Citlali López/CIMAC
Oaxaca, México.- La línea de clarinetes en “Si bemol” hace el anuncio espectacular. Rimbombantes los saxofones, trompetas, saxores, tuba, trombones y percusiones se agregan en la construcción de sinfonías que tienen como objetivo evitar la migración y el trabajo infantil.
Se trata de 29 niñas, niños y adolescentes que desde 2012 integran la Banda Filarmónica de Ex Jornaleros Agrícolas e Infantes en Riesgo de Éxodo de Coatecas Altas.
Ubicado en el distrito de Ejutla de Crespo, en los Valles Centrales de Oaxaca, Coatecas Altas tiene 4 mil 700 habitantes, de los cuales más del 70 por ciento son jornaleros migrantes.
El proyecto forma parte de una estrategia financiada por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a través de su Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC).
Micaela Ramírez Vázquez toca el clarinete. Inspirada por un revoloteo en el corazón va marcando el ritmo: uno, dos, tres, uno, dos, tres.
Su pasión por la música había sido frenada por la precariedad que dibuja una casa de piso de tierra, el campo infértil y la lejanía de la escuela.
Al terminar la telesecundaria “lo primero que hice fue emigrar. Me fui a Pesqueira, en Sonora. Ahí se trabaja todos los días en el campo, pero la verdad es un trabajo muy pesado que a la mayoría no le gusta”.
El diagnóstico realizado por Movimiento Lubizha –asociación civil que dirige el proyecto de la Banda Filarmónica– contabiliza 550 niñas, niños y adolescentes migrantes jornaleros agrícolas, quienes periódicamente viajan a los campos de Baja California (BC), Sonora y Chihuahua.
Micaela ingresó a la banda de música a los 18 años cuando regresó de Sonora, donde trabajó durante todo un año en la pizca de tomate.
Se acomoda una y otra vez en la silla de madera de la sala de su casa donde habitan otras 14 personas, entre hermanas, hermanos, cuñadas y sobrinos.
Un dolor permanente en la espalda la tiene intranquila. Se encoje de hombros, arquea el cuerpo y luego vuelve a erguirlo. Algunas veces, cuando su espalda se endurece, no logra levantarse de la cama. “Esto fue lo que me dejó el campo en Sonora”, expresa.
Su trabajo iniciaba a las 6 de la mañana y concluía a las 8 de la noche. Durante 14 horas cortaba y luego trasladaba sobre sus hombros botes repletos de tomate. Al final de la jornada se iba a los cuartuchos de descanso del campo agrícola con 100 pesos en la bolsa.
Un día decidió regresar a casa y rescatar su adolescencia. Quería estudiar el bachillerato, pero la pobreza seguía ahí. “Yo no estudié por falta de economía. Aquí sólo esta trabajando mi papá en campo propio, allá en Sonora sólo está una de mis hermanas y otro hermano, quienes nos apoyan a los gastos de la casa, pero nosotros somos muchos”.
Actualmente Micaela se dedica a las labores del campo con su papá, actividad que combina con la elaboración de tenates de palma, los quehaceres del hogar y la Banda Filarmónica. Ya no piensa en emigrar, pero considera que puede volver a hacerlo porque sin la música “no tenemos otra opción”.
En su voz no hay duda, ella tiene la mira fija en este camino. Confía en que podrá tener un instrumento propio para lograrlo. Con los poco más de 2 millones de pesos que otorgó la OIT para la implementación de la Banda Filarmónica se compraron los 29 instrumentos que tejen melodías contra la migración.
Micaela, como las demás niñas, niños y adolescentes de la banda, tienen en mente la próxima visita que realizarán a Los Pinos, donde tocarán para Enrique Peña Nieto. Ahí solicitarán instrumentos y becas para ejercer su derecho a la educación.
Jacinta Cruz Vázquez también toca el clarinete. Ingresó al fundarse la banda y desde entonces dejó el trabajo como jornalera agrícola en Sinaloa, a donde desde los 10 años de edad iba al corte de pepino, tomate y chile. Siendo niña, su labor era enredar guías de pepino y desyerbar los campos de cultivo.
Ella tiene 20 años. Es la mayor de cinco hermanos. Sólo tiene la primaria concluida porque la migración la hizo abandonar los estudios.
Su voz suena sincera cuando afirma que desearía retomar sus estudios, pero el contexto en el que vive es una terca piedra en el zapato que se lo impide.
Comprar libros y uniformes es un gran reto para quienes viven al día. Pero además Jacinta tiene sobre sí la responsabilidad de cuidar a sus hermanos menores durante los nueve meses en los que su padre y madre trabajan en los campos agrícolas del norte del país.
Erick Barrita, uno de los directores de la Banda Filarmónica, extiende los brazos a los costados. Toca sus índices con sus pulgares. Pregunta con la mirada: ¿preparados todos? Al toque de los clarinetes estallan las notas de la fe.
Hilarino Pérez infla las mejillas. Como un enorme soplador, sus pulmones expulsan armonía. Guiado por sus manos, la trompeta silba de emoción.
Se inició como jornalero migrante a los cuatro años. Desde entonces hasta hace seis años, emigró a Sinaloa al corte de tomate, pepino y chile, a BC a arrancar cebolla, a Sonora a la pizca de uva y a Chihuahua a la de tomate.
Erick explica que en la Banda Filarmónica, ocho son las niñas, niños y adolescentes directamente relacionados con el fenómeno migratorio como protagonistas, el resto tiene familiares en Estados Unidos o son jornaleros migrantes.
“Desgraciadamente en el país, si no es a partir de las personas interesadas y comprometidas realmente, el gobierno es muy difícil que lo haga. La migración y el trabajo infantil en este país no tienen ni uno, ni dos, ni 20 años. Es un problema que no se va a solucionar con una banda, pero sí creo que un grano de arena cambia mucho las cosas”, subraya.
Antonio López Pacheco, coordinador estatal del Movimiento Lubizha, advierte que faltan políticas públicas para erradicar el trabajo y la migración infantil.
“No hay un respaldo de las instituciones para que las familias encuentren alternativas de arraigo. No hay realmente una política pública para los migrantes. Hay apoyo en término de traslados, pero en término de proyectos familiares no hay esfuerzos mínimos ante una realidad de pobreza como ésta. El gobierno no hace su mayor esfuerzo”, critica.
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