Ciudadania Express
Martes 04 de enero, 2011. 11:23 am

Chávez Morado uno de los grandes artistas del siglo XX

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Rigoberto GÓMEZ T/Conaculta Oaxaca, México.- Perteneciente a la generación de artistas defensores de los principios sociales de la Revolución de 1910, el pintor José Chávez Morado nació en Silao, Guanajuato, un año antes de que estallara el movimiento armado. Fue uno de los últimos muralistas mexicanos, fallecido el 1 de diciembre de 2002, a los 93 años de edad. Este 4 de enero se cumplen 102 años de su natalicio. Prolífico tanto en su obra mural como en la de caballete fue uno de los primeros mexicanos que utilizó el mosaico italiano en la obra monumental; también hizo grabados, ilustraciones y escultura. Ha sido incluido por los expertos en la tercera generación de la llamada Escuela Mexicana de Pintura, junto con Juan OGorman, Raúl Anguiano y Alfredo Zalce, con quienes fundó el Salón de la Plástica Mexicana. “Cuando la ciudad (de México) comenzó a llenarse de andamios, el que más la representó fue José Chávez Morado en dibujos, grabados, pinturas y murales”, recuerda la crítica de arte Raquel Tibol, autora de dos libros acerca de la fecunda obra del muralista, titulados Imágenes de identidad mexicana y Apuntes de mi libreta. Para Raquel Tibol incluso es necesario revalorar, ya que en el pedestal de los tres grandes de la pintura mexicana, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, hay dos grandes ausencias: Rufino Tamayo y José Chávez Morado. “Creo es necesario hablar de cinco grandes, incluyendo a Tamayo y a Chávez Morado, por la abundancia y variedad de su obra, cantidad de técnicas e imágenes referidas a la antigüedad mexicana, a sus diversas etapas históricas y su actualidad, que hacen de él un artista público de primer nivel; notable dibujante, agudo caricaturista; uno de los primeros artistas en representar el crecimiento de la Ciudad de México”, señala Tibol sobre el muralista. Hijo del comerciante Ignacio Chávez y de Luz Morado, adquirió el gusto por las artes por influencia de su abuelo, que tenía una rica biblioteca de historia, literatura y poesía. Chávez Morado se decía “comprometido con el arte, porque no es posible que un artista no tenga banderas ni ideología, y la mía siempre ha sido una: el pueblo. Sigo creyendo en este país. Creo en la libertad y en el honor. Aún tengo la esperanza de que México esté mejor. Se acerca mi muerte y a pesar de eso sigo creyendo en el honor y la libertad de México”. En ese contexto José Chávez Morado se convenció de que el sentido del arte debía ser estético-político. Desde entonces, combinó en su vida la militancia política con el trabajo artístico de compromiso social. A los 16 años comenzó a trabajar en la Compañía de Luz en Silao y después logró un empleo en Ferrocarriles Nacionales de México, donde desarrolló el gusto por el paisaje mexicano. Después emigró a Estados Unidos, donde trabajó como jornalero en granjas de cítricos de California y viajó por el norte y trabajó en la pesca de salmón en Alaska. Durante su estancia en el suroeste de aquel país tomó sus primeras clases de pintura y vio trabajar al pintor José Clemente Orozco, quien por entonces pintaba un mural en el Pomona College de Claremont, California. Chávez Morado regresó a México en 1930 e ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Dentro del ambiente artístico, se identificó de inmediato con aquellos artistas comprometidos con las luchas sociales y enemigos de la explotación de los trabajadores. [caption id="attachment_85503" align="alignright" width="300" caption="Mural La conquista de la enegía" de Chávez Morado en el auditorio Antino Caso de la UNAM"][/caption] Los años treinta marcaron la vida de Chávez Morado. En esa década encontró su camino artístico y a la compañera de su vida, la pintora Olga Costa, nacida en Odesa e hija del músico Jacobo Kostakowsky. Asimismo, formó parte de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y pintó su primera obra pública, el mural titulado La lucha antiimperialista en la Escuela Normal de Jalapa, Veracruz. Además realizó un viaje fundamental para su educación política. En 1937 formó parte de la comitiva de intelectuales mexicanos (entre ellos Silvestre Revueltas, Juan de la Cabada, Octavio Paz, Carlos Pellicer, Elena Garro, José Mancisidor, entre otros) que fue a España para solidarizarse con la lucha del gobierno republicano. Y hacia el final de la década ingresó al Taller de la Gráfica Popular, donde encauzó su energía creativa. Así, para la década de los cuarenta, José Chávez Morado era miembro sobresaliente de la Escuela Mexicana de Pintura que, más que una escuela propiamente dicha, fue la corriente pictórica que se convirtió en el estandarte de la nacionalidad mexicana ante el mundo en el siglo XX. Su dogma se componía de una fe ciega en el pueblo, la exaltación de las luchas y héroes revolucionarios en la historia de México, el culto a la cultura popular y la férrea convicción de que el arte debe ser público y, mejor, monumental. Su lenguaje artístico se mantuvo siempre dentro de los límites de la figuración. Paralelamente a su creación artística, en los cuarentas Chávez Morado continuó con su labor política -fue elegido secretario general del Sindicato de Profesores de Artes Plásticas- y comenzó con otra actividad que desarrollaría a lo largo de su vida, la de promoción artística. Fue entonces cuando fundó y dirigió la Galería Espiral y fue miembro fundador del Salón de la Plástica Mexicana. La siguiente década trajo a Chávez Morado reconocimiento y las comisiones artísticas que consolidarían su trayectoria como muralista. En los años cincuenta realizó sus murales de la Ciudad Universitaria (1952), los de la Secretaría de Comunicaciones (1954) y el fresco de la escalera principal de la Alhóndiga de Granaditas. Para la realización de esta obra 250 mil niños de toda la República aportaron veinte centavos cada uno. En su obra de Ciudad Universitaria trabajó por primera vez con mosaico en vidrio, técnica que usaría en otros murales posteriores, como los del Multifamiliar Doctores del ISSSTE y el de la Escuela Normal de Guadalajara. En los murales de la Secretaría de Comunicaciones utilizó mosaicos y piedras de colores. Fue un muralista muy interesado en la experimentación de técnicas y materiales novedosos. Hizo obra en el tradicional fresco, pero también trabajó con vinilita, mosaico, cantera, bronce y terracota. Chávez Morado fue un artista versátil: hizo murales, caricaturas, grabados, ilustraciones y escultura monumental. En los sesenta realizó el monumento a Juárez en Guadalajara, las águilas talladas en cantera localizadas en el inicio de la carretera Guadalajara-Colima y el diseño del relieve de la columna que sostiene el gran "paraguas" central del Museo Nacional de Antropología (1964). En 1980 diseñó la fachada del nuevo Palacio Legislativo, en colaboración con el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. El artista residió durante algún tiempo en San Miguel de Allende y después de haber concluido, tras 12 años de trabajo (1955-1967), las pinturas murales de la Alhóndiga de Granaditas, se instaló en Guanajuato, ciudad que sería una de sus principales fuentes de inspiración. Chávez Morado intervino en la conservación de la ciudad, creó el Museo Regional de la Alhóndiga de Granaditas y en 1975 donó a la ciudad de Guanajuato su colección de arte prehispánico, colonial y popular. Su legado artístico (más de 2 mil obras) se encuentra en cuatro recintos: Museo del Pueblo, Museo Olga Costa Chávez Morado, Casa La Pastita (donde vivió el matrimonio), Museo de los hermanos Tomás y José Chávez Morado. El Estado mexicano reconoció su trayectoria artística en 1974, cuando le otorgó el Premio Nacional de Arte. “Veo a la gente, la he seguido, he reído con ella, la he visto morir a tiros a media calle y a pleno día, junto a mí; dormí con ella en los quicios de las puertas o en el andén de la estación del tren. En mi tierra voy con mi pueblo a danzar el ‘torito’, o ataviado con plumas de ‘conchero’, envuelto en el humo del copal, sigo al Cristo de las tres caídas. Marché ante Cárdenas en el Zócalo cuando expropiamos el petróleo y cambié golpes con los ‘dorados’ fascistas en esa misma Plaza Mayor. Mi pincel se empapó con sangre o con risa al dibujar… con los pies en la tierra", expresó alguna vez José Chávez Morado.      
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