Carlos VEGA L.
Oaxaca, México.- Ahora que el tema del migrante mexicano en Estados Unidos y la búsqueda del llamado “sueño americano” volvió a estar en boca de muchos (más allá de los que día a día debaten temas migratorios) gracias a la pasada nominación al Oscar de Demián Bichir por la película
A Better Life, la otra cara de la moneda, que sí existe, se expone con el film
Mariachi Gringo, con el que abrió la 29 edición de Miami International Film Festival la noche del pasado viernes 2 de marzo en el Olympia Theater.
La película, dirigida por el estadounidense Tom Gustafson, presenta la historia de Edward (Shawn Ashmore), un joven aficionado a la guitarra que debido a su contacto con la cultura y la música mexicana mediante un restaurante local, se empieza a interesar por la música del mariachi hasta el punto de querer convertirse en uno. Para cumplir su sueño, Edward decide viajar a Guadalajara, cuna del mariachi, donde experimentará de lleno no solo la cultura del mariachi sino la mexicana en general.
En su travesía, Edward va conociendo gente que lo guía y ayuda a lograr su objetivo como Alberto (Fernando Becerril), que lo introduce a la música de mariachi, a las canciones de José Alfredo Jiménez, y le da sus primeras lecciones de guitarra; a Lilia (Martha Higareda), quien lo ayuda y guía durante su estancia en Guadalajara, y a Sofía (Lila Downs), cantante que lo contacta e introduce en el mundo del mariachi.
Al final, Edward cumple sus sueños: aprende canciones de mariachi, termina de líder de un grupo del género que pasa de ser el Mariachi Alas al Mariachi Gringo, y se “encuentra a sí mismo” al sumergirse en una cultura que lo llena y le ofrece cosas que en la suya no puede encontrar.
Detrás de la ficción de la historia, el
Mariachi Gringo expone la realidad de una migración que, en menor escala, también ocurre desde hace muchos años pero de la que casi no se habla: la de los estadounidenses que escapan del vacío de su cultura consumista y alienada, y buscan refugio en playas, pueblos o ciudades tradicionales mexicanas. Que sin saberlo ni planteárselo de esa forma van en busca del “sueño mexicano” (en este caso, pero que bien podría ser “sueño latinoamericano” en general) cuya consumación radica en sentir el arraigo de una cultura, tradiciones y valores ancestrales que, es verdad, no resuelven pobreza, evitan malos gobiernos o corrupción, ni compran autos del año ni pantallas de televisión, pero que alimentan, cultivan y motivan de otras formas.
Destacable la participación de la cantante Lila Downs que se roba la película curiosamente no por sus habilidades histriónicas sino por sus interpretaciones musicales, en las que expone su impresionante voz y variado rango vocal. Prueba de ello fueron las ovaciones que se llevó Lila, la primera en plena película cuando canta una impresionante versión al clásico
Paloma Negra (que se puede encontrar en su disco One Blood: Una Sangre), y la segunda al final de la proyección cuando el elenco completo subió al escenario del Olympia Theater y ella fue la más aplaudida.
Para la memoria cinematográfica queda la última escena de la película porque consigue plasmar a la perfección la esencia de ese México tradicional y de su gente. El grupo de mariachi llega a una muy humilde casa de una población rural, contratados por un campesino que, a pesar de la pobreza en la que viven, quiere celebrarle a su progenitora el Día de las Madres con música de mariachi. La mesa de la casa está servida con tortilla, frijoles, nopales y tequila, mismos que son ofrecidos a los mariachis y a su cantante. Al final, afuera de la casa, Lila interpreta
Paloma Negra al tiempo que gente del pueblo se empieza a acercar para sumarse a la celebración.
Una película que hay que ver.