Ciudadania Express
Sábado 10 de septiembre, 2011. 06:26 pm

Porfirio Díaz precursor del nacionalismo en México: Joaquín Blanco

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  Oaxaca, México.- El nacionalismo mexicano del siglo XX, siempre vinculado a la Revolución Mexicana, tuvo su origen en la idea liberal de nación que consolidó Porfirio Díaz, misma que impulsó la antropología indigenista, la arqueología, y el establecimiento de héroes y tiranos. Lo anterior derivó en el estudio científico de la historia y las ciencias sociales, como parte de las ideas positivistas que imperaron en la época, para el impulso de la modernización y búsqueda del progreso de México al estilo francés y norteamericano. Así lo señaló el escritor mexicano José Joaquín Blanco al inaugurar la víspera el Séptimo Diplomado de Historia del Siglo XX Mexicano, que imparte el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), en la Dirección de Estudios Históricos (DEH), y concluirá hasta el 2 de mayo de 2012. Ese periodo gubernamental, abundó el ensayista, fue de ‘orden y progreso’, pero sobre todo de ciencia y modernidad, y basado en ideas positivistas, desembocando en nuevas vías y medios de comunicación, productos industriales y maquinaria, desarrollo artístico —al estilo parisino, con poesía modernista, literatura y pintura realista—, y el surgimiento del nacionalismo oficial. Todo ello, dijo, bajo el cobijo y represión simultáneos del gobierno de Porfirio Díaz, pues el Estado buscó controlar la crítica en el ámbito cultural para utilizarla política, mediática y propagandisticamente en su beneficio. El escritor José Joaquín Blanco mencionó que a partir del movimiento revolucionario, el nacionalismo se propagó y fortaleció al “retomar las costumbres y descubrir el México cotidiano, ancestral, populista y folclórico, que estuvo reflejándose en las artes hasta finales del siglo XX”, y que en gran medida habían quedado olvidadas por el deseo porfiriano de modernización. “Dicho fortalecimiento nacionalista se dio a través de la Novela de la Revolución —dentro de la literatura realista—, con caudillos populistas y pobres con los que la sociedad se identificaba, como Francisco Villa o Emiliano Zapata”. Los mayores exponentes de las novelas revolucionarias fueron Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, quienes hicieron crítica de la violencia y condiciones miserables de las tropas; detallaron el modo de vida, valores, folclor y mitos de sus caudillos. Tales elementos fueron reflejados en publicaciones como Los de abajo, El águila y la serpiente, La sombra del caudillo, Memorias de Pancho Villa, Vidas paralelas y Muertes históricas. En lo que respecta a las artes plásticas, el ensayista refirió que éstas se vieron inundadas —hasta mediados del siglo XX— de acentos nacionalistas y revolucionarios, mediante elementos prehispánicos, criollos, indigenistas, populistas, religiosos y de crítica al viejo régimen, que quedaron plasmados en paisajes y murales hechos por Manuel Rodríguez Lozano, Frida Kahlo, María Izquierdo, Agustín Lazo, Rufino Tamayo, entre otros. Tanto la Novela de la Revolución como la pintura mural, añadió José Joaquín Blanco, tienen su origen en crónicas de rebeliones indígenas y campesinas, así como en el arte sacro y popular. Ejemplo de ello, dijo, son las crónicas de los frailes Toribio de Benavente “Motolinía” y de Jerónimo de Mendieta, así como del obispo Juan de Palafox, que proliferaron en la Colonia; así como las obras de indios cristianizados, entre ellos Marcos de Aquino, además del arte plumario, los exvotos, las decoraciones en cerámica y textiles, óleos y retablos conventuales y eclesiales, que grabadores, dibujantes, pintores y muralistas del siglo XX retomaron y reescenificaron. Todo lo anterior —refirió José Joaquín Blanco— estuvo encaminado a la búsqueda de la identidad nacional, a través de elementos significativos que caracterizaran al mexicano, mismos que a mediados del siglo XX viraron hacia el estilo vanguardista, con la literatura y pintura irónica, crítica, desencantada, antisentimental, analítica y filosófica, liderada por los grupos estridentistas y contemporáneos. A finales del siglo XX, según señaló el investigador de la DEH, “todo parecía reconciliarse, lo universal se aliaba a lo nacional, la tradición a lo moderno, lo arcaico a lo presente, el culto a los milagros prehispánicos en continuos homenajes ultramodernos; (…) surge la ‘cultura popular’, que asimiló a la antropología y al folclor como industrias del entretenimiento y el consumo. “México llega al siglo XXI con la necesidad de occidentalizarse —lo cual hace más por inercia que por voluntad— para inventar su propia historia, aunque pareciera que se está tardando mucho en asentar sus trazos definitorios”, concluyó el escritor. José Joaquín Blanco es uno de los escritores e historiadores más destacados del país, por su producción literaria y desarrollo de investigaciones en diversas instituciones, como en el Departamento de Investigaciones Históricas del INAH, de 1972 a 1987, y posteriormente en la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del mismo Instituto (1975), así como en la Sociedad General de Escritores de México desde 1979. Además de ser ensayista, cuentista, poeta, guionista e investigador, es autor de innumerables textos literarios y críticos, como: La búsqueda (1969), Crónica de la poesía mexicana (1977) y Crónica literaria. Un siglo de escritores mexicanos (1996), Se llamaba Vasconcelos (1977) y Mariano Azuela: una crítica de la Revolución Mexicana (1982), Andamios del día en crónica de viaje (1975) y Poemas escogidos (1984), el guión para el filme Frida, naturaleza viva, por el que ganó un Ariel en 1985, y el libro Veinte aventuras de la literatura mexicana (2006), entre otras obras. Durante el Séptimo Diplomado de Historia del Siglo XX Mexicano también se abordarán temas, en torno a sucesos importantes de esa centuria que repercutieron en la transformación y desarrollo del país: el Porfiriato, la Revolución Mexicana, la etapa Posrevolucionaria (1920-1934), el Cardenismo (1934-1940), El Milagro Mexicano (1940-1982) y el Proyecto Neoliberal (1982-2010). En este espacio académico se contará con la participación de investigadores del INAH, la Universidad Nacional Autónoma de México; el Instituto Tecnológico Autónomo de México; los colegios de México y de Michoacán y la Fundación Juan Rulfo, así como de diversas universidades autónomas del país, como la Metropolitana, del Estado de Morelos, de Guanajuato, de Chihuahua, de la Ciudad de México y de Sinaloa.
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