Ernestina Gaitán Cruz/CIMAC
Oaxaca, México.- Los fotógrafos ambulantes representan un oficio casi extinguido. Atrás quedaron los tiempos en que ofrecían retratar a “la damita o al caballero”, para dejar constancia del lugar conocido, del momento vivido, del juramento de amor, o para enviar la imagen al ser amado que se encontraba distante.
Sin embargo en Oaxaca hay una mujer con más de 50 años de mantener la tradición. Se llama Agustina Navarro Andrade y deambula por las calles del centro de la capital del estado, con sus cámaras al hombro, una gabardina, y ejemplares de su periódico “La voz del sol”, para ofrecer a los transeúntes un “recuerdito” del tiempo vivido.
Tiene 75 años de edad y le gusta caminar por las calles que conoce como pocas personas, disfruta el sol, la gente y sobre todo la plática con sus amigos globeros, boleros, mendigos, ciegos, discapacitados y vendedores ambulantes, que como ella, forman parte de la estampa cotidiana del centro histórico de la ciudad de Oaxaca, Patrimonio Cultural de la Humanidad desde hace casi 25 años.
También se le ve sentada en las fuentes, a las puertas de la Catedral o en los escalones que llevan a la Basílica de la Soledad –la patrona de los oaxaqueños–, por los mercados, los museos, el zócalo, la alameda...
No va tras los clientes, sólo los observa y en el momento preciso, cuando capta el dejo de nostalgia, alegría o tristeza, se acerca para decir: “damita”, “caballero”, “¿quiere llevarse un recuerdito?”.
Y entonces, como le gusta que sus clientes salgan bien retratados, los lleva a los lugares más bonitos, los más representativos de la ciudad, o cerca de la virgencita, “porque el chiste es que se vean bien, que les guste mi trabajo y yo me sienta bien de lo que hice”, señala. Tengo al Señor de los Viajeros, San Cristóbal, la Señora del Perdón que está entrando a la Iglesia de la Soledad.
Agustina Navarro Andrade es la sobreviviente de la generación de fotógrafos ambulantes, quienes además de trabajar de manera independiente, colaboraron con medios impresos como El Grafico, El Fogonazo, El Mundo, El Machete, o como ella, en El Imparcial, que aún circula.
Si había algún accidente o un hecho importante, ella tomaba la foto y la llevaba. “El director me decía ‘muy bien mija’, y que mandaría a sus reporteros a cubrir la nota y me pagaba 20 pesos en ese momento, no como mi esposo que me decía: ‘ahí te lo guardo para después’”, recuerda.
Empezó en la fotografía en tiempos en que se usaba la película blanco y negro, y lo hizo de la mano de su esposo, quien también la inició en el uso de versos para acompañar las imágenes y ella inventó otros: “Eres el sol de mis días”, “Si en el álbum de tus postales hay un lugar vacío, guarda éste que es un recuerdo mío”, o “Dos corazones que se quieren jamás deben despedirse”, con los cuales ganaba más dinero.
Ambos se iban a las fiestas y ya en el revelado, tenían que pintar la foto, el vestido, la blusita de la dama y el caballero, para que salieran bien. Y a la semana, regresaban para entregarlas de casa en casa.
Ella no tenía una cámara fotográfica propia, por ello le dio alegría cuando su marido le regaló una que era de un señor que se había accidentado, y un caballito de madera para que los niños posaran.
Y como ella se había gastado mucho dinero en las parrandas y líos para sacar de problemas al marido, dijo que estaba bien, que con eso se cobraba y, con un primo de por medio como testigo de honor, quedó establecido que la cámara era suya para siempre.
Con el tiempo, pudo invertir y se compró una cámara de 35 milímetros con la que hizo trabajos especiales, pero siguió trabajando con su equipo viejito.
Agustina se fue de pueblo en pueblo, con sus toros, caballitos y burritos de madera, otros de peluche, para que los niños se los monten, así sacaba otro dinero extra para contribuir en los gastos de la casa y manutención de sus tres hijas y un hijo adoptivo.
Luego su esposo heredó del padre Amaro la publicación “El padre reata, periódico satírico, humorístico, católico”, comenta entre risas.
“A ese lo hice famoso por 25 años. Llegaba yo a las oficinas del señor presidente (municipal) y le decía a la secretaria: ‘vengo a sacar una entrevista y nomás con decirle el nombre del periódico se reía’.
Ahora comenta que trabaja con su periódico “La voz del sol”, una publicación tamaño un cuarto de carta, con anuncios caligrafiados en los que también mete versos y fotos.
Cuando caducaron las cámaras grandes con las que tenían que prepararse los químicos y las pinturas, Agustina comenzó a trabajar con la Polaroid y ahora cuenta con una cámara digital chica “que les gasto la broma que con ésta se las encojo porque son chiquitas”. La Polaroid es medianita, chiquita, pero caben 20 o 30 personas si uno quiere, como si fuera panorámica.
Me gusta la foto, me apasiona, porque es bonita. Y es que no sólo se trata de apretar el dedo y ya, dice, sino hay que ser fotógrafa de corazón. Hablar con el cliente, mejorar su apariencia, retocar la imagen, tomar el momento preciso. Ahí esta la Virgen de la Soledad o quieren que salga la Virgen María que está del otro lado.
“¿Qué quiere? Tres por 100 o una en 50 pesos, o 40 si trae cambio. El asunto es que el cliente se vaya contento. Pero también me gusta porque luego luego llega el billetito”, abunda.