Oaxaca, México.- Amante de los libros y los gatos, un distraído absoluto, apasionado de la historia de México y de las cintas protagonizadas por Pedro Armendáriz, Jorge Negrete y Gloria Marín, además de un enemigo de las corridas de toros, son algunos calificativos que describían a Carlos Monsiváis, quien fuera el crítico cultural más importante del país y uno de los autores más leídos en México y América Latina. “La comunidad cultural aún respira hondo cuando piensa en su ausencia y en la falta que le hace a todos los mexicanos en momentos decisivos de cambio”, afirmó la escritora Elena Poniatowska, quien hace tres años en el velorio de quien fuera su amigo entrañable formulara la pregunta: ¿Qué vamos a hacer sin ti Monsi? La escritora, activista y periodista mexicana, Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura (2002), cuya obra literaria ha sido distinguida con el Premio Nacional de Periodismo (1978), recordó a su compañero de trincheras sociales, literarias y periodísticas. Lo definió como una persona profundamente comprometida e interesada en todos los acontecimientos del país y un amante de la lectura, “ya que desde temprano terminaba de leer todos los periódicos del día, desde la sección de política, hasta la de cultura, espectáculos y deportes. “A menudo me telefoneaba en las mañanas para contarme alguna noticia curiosa que había leído, alguna información que había descubierto entre líneas en algún artículo periodístico, fue un hombre que ejerció siempre su opinión lúcida en cualquier ámbito de México”. Para Poniatowska el mensaje más importante que legó Carlos Monsiváis a los mexicanos, fue sostener que ellos mismos podían, con su voluntad, conformar una democracia y hacer que creyeran en la libertad y en su nación. “Es alguien que hace mucha falta en estos momentos de cambio para nuestro país. Lo recuerdo también como un gran apasionado de todo lo que rodeaba la cultura de la Ciudad de México y su historia, por ello es una fortuna contar con los espacios que nos heredó, como el Museo del Estanquillo, donde las nuevas generaciones pueden acercarse a él a través de su obra, la cual se mantendrá siempre vigente”. La antropóloga Martha Lamas —editorialista de la revista Proceso— amiga cercana de Carlos Monsiváis, lo recordó como alguien comprometido permanentemente con la vida y su protección, aspecto que dijo lo hacía rechazar el maltrato a los animales. “Sólo había que observarlo y ver cómo les profesaba un enorme cariño a sus mascotas. Condenaba que en pleno siglo XXI hubiera animales que fueran torturados públicamente en una corrida de toros o en una función de circo, casi nadie lo sabe, pero su compromiso con esta causa era absoluto y lo demostraba practicando el vegetarianismo”. Para Lamas, la ausencia de Carlos Monsiváis se siente aún en muchos niveles de la sociedad mexicana, “porque la gente lo leía, lo escuchaba, lo admiraba y quería”. Sin embargo, destacó que es el sector femenino quien lo extraña más “porque fue un gran aliado de ellas desde su juventud, ya que se unió a los movimientos que buscaban más derechos para las mujeres. Por este motivo todas sentimos que en estos momentos ya no esté con nosotras”. Rafael Barajas “El Fisgón”, caricaturista de La Jornada, activista político de izquierda, curador e ilustrador de libros para niños, destacó la capacidad de memoria de Carlos Monsiváis al decir que fue dotado “con una memoria RAM de seis millones de gigas”, lo que le permitía retener todo tipo de información, desde un libro de gran trascendencia hasta la frase de algún slogan de un anuncio publicitario conocido. “Por eso se convirtió en el santo patrono de las causas perdidas”, aseveró Rafael Barajas, quien en el homenaje que la comunidad cultural le rindió hace tres años al cronista en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, dio lectura a un texto donde afirmaba que el escritor “fue creado por el mismísimo Luzbel”. “No le permitió a su engendro tener infancia pero sí le permitió tener un currículum que realmente parecía obra del demonio: en casa de Don Artemio del Valle Arizpe, leyó a la edad de ocho años todo Pío Baroja… “Fue campeón de natación y de oratoria en sus años mozos; pasante de filosofía y letras por la UNAM y doctor honoris causa por 25 universidades; cuando estudió en Harvard, su tesis la supervisó Henry Kissinger y además fue secretario particular de David Alfaro Siqueiros y alumno de Salvador Novo”. En el texto, Barajas afirmó que para asegurarse de que Monsiváis hiciera todo el daño posible, Satanás ideó una estrategia perfecta: le dio el don de confundir a la gente —no con mentiras, engaños, espejismos, falsas promesas o encuestas de salida, porque eso “ya estaba muy choteado”— sino diciéndoles la verdad, una argucia perfecta porque los hombres no están acostumbrados a ella. Y agregó que pesar de que Monsiváis era ateo, “hoy está en el paraíso de los excéntricos, rodeado de gatos, libros viejos y echando chisme con sus viejos amigos: Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio, José Revueltas, Eduard Fuchs, Walter Benjamin y demás. “Dichosos ellos. ¡Cómo se han de estar divirtiendo! mientras tanto y por lo pronto, a nosotros sólo nos queda pedir que la calle en la que está ubicada la casa en la que vivió toda su vida, sea rebautizada con el nombre laico de San Simonsi: Carlos Monsiváis”. Hombre de letras
Carlos Monsiváis nació en la ciudad de México el 4 de mayo de 1938, fue cronista, ensayista y narrador. Falleció la tarde del sábado 19 de junio de 2010 a causa de un problema respiratorio. Estudió en las facultades de Economía y de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue director de la colección Voz Viva de México de la UNAM; investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia; secretario de redacción de Medio Siglo y Estaciones; cofundador y director de La Cultura en México y cofundador de Nexos y La Jornada. Considerado por muchos especialistas como “el único escritor mexicano que la gente reconoció en las calles” porque supo indagar en los aspectos fundamentales de la sociedad, la política y la cultura mexicana. Sus crónicas periodísticas se recopilaron en numerosos volúmenes entre los que destacan: Días de guardar (1971) que aborda la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968; Amor perdido (1976) un libro centrado en algunas figuras míticas del cine, la canción popular, el sindicalismo, la militancia de izquierda y la ideología burguesa y Entrada libre (1987) en donde el escritor recogió sus crónicas relacionadas a la nueva sociedad mexicana. Su género literario predilecto fue el ensayo en el que trató diversos temas relacionados con la cultura mexicana. Destacan: Características de la cultura nacional (1969); Historias para temblar: 19 de septiembre de 1985 (1988); Aires de familia: cultura y sociedad en América Latina (2000) y Yo te bendigo, vida (2002). También editó antologías literarias en las que puso de relieve su reivindicación de la poesía y la canción popular: La poesía mexicana del siglo XX (1966); La poesía mexicana II, 1914-1979 (1979); La poesía mexicana III (1985); Lo fugitivo permanece. 20 cuentos mexicanos (1990) y Amanecer en el valle del Sinú: antología poética (2006), a partir de la obra del poeta Raúl Gómez Jattin. Fue colaborador de El Gallo Ilustrado, Estaciones, La Cultura en México, La Jornada, Medio Siglo, México en la Cultura, Nexos, Personas, Proceso, y Unomásuno. Becario del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard (1965) y de la Fundación Guggenheim (1997) y desde 1994, miembro del Sistema Nacional de Creadores como creador emérito. Obtuvo el premio Nacional de Periodismo en crónica (1977); el premio Jorge Cuesta, Veracruz (1986); el premio Manuel Buendía (1988); el premio Mazatlán de Literatura por Escenas de pudor y liviandad (1988). El premio Xavier Villaurrutia por Los rituales del caos (1995); el premio Príncipe Claus de los Países Bajos (1998); el premio Anual de Ensayo Literario Hispanoamericano Lya Kostakowsky por Cinturón de castidad (1998). El XXVIII Premio Anagrama de Ensayo por Aires de familia (Cultura y sociedad en América Latina) (2000); en 2001 la Orden Gabriela Mistral otorgada por el Gobierno de Chile; la Medalla al Mérito otorgada por la Universidad Veracruzana (2003) y el premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe otorgada por la FIL de Guadalajara en 2006. Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Autónoma Metropolitana (1995), por la Universidad Veracruzana (2008), por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (2008) y por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí por su trayectoria literaria y sus aportes a la educación y la vida política del país (2009). En 2008 el Gobierno del Distrito Federal le entregó la Medalla 1808 por su contribución a la cultura y el avance social y democrático en la capital del país. En ese mismo año, también recibió la Medalla Sor Juana Inés de la Cruz otorgada por la Universidad del Claustro de Sor Juana y la Medalla Bellas Artes en reconocimiento a su labor periodística y literaria, entre otros.