Copelia MALLÉ
Oaxaca, México.- Los artistas plásticos, Cristina Luna, Ivonne Kennedy, Manuel de Cisneros y Virgilio Santaella participan en la exposición “Sin título” que se inaugurará este spabado 6 de agosto en la Biblioteca Hestrosa a partir de las 19:00 horas.
Al respecto esta exposición, el escritor Jorge Pech describe:
Vivimos en sociedades que se ufanan de su irrealidad. La triste ontología de nuestro tiempo quiere que el ser se valore por renunciar a su esencia y a toda trascendencia. De ahí el afán por circunscribirse a lo virtual, a una superficie etérea que evada toda profundidad, pues la realidad electrónica es apariencia sin base, figura sin carne, representación y no presencia. En esas condiciones, no resulta extraño que en nuestros días el arte se vacíe de contenido con la consigna de expandirse por todas partes sin ahondar en ninguna. Hay quien llame a este proceso, evolución; un observador perspicaz bien podría corregir: extinción.
De hecho, la sociedad del espectáculo en la cual nos asentamos (sin poder afincarnos) se vanagloria de asistir a la extinción de las artes tradicionales. Según la moda cultural, cuatro milenios de arte son demasiados y es hora de enterrar tantas centurias presididas por el objeto; se pregona que la imagen electrónica es más poderosa que la presencia convocada, porque cualquiera puede adjudicarse esa imagen en todo instante y sitio; por el contrario, la presencia es limitada por un lugar y un tiempo, pero sobre todo por el compromiso de compartir con lo convocado un momento y un ámbito concretos.
El arte que se satura de irrealidad, cede a la tentación de lo aparatoso. Si en el siglo XX una posición de avanzada incluía la negativa a los grandes formatos (como los murales), en el siglo XXI ningún formato tiene la longitud suficiente para contener el arte que abdica de contenidos. Puede ser un muro o un campo, inclusive los vastos territorios de la atmósfera donde se despliegue la ostentación del gran formato: la moda cultural exige la imagen se expanda, sin importar el fondo. No hablamos de los valles con figuras de Nazca, donde el misterio toma la forma de los vastos campos que contienen los diseños; se trata de los esfuerzos publicitarios, cuya sola incógnita es en qué instante los borrará otra moda.
Meticulosamente, los artistas que impugnan la moda cultural se apartan de sus poco abarcables escenografías. Como otros que pueden contemplar la inmensidad en un grano de arena, acuden al espacio que las masas no frecuentan: el fondo, las bases de la representación, que comprometen a establecer no la simple presencia de una obra, sino esenciales presencias
en la obra.
En la historia humana, los grandes formatos comenzaron por ser empleados para infundir en las masas conceptos trascendentes: el otro mundo, Dios, el espíritu… Hoy, los grandes formatos son ocupados para propagar la trivialidad; pese a su tamaño, son desechables como las latas y las bolsas plásticas que publicitan. También hay obras hipertrofiadas que pretenden ser arte pero tienden, más bien, a ser objetos de reciclaje. Con una sensación de vértigo, nuestra sociedad asiste a la multiplicación de productos que no admiten la menor discrepancia ni causan la menor convicción: como argumentos artísticos apabullan, pero no conmueven ni, mucho menos, persuaden.
Peter Sloterdijk ha objetado la proyección de pequeñas visiones a grandes formatos, pues percibe en ese error fundamental el fracaso de los totalitarismos. Con menores pretensiones que terribles sistemas políticos, los formatos desmedidos de la moda cultural no dejan de emanar un aire amenazador; los formatos hipertrofiados también convocan a la masa a deshumanizarse, a perder esencia y presencia en aras de una efímera concurrencia. En vez de suscitar la comunión, los formatos mayúsculos fomentan la disgregación, la pérdida de identidad y sentido.
Las pintoras y los pintores reunidos en esta muestra de pequeño formato, se niegan a titular su iniciativa para mejor comunicar un misterio fundamental. Con ello responden a una forma de organización humana que para Sloterdijk cifra una opción de perdurabilidad: la horda. Según el filósofo alemán, “las hordas están interiormente afianzadas por un efecto invernadero emocional, que amalgama a los miembros por medio del ritmo, la música, los rituales, el espíritu de rivalidad, los beneficios de la vigilancia y el lenguaje, en una especie de institución psicosocial total”. No se trata del concepto usual de horda, que alude a pandillas y devastación, sino a un grupo humano organizado cuya vocación es fundar, edificar y preservar.
Manuel de Cisneros, Ivonne Kennedy, Cristina Luna y Virgilio Santaella establecen en su pintura de formato reducido, evasora de títulos unidimensionales, elocuente en su reticencia, una convicción que el economista E. F. Schumacher expresó en una frase sencilla e iluminadora: “Lo pequeño es hermoso”. Tres centurias antes, el poeta y pintor William Blake concentró las implicaciones de esta iniciativa en un elocuente aforismo: “Crear una pequeña flor es tarea de siglos”.
La Biblioteca Henestrosa se ubica en la calle Porfirio Díaz 115 esquina con avenida Morelos en el Centro Histórico de la ciudad.