Juan Manuel LÓPEZ ALEGRÍA
Oaxaca. México. Eran las cuatro en punto de la tarde y en la radio se escuchaba:
— Kaaaliiman! —Luego una música impresionante….
—Caballero con los hombres —decía una voz varonil.
—Galante con las mujeres —susurraba una sensual voz femenina.
—Tierno con los niños —terciaba la misma voz varonil, que agregaba, más agresiva—: ¡Implacable con los malvados! Así es…—aquí entraba otra vez la música impresionante, y la voz, ya gritando—:
“…¡Kaaaaliiimánnn… El hombre increíble!”
Eso pasaba en la RCN, Radio Cadena Nacional.
Yo, como muchos otros chicos, escuchaba arrobado las aventuras de aquel hombre extraordinario, de “90 kilos de puro músculo” que poseía “azules ojos” que “brillaban intensamente”; vestido de blanco, con una capa y un turbante de igual color rematado con una esmeralda.
Nunca supe bien bien de dónde salió, aunque entre uno y otro episodio, se acomodaba su biografía. Era de la India y algo como príncipe y que se educó en el Tibet, por eso sabe hasta de levitación.
Ese hombre no usaba armas y se acompañaba del pequeño Solín,a quien llamaba “mi pequeño y valiente amigo”, y cuando este niño se asustaba, Kalimán decía con esa hermosa, voz de matices franceses: “Serenidad y paciencia, Solín… mucha paciencia” y, “Sólo el cobarde muere dos veces”. La voz de Solín era del que después sería un cómico chocante: Luis de Alba.
A este Solín, por mucho que lo quisiera Kalimán, a veces nos daban ganas de estrangularlo, porque nomás servía para estorbar y en incontables ocasiones metió en broncas al del turbante. Era muy metiche, a pesar de que el Hombre Increíble siempre le decía: “La confianza es el camino más corto para cometer errores”.
La voz en el radio de transistores que había comprado mi padre en la Cooperativa Ferrocarrilera —donde se llevaba media vida para pagar y, seguramente no pensando en oír a Kalimán —nombraba a Víctor Fox (Héctor González) como el autor del argumento (aunque lo “inventaron” Cutberto Navarro y el cubano Modesto Vásquez, quienes hicieron las historias sobre las que trabajaba Fox); a los personajes y quiénes eran los actores que los interpretaban), y nos emocionaba escuchar al final del anuncio. “… y como Kalimán… ¡el propio Kalimán!”.
Pero lo más importante era no perderse ni una palabra de aquel animado locutor cuando Kalimán estaba a punto de morir a manos de su archienemigo “La Araña Negra”. Un cuate que siempre me intrigó cómo le hacía para, casi como Tarzán, viajar por “delgados hilos de seda”.
Ese Kalimán no tenía jefa. Como dije, no usaba armas, excepto una delgada cerbatana que disparaba dardos somníferos cuyo efecto duraba seis horas; por cierto, nunca le encontré dónde la guardaba en su versión de comic, ya que el traje le quedaba sumamente ajustado (supongo que siempre pedía fiado, porque tampoco se le notaba la cartera); bueno, en su versión de los setenta, porque tuve en mis manos los primeros números a partir de 1965, creo, y era menos musculoso, menos alto y su traje era algo holgado y su turbante más grueso. Se me pasada, que también llevaba una daga curva, con piedras preciosas. Pero nunca hirió con ella. Por eso me llamaba la atención que adorara a la diosa Kali.
Sin embargo ese hombre sabía técnicas orientales de lucha; decía. “La mejor defensa es el ataque”. Era maestro en el arte del hipnotismo y, también, de cuando en cuando, se echaba un numerito que llamaba “El actus mortis”, donde cual cataléptico (se quedaba como muerto, no en balde su nombrecito) y así se salvaba de “una muerte segura”. Tenía poderes telepáticos, por eso decía: “El que domina la mente lo domina todo”.
También hablaba con los animales; bueno, lo escuché hablar con serpientes; por cierto, tenían muy bonita voz, muy sexis; así me expliqué que convencieran primero a Adán.
Kalimán fue mi primer héroe; era un hombre muy recto, a pesar de que lo tentaron con riquezas, viejas bien buenotas y hasta reinos, nunca se vendió. Tampoco tuvo mujer, aunque coqueteaba con varias; me acuerdo de una llamaba Brenda, rubia y todo, de una aventura donde participaba el capitán Gary Logan; puro nombre extraño para los chavos oaxaqueños de Matías Romero. Tampoco sabíamos nada de los pederastas, si no, habríamos sospechado que siempre lo acompañara Solín.
Ah, Kalimán también hablaba muchos idiomas; por ejemplo, en una aventura en Tokio, nos sorprendió a todo el auditorio de chamacos sin quehacer, cuando se pudo comunicar sin problemas con los naturales de aquellas lejanísimas tierras… aunque sólo pudimos escuchar: “arígato… domo arígato…”; bueno, los autores no viajaban mucho, supongo.
La tele tardaría en llegar a casa unos tres o cuatro años más, por eso, la radio en aquellas épocas era lo máximo para la imaginación, y los comics no pudieron igualar la magnificencia de la aventura radial.
No había poder humano que nos despegara de la frecuencia de la RCN, a las cuatro de la tarde, para terminar más preocupados porque Kalimán siempre se quedaba a punto de morir; nadie se fijaba que siempre, también, se salvaba.
Fue así como aprendimos algunos valores, y nos enrojecimos los ojos tratando de hipnotizar al perro o de apagar un foco con la mente; donde desistimos fue en eso de los músculos, no tuvimos serenidad y mucho menos paciencia.
Kalimán era en verdad increíble. Ya conocíamos al Rayo de Plata y a su socio el “Serranito” (dos vaqueros justicieros); después Arandú, con su ayudante Taolamba, un negro que no se sentía mal de ayudar al príncipe de la jungla (nunca supe por qué en la versión de historieta se le llamaba Toloamba); al malandrín, pero que caía bien, Porfirio Cadena “El Ojo de Vidrio”, y otro preferido: “Chucho el Roto”.
Por supuesto, los estudiosos de esos fenómenos (je, se oye chido ¿no?) también conocíamos a todos los superhéroes de editorial Novaro (Supermán, Batman, el chingón de Fantomas…) y a los de Marvel (Hombre Araña y Cia.).
Pero Kalimán era otra cosa. Y andaba por todo el mundo: así se enfrentó a la Bruja Blanca del Kilimanjaro y cuando anduvo por Turquía, no la veían llegar Las Panteras Negras de Estambul; le hizo ver su suerte al Conde Bartok (el primer Drácula que conocí); en Japón sufrió un poco pero le ganó al malvado Doctor kiro; hasta anduvo por el Mar Egeo (bueno, aquí lo leí, no sé si también pasó en la radio), y como de Odiseo, también se enamoró de él la guapota de Calipso, a quien también él le dio calabazas. Esta aventura significaba que a los argumentistas se les estaba secando el cerebro, pues echaban mano de historias clásicas. Pero servía porque así aprendimos quién era Poseidón o que Eolo era el dios del viento.
Fueron tantas tardes de emoción —y noches, porque tiempo después descubrí, que también tenía horario nocturno en otra estación que solamente se captaba en la noche, aunque con interferencia.
Así pude ser casi espectador. No me comía las uñas porque en la escuela Ferrocarrilera la maestra no daba reglazos en las manos si las manteníamos largas. Pero hasta contenía la respiración cuando Kalimán andaba entre las momias de Machu Pichu o peleaba contra los cadáveres vivientes o en su aventura contra el demonio del Tibet.
El capítulo siempre terminaba con una frase: "Y recuerde... cuando haya una injusticia que reparar o la emoción de una aventura o la belleza de una mujer… ahí está ¡Kaaaalimann!! ¡El Hombre Increíble!".
Y por ahí andaba dándose un quien vive contra el pelón de Karma… por ahí lo dejé. A los catorce o quince años ya era hora de buscar chavas (aunque seguí leyendo al Spirit, con su amigo Ébano; al Hombre Araña, las revistas de vaqueros “de letritas”, como las de Marcial Lafuente Estefanía… y el Libro vaquero, donde dibujaban siempre puras chicas nalgonas, blancas e indias, las aventuras de Gervasio Robles, “El Pantera” y Chanóc, que para ese tiempo ya se había vuelto más divertido, con juegos de fut en la selva). Pero nadie como Kalimán…
“El Hombre Increíble”, era elegante —Fantomas y Chucho también, pero en otra onda, y el Kalimán no tenía un ayudante con nombre tan vulgar como “La Changa”; Solín era egipcio y hasta resultó príncipe— y muy inteligente; siempre tenía frases exitosas; no mataba a nadie; nos encantaba con sus conocimientos supuestamente orientales; y nos ayudó a salir de los problemas porque se nos quedó grabado que, “siempre hay un camino cuando se mira con los ojos de la inteligencia”.
Pasaron años, y muchos héroes después, para saber que el cabrón locutor nos mentía.
Creo que me desilusioné cuando supe que la voz del “Propio Kalimán”, era nada menos que la de Luis Manuel Pelayo.