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Migrantes, en la mira de “Zetas” en la frontera con EU

Domingo 27 de diciembre, 2009.
09:26 am
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Agencias   Oaxaca. México. Teníamos como media hora descansando a la orilla del tren en la estación de Coatzacoalcos cuando llegaron cinco hombres armados y nos levantaron a patadas. A punta de groserías nos subieron a unas camionetas. Íbamos bien apretados, uno encima de otro. Nos pidieron agachar la cabeza y no hacer ruido. En el camino vimos que las luces de una patrulla se acercaban, un muchacho les hizo señas y uno de ellos nos dijo: Ni se alegren porque ellos son de los nuestros. Las luces se alejaron junto con nuestras esperanzas”.   Abigaíl estuvo secuestrada nueve meses. La sola mención de la ciudad de Coatzacoalcos en Veracruz la hace estremecerse. Le recuerda las largas horas, días y semanas de vejaciones, maltrato y horror que vivió en diferentes casas de seguridad, instaladas por supuestos integrantes del cártel de Los Zetas para retener a migrantes centroamericanos, mientras extorsionan a sus familiares. “Yo no tengo a nadie en Estados Unidos que pudiera pagar por mi rescate, por eso me obligaron a trabajar para ellos”.   [caption id="attachment_38077" align="alignleft" width="234" caption="Autoridades ubican claramente los puntos de mayor peligro para los centroamericanos, pero los plagios siguen ocurriendo."]Autoridades ubican claramente los puntos de mayor peligro para los centroamericanos, pero los plagios siguen ocurriendo.[/caption]   Su voz apenas se escucha cuando revela que era la encargada de darle de comer a los secuestrados y de lavar la ropa de los jefes. Diario cocinaba frijoles y arroz para los cautivos. Cuando entraba a los cuartos, donde los mantenían amarrados y vendados de los ojos, tenía órdenes de arrimarles los platos y salirse.   Las cicatrices del horror se aferran a su mente. “Muchas noches no puedo dormir, porque siento que me están vigilando o me despierto sobresaltada ante cualquier ruido”. Relata que en las madrugadas traían más gente secuestrada a las casas o aprovechaban para sacarles a golpes los números de teléfono de sus familiares en Estados Unidos o en Centroamérica. “A algunos los golpeaban tanto que ya no podían ni moverse, a esos se los llevaban y ya no los volvía a ver. Me tocó lavar ropa ensangrentada y con pedazos de piel. Eso es algo que no puedo borrar de mi mente”.   Un día de noviembre de 2008, Abigaíl salió de El Salvador. Dice que cruzó Guatemala sin problemas. Ya en México, de combi en combi llegó hasta Tenosique, Tabasco. Ahí espero, a la orilla de las vías, la salida de un tren de carga. Logró subirse en uno de los vagones y por 12 horas viajó aferrada “hasta de las uñas” a la bestia de acero.   “Llegamos a Coatzacoalcos muy cansados, por eso nos dormimos para esperar el otro tren. Los Zetas nos agarraron desprevenidos. Éramos como 50 migrantes. No recuerdo el rostro ni la nacionalidad de ninguno. En nueve meses vi pasar a cientos de personas por el mismo calvario”.   Sonríe muy poco. A sus 30 años dice que está muy cansada. Ahora lo que más anhela es regresar a su tierra con sus hijos y su madre. Ya no quiere llegar a Estados Unidos, “ya no vale la pena”. Un cierto brillo aparece en rostro cuando recuerda la forma en que fue liberada. “Una noche hubo varios operativos del Ejército y uno de los jefes que había sido muy abusivo conmigo me dijo: váyase morena y trate de no recordar todo lo que vio aquí. Cuando empecé a caminar pensé que me iba a matar por la espalda, pero a cada paso agarré confianza y me eché a correr. Fueron segundos muy largos de miedo y desesperación, hasta que me vi segura debajo de un puente. Ahí empezó otra etapa de mi vida”.   Son como “cervatillos”   Los migrantes centroamericanos al llegar a territorio mexicano se convierten en “cervatillos perseguidos por sus depredadores”, dice Erving Ortiz, cónsul de El Salvador en Veracruz. “Los delincuentes asechan a sus víctimas a la orilla de tren”.   Los testimonios de los entrevistados por el diplomático revelan que lo primero que hacen los secuestradores es segregarlos por nacionalidades. “Pensamos que a los salvadoreños los agarran porque saben que casi todos tienen a un familiar en Estados Unidos. Tal vez creen que por eso tienen más capacidad de pagar lo que les piden de rescate”.   A los hondureños, dicen los migrantes, por más que los castiguen no hay forma de sacarles dinero y los sueltan, muy golpeados. “Los liberan porque les representan gastos”.   Migrantes, autoridades, defensores de derechos humanos y pobladores, ubican claramente los puntos de mayor peligro para los centroamericanos. No es un secreto que la ruta que comienza en Tenosique, Tabasco, y llega hasta Coatzacoalcos, Veracruz, es de alta peligrosidad. Pero los secuestros siguen ocurriendo.   Erving Ortiz comenta que sus connacionales señalan a las comunidades de Tierra Blanca, Coatzacoalcos y Medias Aguas como los lugares donde se cometen hechos “muy sangrientos y crueles contra la migrantes”.   El pasado mes de junio la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) presentó el Informe Especial sobre los Casos de Secuestros contra Migrantes. En ese documento se señala que los estados de Tabasco, Veracruz y Tamaulipas concentran el 62.63% de los 9 mil 758 casos de plagios cometidos contra centroamericanos de septiembre de 2008 a febrero de 2009 en el país.   Eduardo Ortiz Castro, coordinador de la oficina regional de la CNDH ubicada en Coatzacoalcos, Veracruz, admite que “a seis meses de que fue la presentación del informe sobre secuestro, el delito no se ha detenido, existe todavía gente de carne y hueso que refiere haber sido sujeta de plagio”.   Víctimas recientes narran a Ortiz Castro que fueron secuestrados por un grupo armado con rifles de alto poder, a todos los llevan a casas de seguridad, extorsionan a los familiares mediante llamadas telefónicas, a quienes les solicitan que depositen el dinero en diversas empresas dedicadas al envío y recepción de remesas. Recogen el dinero y luego los dejan ir. No sin antes haberlos golpeado y amenazado de no denunciar. “En la plaza, el modus operandi sigue siendo el mismo. Nada ha cambiado”.   Contubernio u omisión   El senador Francisco Herrera León, presidente de la Comisión de Asuntos Fronterizos Sur, advierte que este delito se ha convertido en un negocio muy lucrativo, “por la participación de la delincuencia organizada y la infiltración que actualmente hay en las instituciones”.   El legislador priísta, explica: “Para que exista esto debe haber un vínculo de corrupción entre delincuentes y autoridades. Lamentablemente, a nivel federal, estatal y municipal, hay funcionarios que facilitan el trabajo de las bandas criminales, lo que ha hecho posible que este delito sea un gran negocio para algunos y una terrible pesadilla para otros”.   Mauricio Farah, quien ha estudiado el fenómeno migratorio desde hace cinco años, opina que ante la desatención política que ha habido durante décadas sobre el tema, “al migrante se le ha entregado a los malos elementos de algunas corporaciones policiacas, abusan de ellos y luego los entregan a la delincuencia común y organizada”.   Farah dice que los centroamericanos le han dicho que pasar por México para tratar de llegar a Estados Unidos es un viacrucis, que cada día se vuelve peor. “Hace cinco años había denuncias de extorsión y robo, por parte de las autoridades o agresiones de los integrantes de la Mara Salvatrucha, pero ahora casi nadie se libra del secuestro”.   “La migración indocumentada en nuestro país se ha pintado de sangre y de violencia, alentada por la corrupción, toda vez que las autoridades responsables de administrar justicia participan en este ciclo de abuso y agravio contra los migrantes, y en vez de administrar justicia, administran el delito”, denuncia Farah.   “A mí me secuestró la policía, y luego me entregaron a Los Zetas. Y es que hay policías y gente de Migración que agarran a los migrantes y los entregan con Los Zetas para que ellos cobren y los pasen al otro lado, pero a otros los matan y nunca los entregan. Ellos están relacionados…() Nos consta porque vemos a oficiales de Migración y a los policías que los entregan a Los Zetas”, se lee en el testimonio que personal de la CNDH compiló en el documento Bienvenidos al infierno del Secuestro.   Recientemente la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió la recomendación 50/2009, dirigida a la presidencia de la Mesa Directiva del Congreso de Puebla y al ayuntamiento de Rafael Lara Grajales, donde se establece que 21 migrantes centroamericanos permanecieron secuestrados por integrantes de la organización criminal denominada Los Zetas, así como por policías locales, quienes violentamente los detenían en las vías del tren.   En 2007, año en que señalan defensores de los derechos humanos como el inicio de esta industria delictiva, el organismo emitió la recomendación 65/2007, dirigida a la Procuraduría General de la República, al gobernador de Oaxaca, al presidente del Congreso del estado, así como a las autoridades del ayuntamiento de Ixtepec, en la que se acredita que elementos de la policía municipal participaron en el secuestro de 12 migrantes, entre ellos, cuatro menores de edad, tres mujeres y cinco hombres.   Marcados por la violencia   Ángeles Caballero, del Centro de Estudios Fronterizos y de Promoción de los Derechos Humanos en Reynosa, Tamaulipas, denuncia la alta incidencia de secuestros que se cometen en la ciudad. “El trabajo de las policías deja qué desear, porque aunque las víctimas den santo y seña de donde están las casas de seguridad, regularmente no pasa nada. No al menos en cuestión de justicia”.   El daño que sufren los migrantes es irreversible, lamenta. “Cuando salen de las casas de seguridad vienen emocionalmente destrozados. Han vivido por lo menos dos meses de golpes, maltrato, hacinamiento, hambre y sed. Eso no se borra con nada”.   Lo peor, dice, es que cada año aumentan los casos y la violencia contra ellos. “Unos pocos se hacen ricos con el dinero y tranquilidad de los más pobres”.   A la oficina de Ángeles llegó un joven de 17 años, al que secuestraron dos veces. La primera en Coatzacoalcos, cuando su madre pagó el dinero que le exigían, lo soltaron en calles de Reynosa, Tamaulipas, a donde lo habían trasladado. Otro grupo lo agarró y trataron de extorsionar otra vez a su familia. Ya no hubo con qué liberarlo y estuvo cautivo por tres meses y para tener espacio para otras víctimas.   “Lo encontramos en la calle, llorando. Así estuvo tres días sin parar. Venía demacrado, no dejaba de temblar, estaba muy asustado. No paraba de decir lo que le había pasado. Lo desnudaban y lo golpeaban en el baño, en las nalgas”.   Christian, como dijo llamarse, comentó a Ángeles que en las casas de seguridad no se duerme por miedo y porque son vigilados todo el tiempo, además temen que en cualquier momento los maten. Viven en la zozobra y el pánico. “Quedan marcados, inseguros, tienen problemas de autoestima, se vuelven paranoicos, no quieren hablar, de cien sólo uno denuncia”.   Lo peor, “están a unos pasos de lograr su meta de llegar a Estados Unidos y nos piden que los llevemos a migración para que los deporten. De cien, ochenta ya no quieren cruzar. Se regresan a sus tierras. Ya no les quedan fuerzas para seguir. El sueño se convirtió en pesadilla”.

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