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Guelaguetza, el mito de la autenticidad

Lunes 01 de agosto, 2011.
12:54 pm
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Fortino TORRENTERA O Oaxaca. México. Lo que conocemos como Guelaguetza, tiene diversos orígenes. En épocas diferentes, su historia es atravesada por el mito y la leyenda. La suplantación y el artificio no estás exentas en su desarrollo. Pero también es una historia de la aculturación, mestizaje y sincretismo, producto del choque de dos culturas, la española y la prehispánica, además de apropiaciones de más de cinco siglos de historia regional. En la época prehispánica, los pueblos mesoamericanos, entre ellos los zapotecos y los mixtecos, contaban con númenes tutelares o divinidades que adoraban con variados ritos y sacrificios. Su religión, muy ligada a la naturaleza, era panteísta. Entre los mixtecos, el dios protector de las lluvias y la fertilidad era designado por “Zaagui”; en tanto para los zapotecos, el dios era llamado “Pitao Cozobi”, dios de la agricultura.   Los mexicas divinizaban a su dios de la agricultura, al maíz en especial, llamado Centeotl y a la diosa del maíz Xilomén, a quienes se ofrendaban sacrificios humanos, cantos, procesiones y danzas. Las fiestas en honor a Centeotl y Xilomén, se hacía ofrendando sacrificios humanos en el primer día del octavo mes de su calendario, llamado Ney Tecuilhuihuitl. La fiesta consistía, además, en dar de comer durante ocho días a los indios pobres o macehuales. En ese lapso bailaban y danzaban ataviados con ricas vestiduras. Por la tarde, concurrían casi todos los habitantes de los pueblos de los Valles centrales a las faldas del cerro Daninayaloani, que significa “Cerro de la bella vista” (que hoy conocemos como Cerro del Fortín), para presencias y gozar de la gran fiesta dedicada a la diosa Xilomén, que se llamaba así porque la mazorca del maíz cuando era tierna se llama xilotl...”, reseñaba Fray Francisco de Burgoa A la llegada de los españoles, los misioneros, amparados por la religión católica reinante, intentaron desaparecer los ritos paganos de los indígenas del los Valles centrales, pero resultó infructuoso, pues en el siglo XVII aún seguían reuniéndose a las faldas de ese cerro cientos de indígenas de diversas regiones a intercambiar sus productos, trueque que en zapoteco significa “Guelaguetza”. Ante la persistencia de esos ritos, las religiosas carmelitas, entre 1679 y 1700 construyeron sobre el teocalli o adoratorio zapoteco, su templo y monasterio al que llamaron de la Vera Cruz y que hoy se conoce como templo del Carmen Alto, organizando una mascarada o festival en que el pueblo representaba la tarasca, que era una especie de enorme culebra que, según cronistas de épocas anteriores, relataban que éstas asustaban al misma pueblo creyente. La realización de la mascarada de la tarasca, la liturgia cristiana y las procesiones dedicadas a la Virgen del Carmen. El sincretismo se había consumado. En 1740, el obispo de Oaxaca, Tomás Montaño y Aragón, decidió suspender la ya popular tarasca y la sustituyó con la confección de enormes efigies de diferentes razas humanas que el pueblo llamó “gigantes”. Para 1882, los gigantes desaparecieron, no así los paseos a las faldas del Fortín, donde las familias oaxaqueñas comían alimentos y dulces típicos. A partir de entonces, estos recorridos empiezan a ser conocidos como “Lunes del Cerro”, No fue sino hasta 1932 cuando el comité organizador de las festividades del IV Centenario del aniversario en que Oaxaca fuera erigida por cédula real como ciudad, cuando se creó el ahora famoso “Homenaje racial” que consistió en una serie de cuadros dancísticos de las siete regiones de la entidad, en donde las autoridades municipales otorgaban el “bastón de mando” a la señorita Oaxaca, “festejada” en esta conmemoración. Este magno espectáculo fue presidido por el entonces gobernador del estado, Francisco López Cortés, además de otras autoridades civiles y militares. En éste se entonó el himno socialista, el cántaro de Coyotepec y, por supuesto, el Dios nunca muere, además de otros vistosos números. La Guelaguetza, cuya esencia prehispánica es el trueque, el intercambio, se perdió, al igual que la convivencia entre las familias oaxaqueñas que acudían, así al paso del tiempo fue trastocada, debido a la intervención de folcloristas que lejos de fortalecer la riqueza de la tradición y la cultura de los pueblos de Oaxaca, convirtieron a este encuentro racial en un espectáculo que denigraba a las propias culturas del estado. La construcción del Auditorio Guelaguetza, trajo consigo el control absoluto del gobierno sobre la participación de las delegaciones, quienes exclusivamente intervendrían desde entonces como ejecutantes sin ser parte de la fiesta y menos aún del intercambio, término que le da sentido al vocablo “Guelaguetza”. Las danzas que integran la llamada “Guelaguetza”, ni todas son originales, ni representativas de las regiones, no obstante, cada año las delegaciones se pelean por participar en ella, aún cuando este producto comercial no beneficie a sus comunidades. En 1994, se incorpora por primera vez un Comité de autenticidad que lejos de cumplir esa función, demostró el carente conocimiento en materia de danza (danza-drama y danza-teatro, tan presentes en esta tradicional expresión local). En opinión de académicos e investigadores como María Luisa Conde, Guillermo García Manzano, Prometeo Sánchez y Margarita Dalton, han reconocido las potencialidades de la Guelaguetza como un espectáculo folclórico que debía ser más explotado comercialmente sin pretender mantener ese velo de originalidad. Hoy, el “Lunes del Cerro” es nuestra única industria cultural que parece estar paralizada y aunque es considerable la derrama económica que genera exclusivamente al comercio de la capital, etnográficamente ha perdido su valor como también apego entre los oaxaqueños quienes optan por acudir a comunidades cercanas e incluso a la recién desaparecida “Guelaguetza magisterial”. En algunos foros que sobre cultura se organizaron en 2004, se propuso que se realizaran ambos “Lunes del Cerro” en el Fortín y que el resto de la semana se hicieran en las regiones, en las comunidades de origen, que permitiera a los oaxaqueños y turistas conocer la realidad de nuestros pueblos, pero han sido más importante los intereses comerciales del centro. Se estima que el promedio de estancia turística en Oaxaca es de apenas 1.4 días y no existe proyecto para ampliarla; la descoordinación entre la Secretaría de Cultura con la Turismo en la principal industria cultural del estado, parece estar destinada a su estancamiento; este año fue ínfima la promoción internacional que se dio a esta fiesta, esperaremos otra vez cuentas alegres.

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01/08/2011 | 12:54 pm | lilia
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