Leo ZELADA
Oaxaca. México. Conocí al pintor mexicano Virgilio Gómez en las aceras de Quillca y las calles del jirón de la amargura fue nuestro común infierno.
Me dijo que era pintor y que amaba el centro histórico de Lima. Aquel día bebimos de una botella de licor de origen dudoso pero de contenido letal, de esas que abunda a precios baratos en las bodegas para marginales por los alrededores de la plaza Francia.
[caption id="attachment_88695" align="alignleft" width="300" caption="Retrato de Virgilio Gómez realizado por Carlos Ostolaza."]
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Me acuerdo que hablamos de poesía y de México y su entrañable Oaxaca. Nunca había visto un pintor tan ligado a la vida bohemia con la autenticidad de Virgilio.
Me acuerdo que siempre que nos encontrábamos me sorprendía con algunas hallazgos mágicos que hacia por las librerías de la avenida Camana, algunas primeras ediciones, catálogos de desconocidos artistas plásticos u obras de autores mexicanos que yo desconocía.
Me decía que le gustaba contemplar los balcones coloniales, las grietas en el asfalto y el aroma de las páginas de los libros antiguos.
El era un viejo cascarrabias, le encantaba dar la contra siempre en nuestras eternas conversaciones que teníamos en El Averno (Bastión de la contracultural limeña).
Tal vez ese carácter polémico era solo una impostura que tenia para provocar en nosotros una actitud critica permanente y no dejarnos impregnar con la opinión conformista que abundaba en el circuito cultural, no lo se, o quien sabe, solo era la expresión de su atormentado laberinto interior que fluía en sus lucidas e irreverentes palabras.
Es un maestro decía para mis adentros, un genio de la oscuridad. Alguna vez tuve una discusión con él y nos dejamos de hablar varios meses, mas luego un día de repente volvimos a conversar como si nada hubiera pasado y nuestra amistad continuo incólume a pesar de nuestras fuertes y conflictivas personalidades.
Yo siempre le animaba a hacer una exposición individual de sus últimos trabajos, pero el me decía que no le interesaba mostrar su arte en las galerías, que si alguna vez volvía a exponer sus cuadros lo haría en un lugar donde se sintiera augusto y la gente común y corriente a la que el amaba pudiera apreciarla sin mayor ceremonia.
Era un autentico maldito. Empero era de una sencillez y desprendimiento que no es común ver entre los artistas, ya que participó en muchas colectivas y proyectos artísticos con jóvenes pintores.
Ahora me encuentro en Madrid y me he enterado de su deceso y no puedo dejar de sentir tristeza y rabia de ver como otro gran artista latinoamericano es solo reconocido a su muerte. Ironía de la vida, la muerte “Aquella implacable mujer que lo acompaño fiel por las esquinas y bares tratando en vano de alcanzarle”, lo ha tomado para si.
No obstante la parca paradójicamente lo ha acercado a nosotros, a la grandeza de su pintura, a la inmortalidad de sus palabras y al corazón de sus discípulos que hoy esparciremos sus cenizas por todos los rincones del mundo donde se merece estar su genial obra.
Un abrazo Virgilio, viejo cascarrabias entrañable.