Juan Manuel LÓPEZ ALEGRÍA/Segunda y última parte
Oaxaca. México.“Fue una narrativa construida con muchas mentiras. Por ejemplo: construir "leyendas patrióticas de nuestro heroísmo en las guerras internacionales" y crear toda una "bisutería de pípilas inexistentes y de dudosos niños héroes". Se trata de "un inquietante proceso mediante el cual algunas de nuestras creencias colectivas fundamentales tienen por origen comprobables falsificaciones históricas. Mentiras fundadoras rigen algunas de las certezas más íntimas de nuestra conciencia colectiva".
Sara Sefchovich.
País de mentiras.
El culto a los héroes es casi tan antiguo como la humanidad, pero en México, se lleva a una exaltación tal, que se cree se debe a la sustitución del antiguo orden religioso que se comenzó a desplazar después de la Independencia; así se observa en la devoción que se le muestra a los huesos de nuestros héroes, como a las reliquias de un santo.
Ese encumbramiento o glorificación de los héroes sirvió para consolidar la identidad nacional y legitimaron la creación de la República. Así nació la “Historia de Bronce”, comenzando por Cuauhtémoc, que es héroe aunque haya sido derrotado. La exteriorización está en los versos del gran José Alfredo: “Con dinero y sin dinero […] sigo siendo el rey”.
Estas ideas chovinistas o patrioteras (creencia que lo del país o región o pueblo al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto), alcanzan su máxima expresión con José Vasconcelos al frente de la SEP. Todo lo indio se sublima: en libros, películas, en los murales que pintan nuestros grandes pintores, en poemas y canciones.
Eso se enseña en la escuela, donde se nos dice que los españoles “nos invadieron, nos robaron”… Identificándonos con los indios, con los derrotados…
Aquí sale ganando la Iglesia católica, porque, también por eso, dice Octavio Paz: “El mexicano venera al Cristo sangrante y humillado, golpeado por los soldados, condenado por los jueces, porque ve en él la imagen transfigurada de su propio destino. Y esto mismo lo lleva reconocerse en Cuauhtémoc, el joven emperador azteca destronado, torturado y asesinado por Cortés”.
Subliminalmente se nos obligó a pensar que somos aztecas, cuando hay descendientes de indígenas de lugares donde nunca se paró un mexica. Se nos hizo ver a nuestros héroes como dioses. Y deidades únicas a quienes hay que venerar y reverenciar ciegamente. Por eso sería un delito decir que Benito Juárez no habría podido lograr la gran obra sin colaboración, por ejemplo.
Como se ocultó el pasado sanguinario de los aztecas, se nos ocultan los datos negativos de los próceres, que, finalmente, son seres humanos. No se habla de los asesinatos de Hidalgo, ni de las violaciones de los “villistas” o se disimula la decidida participación de la Iglesia en la mayoría de las luchas.
O se expulsa del panteón liberal de la patria a quienes la “traicionaron”. Como a Miguel Miramón que fue uno de los “niños héroes”; pero en la Guerra de Reforma estuvo del lado contrario y apoyó el Segundo Imperio.
O se omiten las acciones desprestigiantes del Ejército mexicano. (Hay qué ver cómo se pusieron los generales cuando se habló del ’68 en los libros de texto.
O se inventan mitos, como el vuelo con bandera de Juan Escutia; la hazaña del “Pípila”…
Nos “conquistaron” y nos cambiaron el color…
Sobre el tema inicial, señala Luis González de Alba en su libro “Las mentiras de mis maestros”:
“La psicología social mexicana tiene un magnífico tema de investigación en nuestra identificación con los vencidos y no con los vencedores, siendo hijos de ambos. Decimos que ‘ellos’, los españoles, llegaron y ‘nos’ conquistaron. ¿Por qué nos llamamos conquistados si también somos conquistadores? ¿No tenemos ojos de todos los colores y pieles de todas las tonalidades? ¿No nos llamamos Carlos, Miguel, Antonio, María, Carmen? Nos apellidamos González, López, Payán, Cárdenas, Aguilar, Toledo, Segovia, Cortés. La idílica y tonta visión que tenemos del imperio azteca la pensamos en español y cuando insultamos a España la insultamos en español. Un pueblo urgido de psicoanálisis éste, donde, a pesar de tanto indigenismo, los indios no pueden ni levantarse en armas sin que un güerito se lleve los reflectores: fatalidad digna de estudio”.
En “El reverso de la Conquista” (1963), un gran estudioso de la cultura prehispánica, Miguel León Portilla, ya señalaba que no podemos desligarnos de la otra parte de nuestro origen:
“Estamos persuadidos de que, acercándonos a la historia y a la literatura indígenas,
sin hacer supresión anacrónica e imposible de lo Occidental, que es ya también nuestro, acabaremos de comprender en un contexto universal y humano nuestras raíces, nuestra deficiencias y verdadera grandeza para el presente y el porvenir”.
Hace casi ochenta años, Samuel Ramos, publicó “El perfil del hombre y la cultura en México” (1934), tomando como base las teorías de Adler dijo que el mexicano (de cualquier clase social) sufre un complejo de inferioridad. Debido a su baja autoestima se auto denigra, por eso imita otras formas de vida o de cultura. Octavio Paz hizo lo propio con “El laberinto de la soledad” en 1950.
Aunque algunos han criticado algunas posiciones de Ramos y de Paz, muchos de sus preceptos están vigentes. Porque educación ha tenido más tiempo de inducir las ideas nacionalistas, que no patriotas en los mexicanos. Y la Iglesia católica ha continuado su arduo trabajo de alienación.
Sobre esa Historia de Bronce (sin mencionarla) dice Paz. “Y otro tanto se puede decir de la propaganda indigenista, que también está sostenida por criollos y mestizos maniáticos, sin que jamás los indios le hayan prestado atención. El mexicano no quiere ser indio, ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada […]. Es pasmoso que un país […] sólo se conciba como negación de su origen”.
Estamos en un nuevo siglo, hay que estudiar de nuevo la historia. Esa historia que unificaron los gobiernos para fundamentar su proyecto de nación debe quedar a un lado. Eso ha dejado un culto morboso o necrófilo por los huesos de los héroes. Ha impregnado el alma de rencor, no ha permitido cicatrizar las llagas... no nos permite ver claramente el pasado ni entender el presente.
Esa historia también sirve para que los políticos o gobernantes en turno, se “vistan” de patriotas, hagan guardias, inauguren monumentos, presidan ceremonias, entreguen ofrendas y hagan discursos. Y nos muestran que siguen el ejemplo del Benemérito. O ¿no ha visto el retrato de Juárez en las oficinas públicas, con una leyenda que dice que el funcionario vivirá en la honrada medianía, bla, bla, bla…? Pero lo patriota se les nota la terminar su encargo… o antes.
Es tiempo de ver con otros ojos. Como afirma Krauze. “[…] la Historia de Bronce debe ceder su sitio a un examen cada vez menos idealizado de la historia. El conocimiento objetivo y la ponderación serena deben tomar el lugar de la
sacralidad emotiva.
Los héroes deben bajar del pedestal y mostrarse como fueron: personas falibles con virtudes y defectos, grandezas y miserias”.
yaguer_yaguar@hotmail.com