Juan Manuel LÓPEZ ALEGRÍA/Segunda parte
Oaxaca. México. Primer capítulo en el que nada se dice…
En su libro Sandunga, música sublime, símbolo de unión, César Rojas Pétriz, quien fuera director de la casa de la Cultura de Tehuantepec por más de quince años cuenta, a su manera, la polémica que generó la propuesta de un grupo por reconocer a Máximo Ramón Ortiz como autor de la Sandunga en la fiesta del centenario (1953). No dice que otro grupo (del que él formará parte después, desea imponer a Andrés Gutiérrez, “Ndré Sáa”, como único autor). El capítulo se titula: Máximo Ramón y el Jaleo Andaluz (sic) “Zandunga”; con un subtítulo: “Disidencias”.
“En la vida existen casos en los que las encrucijadas del destino ocultan, a la vista y a la comprensión de los mortales, los hilos que entrelazan causas, circunstancias y consecuencias de acontecimientos trascendentes. [punto y seguido] Por ello es necesario escudriñar la historia, analizar antecedentes y valorar consumo cuidado la tradición oral para poder acercarse a la verdad”: [Nada de eso hizo César].
“Cuando surgió el interés por celebrar y festejar el primer centenario de la Sandunga, tocó la coincidencia que en ese año, 1953, vivieran tehuantepecanos preclaros, con amplio y profundo conocimiento [ni tanto, si andaban peleando por eso] de la cultura y la historia de su pueblo y con un acendrado amor a Tehuantepec.
“Unos radicaban en esta antigua Villa de Guadalcázar y otros en la capital de la república; todos animados por el festejo en puerta, pero también por lograr otro objetivo, demostrar ante propios y extraños que la Sandunga [Para el autor, ya no era producto de un individuo la creación de unos versos, sino de todo un pueblo], era el resultado de la inspiración y la mezcla de sentimientos festivos, excelsos y amorosos del alma zapoteca que, convertidos en canto y música, tuvo su origen en Tehuantepec.
“Les preocupaba además, que varios pueblos del sur de México se disputaran y reclamaran la paternidad de la Sandunga, dando lugar a elucubraciones [debe escribirse sin “e”] como leyendas de Juchitán y Cintalapa, que aparecen en capítulo aparte. Tal circunstancia se convirtió en acicate para ellos y se propusieron con dignidad y respeto a demostrar lo contrario.
Sigue César: “Su labor fue de tenaz investigación [como la de César Rojas], logrando consolidar pruebas veraces e irrefutables [no encontraron ninguna], cuidando Las formas para no ofender a nadie, hasta obtener el veredicto de todos los pueblos del Istmo y del sur de México, en el que reconocían que la Sandunga tuvo su origen en Tehuantepec. [En ninguna parte del libro César aporta esas pruebas]
Y como en un cuento de hadas: “Este reconocimiento trajo al pueblo satisfacción y contento, y todo se convirtió en alegría y felicidad por la labor realizada, sin embargo, aunque parezca increíble, hubo que superar una controversia más [si ya había “pruebas irrefutables”, ¿por qué hubo controversia?] Que ya de tiempo atrás se veía venir. De pronto una polémica que empezó con “siseos” [¿?], entre los que conocieron el origen de la Sandunga por tradición oral y opinaban con verdad o tendenciosamente sobre el tema, dio lugar a la formación de dos grupos de personas, como resultado de una mezcla de simpatías, antagonismos y pasiones hasta llegar al sentimentalismo. Unos afirmaban y defendían que la paternidad de la Sandunga era atribuible al guerrillero y político Máximo Ramón Ortiz y otros aseguraban y defendían también, que la Sandunga era obra de la inspiración del destacado alumno de la escuela de música de los dominicos, Andrés Gutiérrez “Ndre’ Sáa”. La disputa por la paternidad de esta bella melodía, que apreció en Tehuantepec a mediados del siglo XIX, dejó de ser externa (entre pueblos) y pasó a ser interna (entre hermanos).
“Pero al final el amor al terruño se impuso y una decisión sensata [es decir, nada que ver con la Historia] terminó con aquellas disidencias entre hermanos, ambos grupos llegaron al convencimiento [¿después de que lo exigió el gobernador?] y aceptaron que el guerrillero y político Máximo Ramón Ortiz, fue el que compuso los primeros versos al Jaleo Andaluz “Zandunga” que había escuchado durante su estancia en Oaxaca y que, el músico y filarmónico [en el siglo XIX no se le pudo llamar así], Andrés Gutiérrez “Ndre’ Sáa”, llevó al pentagrama aquella misma “Sandunga”, transformándola y cambiándole ritmos y compases, para darle esencia a lo que más adelante se convertiría en la más sublime creación musical del Istmo zapoteca.
“Con esa determinación la aguas volvieron a su cauce, la comprensión, armonía y la concordia reinó entre todos y felizmente la celebración de Primer Centenario de la Sandunga se llevó a cabo con una grandiosidad nunca antes vista en el Istmo.”
Fin del cuento de César Rojas. Aquí Cesar se parece al autor de la Iliada, comienza su relato como si los lectores ya supieran de qué se trata, pues no aporta datos para informar sobre tan importantes “disidencias”. Pareciera que es algo vergonzoso. No dice que los intelectuales de la época pelearon, en general, sin bases, auspiciados por su localismo, simpatía o nexos familiares con los presuntos autores de la Sandunga. Y no hubo tanta felicidad ni armonía, porque ocho años después, Alberto Cajigas Langner hablará de ello con resentimiento en su libro.
Baqueiro Foster: papel importante
Al parecer, quien comenzó todo este asunto, sin proponérselo, fue Gerónimo Baqueiro Foster, autor de Esencias de la canción popular (México, Realización y Esperanza. 1952), quien descubrió que el 3 de diciembre de 1850, se entrenó en la ciudad de México un “jaleo andaluz” llamado “Zandunga”, espectáculo que apareció anunciado en los periódicos El Siglo diez y Nueve y El Monitor Republicano.
El dato que aportó mucho para la confusión de que la palabra sandunga tuviera un origen náhuatl o zapoteca, fue que el primer rotativo aparece escrita así: “Zandunga”, simplemente porque el redactor de esos avisos tuvo un mal profesor, antepasado de los de la sección 22 de Oaxaca, y no supo escribir correctamente. Porque en el Monitor sí aparece con su grafía respectiva: “Sandunga”. Lo que pasó es que los “tenaces” investigadores no acudieron a las fuentes.
La confusión seguirá apareciendo (por eso César Rojas sigue nombrando así a la antigua Sandunga) por la publicación del error de esa edición del Siglo Diez y Nueve: Rojas lo reproduce en la página 22 de su libro. Pero es asunto a tratarse aparte.
Con el escueto dato de Baqueiro Foster y, calculando que quien llevó la Sandunga a Tehuantepec la escuchó en la ciudad de Oaxaca a principios de 1853, los tehuantepecanos decidieron realizar el festejo de su centenario.
Sobre la poca información, quien esto escribe asistió a la Hemeroteca Nacional y no halló reseña alguna del espectáculo que observaron los capitalinos esa noche del 3 de diciembre; no la hay ni en meses posteriores ni en periódicos de Guadalajara o Puebla.