El féretro del destacado intelectual mexicano que hace unos días recibiera el XXVI Premio Internacional Menéndez Pelayo, fue recibido en medio de aplausos y la música interpretada por el cuarteto Carlos Chávez.
“Especie de Dios niño, una suerte de Dios infantil y perenne que jamás conoció el aburrimiento. Un Dios niño que se divertía al jugar con las palabras, eso y mucho más fue nuestro queridísimo Ernesto de la Peña”, así lo describió el director de la Academia Mexicana de la Lengua, Jaime Labastida.
Visiblemente conmovido y ante la viuda del homenajeado, María Luisa Tavernier, manifestó la importancia de trabajar en los archivos electrónicos y archivos manuscritos del escritor y anunció que la Academia Mexicana de la Lengua contribuirá para que se publiquen trabajos aún inéditos.
“Ernesto de la Peña era un Sócrates de silencio y palabras precisas, un Confucio del que emanaban constantes enseñanzas, el hombre bondadoso que se prodigaba en la amistad, el hombre dulce que sin embargo no imponía su indudable autoridad”.
Jaime Labastida pidió a los asistentes que se recuerde a De la Peña “como un hombre enamorado de la vida que sabía gozar de un buen vino lo mismo que de un gran poema que sabía compartir la alegría de vivir con sus amigos, que gozaba igual de la música que del amor, que poseía un increíble sentido del humor, que se podía reír de sí mismo con la misma compasión que de sus seres queridos… Tardará mucho tiempo en nacer un hombre tan audaz, tan tierno, tan imprescindible como Ernesto de la Peña”.
La poesía de Ernesto de la Peña fue evocada por el poeta y académico, Eduardo Lizalde, a través de los versos de La Balada.
La presidenta del Conaculta, Consuelo Sáizar, subrayó que escucharlo era siempre una lección de idioma y una posibilidad de aprendizaje.
“Su inteligencia cultivada con enorme cuidado iba de la cultura grecorromana a la filosofía de la ciencia, incluía la poesía moderna, la clásica, la historia, la filosofía y los presocráticos que leyó en su juventud”.
A partir de las palabras de Rubén Darío, la titular del Conaculta definió al ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura en 2003, como un hombre audaz, cosmopolita, muy moderno y muy antiguo, capaz de usar los métodos más vanguardistas para comunicarse con su público y hablarles de las tablillas sumerias o de los orígenes del sánscrito.
“La vida plena marcada por la lectura, la escritura, la amistad y el amor de Ernesto de la Peña son un ejemplo y una inspiración, su labor como traductor lo describía bien. Fue un hombre puente entre culturas, épocas, lenguas, países, disciplinas y generaciones, un puente interminable, infinito, eterno. Su presencia para fortuna nuestra fue permanente. Muchas gracias don Ernesto por hacer más grande nuestro idioma, vaya ahora a poblar con su palabra y su entrañable presencia, el paraíso de la sabiduría”.
Por su parte, la titular del INBA, Teresa Vicencio expresó que se extrañará el gran vigor intelectual con el que el maestro de la Peña abordaba desde su afortunada síntesis y desde su erudito conocimiento de las palabras.
“Despedimos al maestro Ernesto con este homenaje de cuerpo presente y con la indudable certeza de que su nombre y su obra están ligados a los anales de la cultura de nuestro país”.
La primera guardia de honor estuvo encabezada por la presidenta del Conaculta, Consuelo Sáizar; la titular del INBA, Teresa Vicencio; la viuda del escritor, María Luisa Tavernier y sus hijos Patricia y Ernesto.
Entre los asistentes se encontraban Felipe Garrido, Gonzalo Celorio, Margit Frenk, Adolfo Castañón, Vicente Quirarte, María Cristina García, Paulina Lavista, José Gordon, Gerardo Estrada y Sergio Vela.
Luego de permanecer hasta las dos de la tarde en el recinto de mármol, los restos de Ernesto de la Peña serán cremados en la funeraria del Panteón Francés de San Joaquín.