Nacido en la ciudad de México hace 61 años, e hijo de otro gran poeta, Efraín Huerta, el propio David ha dicho de su labor: “Soy un escritor de poesía más bien tradicional. Yo diría que lo que hago es una poesía de imágenes, de metáforas, de símiles, de metonimias, de todo tipo de tropos, de figuras del lenguaje. Más que el culto o la devoción de la imagen, tengo la certeza de que todavía a través de las imágenes podemos decir cosas que nos ayuden a vivir, un poco al margen del mercado, si eso es posible”.
David Huerta, de quien este año la Dirección de Publicaciones del Conaculta reeditó sus poemas de amor contenidos en el volumen Historia, estudió filosofía y letras inglesas y españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde trabó amistad con otros poetas como Rubén Bonifaz Nuño y Jesús Arellano, quienes le publicaron su primer libro de poemas El jardín de la luz, en 1972.
En una entrevista reciente, publicada en la Revista de la Universidad de México, le contó a la periodista Guadalupe Alonso sobre su infancia en la colonia del Periodista, sobre sus lecturas de Neruda y Pellicer y cómo conoció a gente “de izquierda”, como Benita Galeana y escritores como Renato Leduc, Edmundo Valadés y el costarricense Alfredo Cardona Peña, entre muchos otros.
“Me gustaría –recordó en aquella charla– hablar de mi madre porque es natural que mucha gente piense que, porque yo escribo poesía, mucho tiene que ver con mi padre y es verdad, pero también tiene que ver con mi madre que era una gran lectora y una mujer muy inteligente, muy sagaz, Mireya Bravo se llamaba… Ella fue la primera lectora seria de mis poemas. Le tenía una gran confianza y era una persona muy lúcida, de una mirada muy penetrante cuando se trataba de leer o de examinar un texto”.
David Huerta, Premio Carlos Pellicer 1990, es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 1993. En 1970-1971, fue becario del Centro Mexicano de Escritores; allí comenzó a urdir sus primeros versos.
Sobre el peso de la figura de su padre, Huerta recordó en la citada entrevista con Alonso no sólo el papel que tuvo como poeta sino como padre, sus salidas al cine, pues Efraín fue reseñista cinematográfico y de futbol.
“La gente suele preguntarme si me pesa mucho la figura de mi papá y durante muchos años sí me pesó, aunque después, en un diálogo constante con él o con su queridísimo fantasma (murió en 1982), todo eso se ha ido ventilando, se ha llenado de aire y de luz, de aire circulante. Ahora ya no hay ningún problema, en buena medida porque creo que nunca escribiré tan buenos poemas como los que escribió él, así que esa es una especie de extraño consuelo que tiene la forma de una resignación literaria. Yo escribiré lo mío, sin embargo”.
Autor de 13 libros de poesía, entre los que destacan: Cuaderno de noviembre (Era, 1976; Conaculta 1992); Versión (Fondo de Cultura Económica, 1978; Era, 2005); Incurable (Era, 1987); Historia (Ediciones Toledo, 1990; Conaculta, 2010); La música de lo que pasa (Conaculta, 1997) y El azul en la flama (Era, 2002), la poesía de Huerta ha sido traducida al inglés, francés y finés, entre otras lenguas.
Sobre su obra, el escritor Ignacio Solares ha dicho: “A partir de Cuaderno de noviembre (1976), su segundo libro, Huerta exploró los caminos del versículo o verso extenso que nos recuerda a Paul Claudel, Ezra Pound, Eliot y, en nuestras letras, a Pablo Neruda, José Carlos Becerra y José Lezama Lima, por citar sólo algunos nombres. En este sentido, David Huerta es un poeta barroco, devorador de tradiciones y poéticas, de formas y estrategias.
“La búsqueda de una voz propia es el rasgo característico (y quizá más doloroso) de un poeta: esa voz será la deidad personal (el demonio socrático) que de alguna manera le dictará cuanto escriba... Este tipo de versificación ondulante, que se ramifica en distintas direcciones, permite a David entablar vivos contactos entre la razón y la emoción, entre la narración y la reflexión, de una manera, decíamos, original y propia”, añade Solares en La Jornada Semanal.
¿Qué es la poesía de Huerta? –se preguntó Guillermo Sheridan en Letras libres– “Lo que la frase redime, lo que el discurso acarrea en esta poesía precisa y serenamente implosiva es, una vez más, la cardinal virtud de la imagen para constatar la cosa, para cimbrarla en su fluctuación y en su veleidad: la imagen incide, penetra, se hace de las cosas prendiéndolas de los bordes con sus hilos evanescentes”.
“La unidad significativa para Huerta es la imagen y la oración. Sus imágenes, elaboradas, reptantes, tienen la rara virtud de no darse como tales. No golpean, no apuntalan el discurso ni lo culminan, sino que lo inseminan, lo plagan de su devaneo: nacen y se desarrollan como una reacción en cadena: no es la bolsa que estalla llena de monedas, sino la paciencia de un avaro que saca renuente su oro del monedero”, concluye el también poeta e investigador literario.
Huerta, traductor de poesía y ensayista, también ha ejercido el periodismo, como columnista de Proceso, El Universal y la Revista de la Universidad de México, entre otros medios impresos. Ha sido secretario de redacción de la Gaceta del Fondo de Cultura Económica y coordinador de talleres literarios de la UNAM, INBA e ISSSTE, así como maestro de literatura en cursos de la Fundación Octavio Paz y de la Fundación para las Letras Mexicanas.