UNAM/Investigación
Oaxaca, México.- Los mayas integraban un pueblo de escritores. Todo servía para escribir, y lo hacían en todas partes; sus inscripciones quedaron grabadas, pintadas o modeladas en códices, estelas, monolitos, altares, piedras circulares, dinteles, paredes, escaleras, tronos, piezas de cerámica, objetos de jade, orejeras e, incluso, en su propio cuerpo; según algunos cronistas españoles, se tatuaban su nombre en el brazo.
El registro más antiguo que se tiene de la escritura maya es la estela 29 de Tikal, que data del año 292 después de Cristo. La fecha está grabada con signos llamados “variantes de cabeza”, señaló Maricela Ayala Falcón, investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas (IIFl) de la UNAM, experta en el tema.
En esa cultura, el ah tzib era el escriba e historiador, y el yuxul el grabador, pulidor y bruñidor. En un mismo texto pudieron trabajar varios ah tzib y yuxul. Existen escritos en los que el primero era de la familia real, y el yuxul pertenecía al gobierno. Entonces, la escritura estaba aparentemente en manos de la élite, comentó.
¿Escritura fonética o ideográfica?
[caption id="attachment_33029" align="alignleft" width="300" caption="La escritura maya en constante estudio"][/caption]
Los estudios sobre la escritura maya se dividen en paleografía, si está sobre un material suave, como pergamino o papel, y epigrafía, sobre uno duro, como piedra, ladrillo, bronce o madera.
Por largo tiempo, se discutió si el sistema de signos de esa cultura era fonético o ideográfico; a mediados de la década de los 80 del siglo XX, apoyado en los descubrimientos realizados en los últimos 35 años, el investigador estadounidense David Stuart, hizo un trabajo sobre 10 glifos, con el que demostró que era fonética.
“Si fuera ideográfica, resultaría complicado descifrarla, pero como es fonética, se puede leer. Si este glifo es ‘ti’ y este otro ‘mi’, tienen que ser ‘ti’ y ‘mi’ en todos los casos”, explicó Ayala Falcón.
Asimismo, en 1950 el ucraniano Yuri Valentinovich Knorosov concluyó que la escritura maya era silábica, lo que ya había sido sugerido en los años 40 por el lingüista estadounidense Benjamin Whorf.
Que sea silábica significa que cada uno de los signos tiene el valor de una sílaba, no de un fonema o letra. La palabra “investigadores” tiene seis sílabas, por lo que en esa escritura corresponderían seis signos o grifos, ejemplificó.
Así, al unir dos o más glifos se forman palabras, que a su vez forman oraciones y textos, y hasta capítulos de libros; tal es el caso de los códices. Además, un mismo glifo puede tener diferentes funciones y lecturas, lo que hace más complicado su estudio.
Posteriormente, el arqueólogo David Kelly, interesado en el trabajo de Knorosov, intentó leer silábicamente los jeroglíficos de monumentos de Quiriguá, Chichén Itzá, y algunos códices, pero fue más allá, trató de considerar la escritura en su conjunto, es decir, el ‘cartucho’ completo o palabra, y no sólo glifos separados, apuntó la investigadora universitaria.
Herramienta valiosa
Una herramienta valiosa para el estudio del sistema de signos de esa cultura es el catálogo de glifos, realizado por el epigrafista inglés Eric Thompson, quien los estudió uno por uno.
“En 1963 se publicó La escritura de los indios mayas, en la que Knorosov explicó su método para leerla. Sin embargo, en el contexto de la Guerra Fría, y debido a la antipatía de Thompson hacía él, la obra, inicialmente, no fue tomada en cuenta”, relató Ayala Falcón.
[caption id="attachment_33030" align="alignright" width="300" caption="La zona arqieológica de Tikal"][/caption]
Entonces ya se consideraba a la maya, la escritura prehispánica más desarrollada en América.
En 1950, Eric Thompson publicó una serie de glifos que identificó con el nombre de “grupo acuático”, porque presentaban unos circulitos que relacionó con el agua. En su obra Maya Hieroglyphic Writing: An Introduction, los clasificó por ciudades: el grupo acuático en Quiriguá, el grupo acuático en Copán, el grupo acuático en Palenque, el grupo acuático en Yaxchilán.
Nueve años después, el investigador alemán Heinrich Berlin, avecindado en México, encontró lo que llamó el glifo emblema. “Fue a ver las inscripciones de cada localidad y observó que, además del grupo acuático, cada una tenía un signo propio más grande. Al no saber si cada uno era el nombre geográfico, de una deidad o de un linaje, optó por llamarlos glifos emblema. Actualmente se sabe que se refieren un territorio y al Señor del mismo”, acotó la investigadora.
Gramática
En los códices mayas, cuando los dioses aparecen en cierta actividad hay un cartucho que se repite; por ello, Knorosov concluyó que ese cartucho tenía que ser un verbo y empezó a ver los distintos elementos que componen una gramática: sujeto, verbo y objeto.
Ahora, los expertos comienzan a encontrar las particularidades de la escritura, como que refleja totalmente un idioma, tiene pronombres de primera, segunda y tercera persona, y pasado, pluscuamperfecto y futuro, apuntó
“Todo lo anterior es resultado del trabajo de antropólogos, lingüistas, dibujantes e historiadores de muchos países. Es un logro de esta nueva generación de mayistas”, consideró Ayala Falcón.
Textos históricos
En 1960, Tatiana Proskouriakoff publicó su estudio sobre las inscripciones del sitio maya de Piedras Negras, Guatemala. Se percató que las inscripciones de algunas estelas asociadas a un determinado edificio tenían fechas que correspondían a la vida de un individuo y ciertos grifos, y llegó a la conclusión de que la más temprana pertenecía al nacimiento del personaje desconocido, y la última a su muerte.
También descubrió que había fechas intermedias que correspondían al momento en que fue designado heredero y cuando fue entronizado, relató.
Posteriormente, prosiguió la universitaria, publicó en la revista Estudios de cultura maya, de la UNAM, dos trabajos sobre Yaxchilán, Chiapas, en los que comprobó que esa escritura relataba hechos históricos y refería dinastías, linajes, hijos, capturas y captores.
A partir de los estudios de Proskouriakoff, se modificó el enfoque sobre los escritos de esa cultura, pero aún no se podían leer; este problema lo resolvió en los años 80 David Stuart, al probar su condición fonética.
“Con Stuart vino el gran cambio, se intentó leerla, no interpretarla, y en ese proceso se ha avanzado de modo notable”, concluyó Ayala Falcón.
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