A un año de su partida, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes recuerda al arquitecto, quien falleció el 30 de diciembre de 2011 y dejó un legado imborrable en la cultura mexicana.
Legorreta solía bromear sobre sus inicios en la arquitectura, afirmando que en su paso por la universidad lo que más le apasionaba era captar el ambiente de la cultura mexicana, sumergiéndose en su arte, su música pero, sobre todo, en el patrimonio histórico del que consideraba había mucho que aprender.
“Como arquitecto no podría decir que comencé con el pie derecho, recuerdo que uno de mis primeros encargos cuando salí de la escuela fue el diseño de unos baños y no sé cómo terminé colocando en los planos unos mingitorios que parecían hechos para gigantes y que sólo podrían ser utilizados si uno se subía en un banquito”, afirmó con humor en una de sus últimas entrevistas.
Entre sus trabajos se encuentran el Plan Maestro del Centro Nacional de las Artes, del Conjunto Plaza Juárez, del Hotel Camino Real, del Papalote Museo del Niño, del edificio para la Secretaría de Relaciones Exteriores y el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, por mencionar algunos.
Muchos expertos coincidieron en que a través de estas obras, a Ricardo Legorreta se le debe el rescate durante el siglo XX de la identidad mexicana en la arquitectura.
Al respecto, él mismo confesaba estar sorprendido de que en diversas propuestas de obras no se echara mano del vasto legado cultural de México, mismo que era un referente del uso del espacio, del colorido y de la calidez de nuestro pueblo.
Realizó estudios de arquitectura a partir de 1948 en la Universidad Nacional Autónoma de México, graduándose en 1953. Trabajó como jefe del Grupo de Arquitectura Experimental en la Escuela Nacional de Arquitectura y como responsable del taller con el Arquitecto José Villagrán García.
Es a partir de los años sesenta cuando funda la compañía Legorreta Arquitectos y une su talento con el de Noé Castro y Carlos Vargas.
A la par de su labor como constructor de obras emblemáticas del México contemporáneo, fue catedrático en la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Universidad Iberoamericana, la Universidad de Harvard, y de California, con esta labor formó a muchas generaciones de arquitectos y supo identificar y respaldar el nuevo talento.
Entre los premios que recibió en vida se cuentan el de la Escuela de Arquitectura de Oaxaca; el Nacional de Bellas Artes Arquitectura de las Américas; el de Diseño en el Primer Programa Kenneth F. Brown Asia Pacific Culture and Arquitectures y la Medalla de oro Tau Sigma Delta, por mencionar algunos reconocimientos.
Actualmente, en el Centro Nacional de las Artes, diseñado por él en Churubusco y Tlalpan, se encuentra la Plaza que lleva su nombre, sitio que honra su memoria y que fue creado como parte de las obras de conservación y remodelación del complejo. Este lugar destaca por su andador flanqueado por 40 columnas de color morado, una de las últimas creaciones del arquitecto.
A menudo, Legorreta afirmaba que él no buscaba hacer obras que tuvieran como fin imponer lo mexicano, sino que sencillamente las hacía de esa manera por ser él mismo parte de esta nación:
“Es como los que le ponen chile y aguacate al sushi que es japonés, eso te hace preguntarte dónde radica lo mexicano, las formas. Los colores que se usan en una obra, ya han sido utilizados en otras culturas. Entonces qué es lo mexicano. Es cómo lo usamos”.