28 imágenes captadas por la lente de Ortiz Monasterio y la prosa de Octavio Paz ofrecen el “retrato” de uno de los precursores de la fotografía artística en el país bajo la intimidad del taller y el laboratorio: “un gigante del arte del siglo XX mexicano” afirma durante una charla en la cafetería del Palacio de Bellas Artes, recinto que, actualmente, alberga una exposición conmemorativa del trabajo de Álvarez Bravo.
Durante la década de los ochenta, Pablo Ortiz visitaba en compañía de la fotógrafa Graciela Iturbide la casa taller de Don Manuel. En aquel momento llamaron la atención del joven fotógrafo unas piezas que el maestro tenía; “un montón de pequeños altarcitos, grupos de objetitos: un ídolo prehispánico, una pila, una manita”. Estas piezas habitaban los pretiles, las ventanas, las mesas, algunos libreros.
“¡Oiga Don Manuel!”, aclara que le hablaba siempre de usted, “vamos a fotografiar esas cositas, esos altarcitos” propuso el joven al ya experimentado artista de la lente.
—¡No, no vale la pena!
Ortiz rememora esta respuesta que no tuvo oportunidad de increpar igual que aquella llamada telefónica que recibió una tarde de 1989, cuando el maestro Álvarez Bravo le dijo: “Oiga Pablo, pues, vamos a vernos, vamos a hacer una fotitos ¿no?”.
Pablo Ortiz continúa con los recuerdos. “Inmediatamente pepené todos los rollos que tenía, no había cámaras digitales, mi camarita triequis, blanco y negro, no sabía qué fotos iba a tomar pero estaba padre”. Ya en la casa del maestro, aquellas “cositas” estaban listas para ser retratadas por aquel joven que esperaba hacer 800 fotos esa tarde.
“Este es mi favorito”, dice el autor mientras abre el libro y detiene el pasar de hojas en el primer retrato del artista nacido en 1902; en él se le aprecia mirar detrás de sus característicos anteojos la lente de Ortiz Monasterio. Tiene la mano izquierda en el bolsillo del pantalón y la derecha arriba, como si intentara hacerse sombra en el rostro. “Este es padre porque tiene una luz. Y no, no lo dirigí, él quién sabe qué estaba platicando y me hizo así y total, le hice un retrato”.
Fueron fotografiados los pretiles, el patio, el laboratorio, el estudio y el propio Manuel Álvarez Bravo. Todo en su conjunto era “un retrato de Don Manuel”.
“En el fondo esa era la intención: leer a Don Manuel. Que el retrato de Don Manuel esta escrito en estos objetos bajo esta idea borgeana que en la piel del tigre está escrito el nombre de Dios”. Y detrás de las semillas de pirú, de las flores cadáver, instrumentos de fotógrafo, de las piedras talladas, los negativos y positivos de fotos conocidas como Cráneo de azúcar y las íntimas de mujeres que posaron desnudas para el maestro son “más retrato que donde se ve su cara; con esto lo entiendes más que viendo su rostro”.
Álvarez Bravo jamás le expresó a Ortiz Monasterio por qué le llamó aquel día; “él era súper críptico”, define quien después de 20 años, logra agrupar este álbum que ve la luz gracias a la colaboración de Julio Trujillo editor de la DGP del Conaculta.
Después de algunas fotos y con todo el ánimo de continuar con el levantamiento de imagen, justo en el momento en el que va a cambiar de rollo, Manuel Álvarez Bravo se dirige a él y le dice: "Pues ya está ¿no?", el joven Pablo Ortiz se desconcierta y sólo logra tomar un par de fotografías más. “Don Manuel lo que me estaba diciendo en aquel momento es que para fotografiar hay que detenerse y mirar.
“Este libro no pretende ser una obra de arte, sólo narra el momentito y que el lector que vea el libro, diga: vi a Don Manuel”.
Manuel Álvarez Bravo. Una tarde de 1989, editado por la Dirección General de Publicaciones del Conaculta, será presentado el jueves 17 de enero a las 19:00 horas en el Palacio de Bellas Artes. Participan Rafael Doniz, Jesús Sánchez Uribe, Paulina Lavista y el autor.