Borja HERMOSO/El País
Oaxaca.- Contemplada de cerca,
La Gioconda del Prado provoca de golpe sensaciones relacionadas con cosas como la serenidad, la ambigüedad, el misterio, casi lo etéreo. En otras palabras: un apacible catálogo de emoción y placer situado en las antípodas del revuelo informativo que su descubrimiento causó ayer en todo el mundo.
[caption id="attachment_147990" align="alignright" width="300" caption="Foto: Cortesía de www planetaincognito.es"]
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"Descubrimiento" es quizá mucho decir: esta réplica del retrato más famoso de la Historia del arte llevaba en España toda una vida (su primera referencia es un inventario de las Colecciones Reales fechado en 1666) y había colgado de las paredes del Prado de forma recurrente. Pero era otra
Gioconda: triste, banal, oscura... Desde luego que oscura: en vez del paisaje toscano pintado por Leonardo, en su fondo no había más que un antipático color negro, según los expertos añadido en el siglo XVIII váyase a saber por qué, a buen seguro gustos de la época.
Con la espectacular restauración de esta copia a cargo de Almudena Sánchez y Ana González Mozo, presentada ayer por los responsables del Prado (con su director Miguel Zugaza a la cabeza) después de que una noticia en
The Art Newspaper precipitara las cosas, la obra inmortal de Leonardo da Vinci vuelve a nacer. Y eso, en cierta forma, sí es un descubrimiento, un hallazgo que proyectará nueva luz sobre el original del Louvre y sobre la obra de su autor, el más genial de los pintores del renacimiento italiano.
Los talleres de restauración del Prado fueron el germen de la planetaria noticia. Hace dos años, la petición de una cesión temporal por parte del Museo del Louvre para una exposición en torno a la obra de Da Vinci ocasionó la puesta en marcha, primero, de un estudio técnico, y después de una compleja y laboriosa limpieza que acabó con el fondo negro y llenó de luz la pintura.
La réplica, ya no hay duda de ello, fue pintada por uno de los pupilos favoritos del genio. Los expertos barajan dos nombres: Andrea Salai (que a la postre se convertiría en uno de los amantes del maestro) y Francesco Melzi. Ayer, el conservador jefe de Pintura italiana y del Renaciminto en El Prado, Miguel Falomir, se decantó por el segundo de ellos. También explicó, en declaraciones a este diario, que no existían dudas acerca de la simultaneidad entre la ejecución de la réplica y la del original. Así parecen demostrarlo los
arrepentimientos presentes -y coincidentes- en ambas: cuando Leonardo da Vinci corregía el rumbo y retocaba algo, el pupilo hacia lo propio, en lo que supone una especie de fotocopia simultánea, un
work in progress paralelo a la voluntad del maestro, una suerte de
streaming en los albores del siglo XVI. ¿Por qué Leonardo permitió que Melzi o Salai (o quien fuera) se sentaran a su vera y pintaran a la vez que él el mismo tema? Misterio.
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Los expertos del Prado lo tienen claro: se trata de una obra que proporcionará nueva información sobre la propia
Monna Lisa del Louvre, ya que esta sobrevive medio sepultada bajo capas de oscuro barniz y eso oculta bastante de la información que Da Vinci quiso procesar en esta obra maestra, supuestamente un retrato de la joven Lisa Gherardini, esposa de un rico comerciante florentino llamado Francesco del Giocondo. Una joven no tan joven en el Louvre (nadie le echaría menos de 30 o 35 años), pero que vuelve a serlo en El Prado. Porque la chica de moda en el mundo del arte,
La Gioconda del Prado, no parece tener más de 20.
En estos momentos, el equipo de restauración de la pinacoteca madrileña continúa adelante con su trabajo, retirando las sucesivas capas de barniz que durante más de 500 años han ido tapando el rostro de la joven del cuadro. Con toda lógica la obra objeto del hallazgo goza, tras ser convenientemente
saneada, de un estado de conservación muy superior al de la
Monna Lisa del Louvre. Hay que subrayar, además, que el tamaño de original y réplica es prácticamente el mismo: 77 X 53 centímetros para el primero, y 76 X 57 para la segunda.
Durante mucho tiempo, los expertos del museo madrileño creyeron que la obra había sido pintada por un artista flamenco u holandés. La razón: el soporte, que en un principio fue catalogado como tabla de roble, no era utilizado por los artistas florentinos, que preferían el uso de otros soportes... como el nogal. Sí por los flamencos, lo que en un primer momento (y así consta en un informe técnico firmado por José Ruiz Manero) llevó a los conservadores del Prado a considerar la pintura como obra flamenca. Pero estudios posteriores arrojaron nuevos resultados: la copia de
La Gioconda no estaba hecha sobre roble sino sobre... nogal. Ese fue, quizá, el momento clave de toda esta historia.
El equipo directivo del Prado, con su director Miguel Zugaza a la cabeza, tenía previsto presentar en sociedad este descubrimiento el día 23 de este mes (acto que se mantiene en la agenda del museo), pero una ponencia presentada hace dos semanas en un congreso celebrado en Londres precipitó las cosas. En dicha reunión de expertos en pintura del Renacimiento se llegó a mostrar una fotografía que mostraba el proceso de limpieza: el antes y el después de la copia, con el fondo negro, y sin él. También se habló en el congreso londinense (celebrado de forma paralela a la exposición de la National Gallery
Leonardo da Vinci, pintor de la corte de Milán) de las pruebas de reflectografía por infrarrojos efectuadas en la tabla; dichas pruebas fueron comparadas con las que en 2004 se aplicaron al original del Louvre, arrojando sorprendentes resultados en cuanto a la similitud entre las dos obras.
Ana González Mozo, una de las especialistas de la pinacoteca madrileña, presentó en Londres una ponencia en la que establecía la evidencia de que la copia salió del estudio de Leonardo. Pero el equipo dirigido por Miguel Zugaza no podía sospechar que en aquella conferencia internacional de expertos en la obra de Leonardo se había
colado un periodista: Martin Bailey, colaborador del mensual británico
The Art Newspaper.
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Ayer, desde Londres, Bailey explicaba a EL PAÍS la peripecia que le valió una exclusiva mundial: "Era una conferencia solo para expertos, pero yo tengo buenos contactos en la National Gallery, así que hice una gestión y me dejaron estar presente. No creo que en El Prado sospecharan que allí había un periodista. De hecho, yo era el único, y cuando Ana González Mozo contó lo que contó, decidí publicarlo".
A partir de marzo, y antes de volver a las paredes del Prado -aunque evidentemente con un protagonismo reforzado-,
La Gioconda del Prado será expuesta en el Louvre. No en cualquier lugar, sino al lado de una señora que podría ser su hermana mayor:
La Gioconda... de Leonardo da Vinci. Ahí se verán las concomitancias y las diferencias, y ahí se abrirá un nuevo debate sobre los límites y fronteras de la restauración de las grandes obras de la Historia del arte.