ser irónico o disculparme, así que escribí: ‘Para el licenciado Miguel Alemán, porque sin él no existiría este libro’”.
Cuando se le preguntó si estaría de acuerdo en que sus libros se digitalizaran, habló de que su actitud es ambigua y hasta contradictoria. Para ejemplificar, habló de que “noventa por ciento de los ejemplares [que circulan de
Las batallas en el desierto] son piratas”, lo que produce pérdidas a toda la cadena de la industria editorial. Pero, agregó, “también estoy agradecido con los señores piratas”.
Sobre si
Las batallas en el desierto es un libro basado en su propia vida, dijo que sólo “es autobiográfica la época y el ambiente”, y señaló: “Me gusta que la gente crea que es una autobiografía, porque significa que conecta con la novela”. El tiempo, literalmente, voló.
El joven José Emilio Pacheco quiso continuar con la conversación, pero tuvo que retirarse, en medio de sonoros aplausos. Al final, se acercó hacia un grupo de jóvenes y, antes de desaparecer por una puerta, les dio las gracias y les regaló, a todos los presentes, una gran sonrisa.