Ciudadania Express
Martes 23 de agosto, 2011. 06:57 pm

Revelan imagen mediática de Emiliano Zapata

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  Oaxaca, México.- Contrario a la imagen idílica del revolucionario que se tiene hasta la actualidad, Emiliano Zapata padeció durante su lucha el seudónimo de “Atila del sur”, mote con el que periódicos capitalinos del siglo XX aludían a la crueldad y barbarie del movimiento que él encabezó; esta condena mediática fue motivo de análisis para el historiador Ariel Arnal, que ahora recoge en un libro. Atila de tinta y plata, publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), tiene como eje la construcción del “tipo fotográfico zapatista”, que se formó entre 1910 y 1915 desde dos bandos “visualmente” encontrados: la prensa de la Ciudad de México, y por el otro, el propio zapatismo. El especialista en historia visual apunta que Emiliano Zapata ingresó al “Panteón Nacional” en 1920 —un año después de su muerte—, luego del reparto agrario que uno de sus seguidores, Genovevo de la O, logró pactar con la facción vencedora de la Revolución. Pero en vida, el caudillo fue blanco del escarnio por parte de los grupos de poder, a través de la prensa. Este vituperio en los medios de comunicación de la capital es fácil de comprender si se considera que en ese entonces la Ciudad de México era el único espacio donde se vivía la “modernidad” en el país, y que además estaba prácticamente constreñido a lo que hoy es el Centro Histórico. Una urbe de tendencias conservadoras desde el Porfiriato hasta el Carrancismo. “En ese sentido —continúa Ariel Arnal— el pensamiento clasista y racista del siglo XIX seguía vigente. Al indígena se le adjudicaba una diversidad de vicios que le venían por ‘naturaleza’, de forma que era borracho, traidor, mentiroso, ladino, sucio, ladrón, e inclusive, podía ser sanguinario. “Tales descalificativos se ‘acomodaron’ para hablar y retratar al movimiento zapatista, conformado en su gran mayoría por indígenas campesinos, aunque su líder fuera mestizo y caballerango. Zapata nunca vistió de manta ni anduvo con huaraches”. Atila de tinta y plata —que se presentará el próximo 31 de agosto en el Instituto “José María Luis Mora”— es una versión corregida y aumentada de la investigación que hace 10 años Ariel Arnal presentó como tesis de maestría. Un estudio que tuvo como principales fuentes las publicaciones ilustradas capitalinas como Revista de revistas y La ilustración semanal, para ver lo que se publicó sobre el zapatismo; así como los fondos Casasola y Jorge Guerra, de la Fototeca Nacional, para conocer las imágenes que realmente se tomaron. Mediante un análisis cualitativo y cuantitativo de fotografías, Arnal, investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, encontró que imágenes en las que se observaba la vida familiar, así como religiosa de Zapata y de los zapatistas, fueron omitidas para su publicación en los medios, no obstante la enorme cantidad de ellas. “La familia y la religiosidad entre los zapatistas fueron temas que conciente y expresamente se omitieron desde la mesa de redacción de los periódicos y revistas ilustradas de la época. Es decir, si Zapata era tan malo —y de ahí el sobrenombre de “Atila del sur”— no podía tener algo parecido a una familia, no podía tener una religiosidad guadalupana. “Por ejemplo, de Zapata sólo se llegó a publicar un retrato con su esposa Josefa Espejo, también únicamente se mostró —y de manera tardía— una fotografía de los zapatistas visitando la Villa de Guadalupe. En contraste, la prensa capitalina de esos años publicaba la religiosidad y la vida familiar del Ejército Federal, eso sí”, anota Ariel Arnal. La prensa adquirió un lenguaje neutro para referirse a Zapata y sus seguidores, “tan neutro que resulta aburrido” —comenta el maestro en Historia—, en coincidencia con su breve alianza con Madero; y durante la ocupación de la Ciudad de México por parte de los zapatistas y villistas, entre 1914 y 1915. Sin embargo, nunca se alabó al “Atila del sur”. No obstante, Emiliano Zapata sí tuvo conciencia de la trascendencia de la imagen por sí misma. De ahí que algunos retratos de él han sobrepasado el tiempo y el espacio, entre ellos, uno donde aparece de cuerpo entero con el fusil en la mano derecha, el brazo izquierdo apoyado en el sable y una banda de general cubriéndole el pecho bajo las cananas. “Esa imagen fue tomada probablemente en 1911, pero se publicó en abril de 1913 en El Imparcial, ¿porqué no antes?, porque ese retrato ennoblece a Zapata, él construyó un tópico visual de sí mismo a partir de los elementos que tenía: la imagen del charro y del calpuleque (líder campesino), el caballo, el perfil del revolucionario”, expresa Arnal. En su versión corregida y aumentada, Atila de tinta y plata retoma nueva información aportada por especialistas como John Mraz y Samuel Villela, este último investigador del INAH, quien ha realizado estudios sobre fotógrafos vinculados al zapatismo, como Amando Salmerón y Sara Castrejón, la única fotógrafa revolucionaria que se conoce hasta hoy. Ariel Arnal señala que la imagen de Zapata y del zapatismo se construyó y apuntaló en el ideario nacional a partir de los años 20 del siglo pasado de mano de los gobiernos posrevolucionarios, que vieron en Zapata un líder “sin mancha” dentro de las conocidas traiciones entre los propios “héroes” de la Revolución. “Sin embargo, a partir de 1968 la imagen de Zapata se separó definitivamente del resto de los revolucionarios, se convirtió en icono dentro de los movimientos de América Latina vinculados a la defensa de la tierra. Eso es el neozapatismo, el pueblo y la comunidad identificándose con la tierra”, concluye.
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