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Lunes 06 de diciembre, 2010.
03:14 pm
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Fernando LOBO/ Oaxaca Libre Oaxaca, México.- Supongo que no deberíamos darnos por sorprendidos: que la Secretaría de Seguridad Pública es antagonista de la Procuraduría General de la República y por lo tanto no comparten información, que el ejército es ineficaz y se encuentra dividido, que el espurio Calderón muestra síntomas de estres, que nuestros servicios de inteligencia son un desastre, eso ya lo sabía la señora que prepara jugos y licuados en el mercado de mi barrio.   En todo caso, la nota periodística se encuentra en la exhibida capacidad de análisis político de la diplomacia encabezada por la jefa Clinton, quien, según lo leído, no rebasa los niveles del rumor y del chismorreo: un análisis sustentado en patologías, berrinches, querencias y manías de los gobernantes, en el que poco o nada inciden los procesos sociales, las instituciones o las organizaciones civiles. Aunque tampoco esto sorprende demasiado. Dicha perspectiva corresponde a una lógica que va más allá del período presidencial de Obama: el imperio no observa complejos entramados de relaciones sociales, el imperio observa “líderes”. Es más fácil.   wikileaks2Lo que me suena interesante, al menos como punto de partida para un análisis del discurso, son las reacciones de algunos de estos insignes estadistas balconeados.   Nadie niega la autenticidad de lo publicado en Wikileaks, por la sencilla razón de que los autores de las frases (funcionarios diplomáticos) no intentaron siquiera poner aquello en duda. He ahí lo interesante: ¿cómo reaccionan los políticos profesionales, especialistas en ocultar realidades, cuando la realidad ha sido enunciada desde otro lado? Resulta imposible matizar cuando la fuente es el Departamento de Estado, desde donde se pretendía controlar un monopolio global de las certezas.   Veamos.   Hamid Karzai, presidente títere de Afganistán, dice que lo mejor es “no confiar en las filtraciones, por el bien de Afganistán”. Las filtraciones, claro, de corrupto no lo bajan. Calderón, en impersonal mensaje de Twitter, lanza una “condena categórica” a lo publicado, como si se tratase de atentados terroristas.   La Secretaría de Relaciones Exteriores asegura que los cables “están descontextualizados” (lo que sea que eso signifique). El presidente Obama prohibió a sus empleados leer los documentos, aunque ya sean públicos. Me recordó a mi profesora de civismo de la escuela secundaria, que nos prohibía masturbarnos, aunque estuviéramos en casa.   Dado que estas publicaciones no constituyen un delito en Suecia, la justicia estadounidense persigue a Julian Assange por delitos sexuales, al más puro estilo de un procurador oaxaqueño. Y Clinton, responsable en primera instancia de esta monumental fuga de información, no ha atinado más que a pedirle disculpas a la presidenta de Argentina, por investigar oficialmente su situación siquiátrica.   En gran medida, diplomacia significa hipocresía, y tal vez sea mejor así para todos. Sin embargo, he de admitir que resulta divertido, aunque sea por unos días, ver a un montón de políticos hipócritas contra la pared.   El problema, me parece, es que en todo este gran circo de contradicciones, la prensa mexicana ha minimizado lo trascendental.   Fue el Washington Post, y no la prensa mexicana, el medio que divulgó el entrenamiento de marinos mexicanos por asesores del ejército norteamericano (de hecho, los medios mexicanos se han limitado a replicar lo publicado en diarios extranjeros en vez de analizar directamente Wikileaks, pero dejemos eso). Previsiblemente, en Los Pinos negaron lo innegable. Por el contrario, la Casa Blanca confirmó el dato.   De esa y otras filtraciones, se desprende que Washington está interesado en un ejército mexicano ocupado exclusivamente en cuestiones domésticas y una armada mexicana que se subordine al Comando Norte. Eso también lo entiende perfectamente la doña de los jugos. Y eso es geopolítica, es decir, parte de la estrategia implementada por E.U. para sostener el orden unipolar por medio del militarismo. Desde esa óptica, el Plan Mérida y nuestra absurda guerrita antidrogas no son más que subterfugios. Eso tal vez explicaría porqué un problema de salud pública (las adicciones) se intentó resolver con ráfagas de metralleta y granadas de fragmentación, provocando un problema de seguridad mucho mayor.   Pero por lo visto, a los mexicanos nos aburre la geopolítica. Nosotros seguiremos interesados en el pleito García Luna-Medina Mora, en nuestros adorados escándalos por corrupción, en los poderes ocultos del Chapo Guzmán y en el probable alcoholismo de nuestro espurio presidente. Es más fácil
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