Fortino TORRENTERA O.
Oaxaca. México. “No seas como yo era antes”, una de las irreverentes y astutas frases con que Virgilio Gómez advertía la ignorancia. A cinco años de su muerte, sus vaticinios sobre la vida cultural de Oaxaca se han ido cumpliendo puntualmente, hoy los recordamos.
“Oaxaca me encanta, pero sin los oaxaqueños”, decía cuando miraba alguna de las ocurrencias oficiales que destruía o atentaba contra el patrimonio y más doloroso aún, contra el sentido común.
[caption id="attachment_88619" align="alignleft" width="300" caption="Los vaticinios de Virgilio Gómez, se cumplieron en el tiempo."]
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“Lo que pasa manito es que estos yopes no leen y creen que están arreglando el jardín de su casa, verás que en poco tiempo, van a hacer de la ciudad un tianguis del folclor”, pensaba hace más de dos décadas sobre el futuro de esta capital.
Y cuestionaba: “¿Sabes por qué españoles y nativos se pelean el zócalo?, porque es el centro del poder, los oaxaqueños nos hemos hecho cada vez egocéntricos”.
“En Oaxaca presumimos nuestra cultura, de nuestras civilizaciones prehispánicas, del patrimonio colonial, pero desde hace varias generaciones no le aportamos nada, al contrario, artistas pobres e ignorantes políticos se cuelgan del pasado”.
Una muy actual es cuando un reconocido contador salía del Palacio de Gobierno, quien se acercó a Virgilio que degustaba una cerveza en una mesa del bar Jardín y lo saludó: “Adiós licenciado”, respondiendo el funcionario: “Virgilio, no soy licenciado, soy contador” y corrigiendo dice: “ah que bueno que me lo aclaras es que como ahora cualquier pendejo es licenciado”.
Pero Virgilio, el pintor de la sencillez, de la línea y el sentido del color, no sólo fue un propositivo y crítico artista, sino también maestro de muchos con enseñanzas que aún varios recuerdan.
“No es posible que se diga pintor aquel que no sabe dibujar. Pintar no es colorear, si base es el dibujo” y aunque esta reflexión es universal, fue hasta que Virgilio lo vociferó cuando en Oaxaca se tomó conciencia de ello.
“La pintura es un arte de alquimista con un toque de cocinero, hay que tener lo mismo la obstinación del químico, que la sabora y la libertad de experimentar como en la cocina”, por eso decía que un buen pintor le resulta familiar la cocina.
“Que chulo es pintar un lienzo, pero más chulo es compartirlo” decía cuando abogaba por el arte público. “Que bueno que vendan obras en galerías, pero es más trascendente atreverse a expresarlo en la calle”.
Por ello vaticinaba que los muros de Oaxaca serían los aliados del “arte pobre, que no es lo mismo que el pobre arte que hacen muchos yopes”.
En una muestra colectiva que convocó, la única en su tipo, reunió a talentosos artistas con quienes fue al tiradero para hacer una exposición en los bajos del Teatro Macedonio Alcalá, donde por cierto, hizo un irreverentísimo pero prudente homenaje al más alto jazzista oaxaqueño, Jorge Fernando Hernández quien se encontraba hospitalizado e intervino en esa expo un pianito de juguete con la leyenda “In memoriam a JFH”.
Decía: “un artista en cualquier disciplina puede refrescarse en los jardines de la experimentación” y recomendaba a los pintores dejar el caballete, seducir al barro en la cerámica, jugar con el collage, atreverse a esculpir en lo suave y duro, dialogar con los muros, utilizar y reinventar los materiales, “no hacerlo es refugiarse en sus miedos”.
Sobre los miedos, señalaba el peor, el miedo al cuerpo propio y lamentaba: “Pobres de aquellos que tienen miedo a conocer sus capacidades, que temen saberse inteligentes, pero peores aquellos que sacralizan su cuerpo”.
Y lo demostró, como se muestra en uno de los primeros números de la revista “Guchachi reza” donde a sus 15 años posa Virgilio en paños menores a sus compañeros que lo dibujan, pues en aquel tiempo era difícil contar con modelos.
Comentaba Virgilio que en ese tiempo, cuando se creó en la Escuela de Bellas Artes el taller de artes plásticas (“hartas pláticas” como gustaba jugar con el lenguaje) que cuando llegaba una modelo, metía por la ventana a Francisco Toledo, en ese tiempo un niño.
Era Virgilio quien recriminaba hace un par de décadas al entonces ya reconocido pintor juchiteco a quien pedía que si tenía la posibilidad que aprendiera más de otras formas, e insistía: “Ya le dije a Chico Toledo que se vaya, que vea, que aprenda de otras partes, sino va a sacrificar su talento por quedarse a defender a los yopores”, decisión que el maestro Toledo al abanderar importantes causas sociales, culturales y ecológicas y que él mismo ha reconocido que han mermado su producción.
Pero sin duda, la mayor preocupación de Virgilio la comentó un par de días antes de autoexiliarse hace 17 años a Perú, donde falleció el 29 de enero de 2006 como él lo dispuso, en la soledad y sin reflectores. “Como hemos perdido bosques, recetas antiguas, documentos valiosos, los oaxaqueños nos enfilamos a perder lo más valioso, nuestra memoria cultural como pueblo”.