Roberto SANTIAGO G.
Oaxaca, México.- “Quien siembra, cosecha”, dice el refrán popular y el que Don Pedro Vásquez Colmenares, hizo suyo, no solo en su vasta y reconocida carrera política, sino más también, por su calidez humana, siempre tan generosa.
Decenas de personas, la mayoría del pueblo que le tocó gobernar de 1980 a 1985, llegaron a la Catedral Metropolitana, donde se ofreció una misa por parte de su esposa Doña Anita Guzmán y sus hijos, Bernardo, Ana Isabel, Rodrigo y Pedro.
En el altar mayor, la gran fotografía de Don Pedro Vásquez, mostraba el rostro jovial que lo caracterizó durante su vida, llena de muchas satisfacciones personales en los diferentes puestos que tuvo el privilegio de ostentar en la administración pública estatal y nacional.
La misa, no tuvo ese toque fúnebre, más bien, se sentía como una despedida a un amigo al que se le volverá a encontrar.
Y es que Doña Anita Guzmán, con la entereza con la que acompaño a Don Pedro a lo largo de su vida, tomo el micrófono para agradecer el cariño mostrado en todo momento a él y toda su familia.
Con voz pausada, leyó un poema que escribió a escondidas de su esposo pero dedicado a él, en esos años que compartieron juntos en su casa del puerto de Acapulco.
Emocionada, sin duda, al igual que sus hijos, Doña Anita y sin llanto, recordó que Don Pedro se había ido cumpliendo todos sus sueños, responsabilidades y sobre todo, con el amor hacia su familia.
Era innegable que quienes estuvieron ahí, lo hicieron en honor al cariño y admiración por un gran hombre, que reivindicó en la política el servicio a la sociedad.
Esto quedó demostrado con el aplauso prologando por más de tres minutos al termino de la lectura del poema de Doña Anita y que tuvo eco en esos lugares que Don Pedro recorrió por su Oaxaca querida.