El libro que hoy reseñamos es fruto de una paciente suma de datos y de muchas horas de combate –casi cuerpo a cuerpo– que ha practicado el pintor Francisco Verástegui para proteger y salvar de las motosierras algunos árboles de la ciudad de Oaxaca, a los que él llama “Patrimonio Vivo de la Humanidad”, dado que son tan vecinos como usted y yo de una ciudad que goza de esa categoría por la UNESCO: Patrimonio Cultural de la Humanidad... La siguiente es su portada:
Portada.
El título completo de esta pequeña joya bibliográfica –ya disponible en librerías de la ciudad de Oaxaca– es Árboles Emblemáticos de Oaxaca. Patrimonio Vivo de la Humanidad. A través del diseño gráfico que le hicimos logramos extender sus páginas impresas en color en las portadas, donde vienen 7 fotografías de árboles escogidos. El resto de la edición, que consta de 72 páginas y tiene un tamaño de libro de bolsillo (14x21 cm), se imprimió en blanco y negro sobre papel cultural de 50 kg. Pese a la importancia de este pequeño volumen se contó con una modesta colaboración financiera de parte del Ayuntamiento capitalino. Como sea, está destinado el libro a ser un referente de la relación entre el oaxaqueño y sus queridos árboles viejos, pero vivos. Todas las opiniones que componen esta reseña son mías, no del autor. Una vez hecha esta precisión, continuemos...
Cedro del Dr. Horacio Tenorio, en El Llano...
Como siempre, intercalaré fotos entre los párrafos para hacer más amena esta reseña, aunque no sigan el orden estricto en que aparecen en la edición impresa...
Tronco del árbol del Tule...
Francisco Verástegui es un pintor y ecologista ya reconocido en la entidad y en el extranjero. Las autoridades –de toda ralea y partido– lo detestan porque no transige con ellos a la hora de defender árboles, exigir que les coloquen cercas de hierro para evitar que se trepen de ellos los vándalos o los tianguistas claveten sus lonas y le arrojen sus desperdicios cuando se van... A Verástegui y al fotógrafo Ariel Mendoza (hubo más defensores, pero esa historia se cuenta en el libro “Oaxaca 2010, Voces de la Transición”, Carteles Editores 2010) les cabe la gloria de haber impedido que los bomberos redujeran con motosierras –de madrugada– el primer laurel del zócalo que se cayó a consecuencia de las obras de “embellecimiento” que emprendió el régimen anterior en 2005. Su exigencia fue que lo pusieran de pie con grúas y con mecates y que se hiciera todo por salvarlo, pues era un árbol sano... El tiempo les dio la razón y aquel laurel sigue verde y de pie 8 años después de su atropello...
Imagen artística de la actual Alameda y la Catedral.
Nótense los arbolitos en primer plano, creciendo apenas.
Esta imagen debe ser de mediados del siglo XIX.
En la actualidad así se ven los antiguos arbolitos y la catedral,
que ha quedado más "chaparrita" que los laureles.
El conjunto es sencillamente majestuoso.
Verástegui no trabaja solo. Muchos expertos biólogos, ingenieros forestales, conservacionistas y demás acuden a su llamado cuando él se los solicita. Todo eso sin que le cueste al gobierno estatal ni municipal un quinto, porque suele acudir a sus amigos a pedir que le ayuden con los gastos.
En este libro cuenta pocas cosas personales, que supongo guardará para otro nuevo libro. En el actual se concentra en explicar cuáles son los arboles emblemáticos y porqué, abundando en fechas, lugares, anécdotas y datos históricos, además de emplear el uso de imagenes históricas para enriquecer sus argumentos.
Fresno de Morelos. Una enredadera Copa de Oro la envuelve.
Se dice que este árbol lo sembró el insurgente
tras la toma de Oaxaca, en 1812. Está en El Llano...
Flamboyanes del atrio de Santo Domingo.
Los sembraron Jaime Ortiz Lajous y Octavio Flores Aguillón...
En la década de 1970.
Al leer este tipo de libros uno comprende cuántos ciudadanos oaxaqueños han intervenido a lo largo de la historia para construir esta relación entrañable entre el hombre y la naturaleza, entre el ciudadano y el árbol. Nombres de cronistas, historiadores, periodistas, artistas, agrónomos, profesionistas y gente del pueblo –como los boleros del zócalo– enriquecen estas páginas. Las plazas arboladas de nuestra ciudad son un remanso que invita a la convivencia, al disfrute, al buen humor... Bien dice el dicho bíblico que consigna como un anhelo espiritual del hombre tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol, porque es la única manera de trascender en el tiempo.
El árbol de El Tule y su "hijo" a la derecha...
El abuelo de todos es el venerable árbol del Tule. De solo verlo firme en su imponente vigor dan ganas de abrazarlo. Los habitantes de ese pequeño poblado lo cuidan bien, hay que reconocerlo. Pero les sugiero que hagan un pequeño recorrido turístico por todos los “hijos” que tiene el Árbol del Tule en la población. Si uno camina por sus callejones, hallará por encima de las puertas y muros las frondas y troncos de ejemplares "más pequeños", pero con al menos un siglo de edad. El Tule podría en breve llegar a publicar un libro equivalente a éste, si se lo propone, pues tiene más maravillas que las que viven en el atrio de su preciosa iglesia. Quizás el mismo Verástegui ya lo esté escribiendo...
Nuestro árbol tricentenario...
un decano de abolengo vegetal...
Pero volvamos a la ciudad de Oaxaca, que es el tema de este volumen. El Árbol Decano nuestro es el ejemplar que ocupa su portada: un ahuehuete fortísimo que sobrevive en la ya difunta estación del ferrocarril y que se cree fue sembrado en el siglo XV o XVI por Moctezuma I Ilhuicamina o sus embajadores. Hay evidencia documental de la existencia de este árbol a mediados del siglo XVIII. Aunque abandonado por el municipio, pese a múltiples llamadas que les hemos hecho Verástegui y otros ecologistas de corazón, todos son “oidos sordos”... Este árbol es de la misma especie que el del Tule y aunque tiene la mitad muerta, la otra retoña cada año, igual que "el Seminarista"...
El frondoso árbol de los "Conciertos bajo el Laurel"...
en el Zócalo.
Hace algunos años le comenté a Verástegui que Oaxaca, teniendo como origen de su nombre el de un árbol: el guaje, carecía de un ejemplar de él sembrado en su zócalo. De inmediato se dio a la tarea de compartir la idea con más amigos y así un día me dijo que ya tenían permiso para sembrarlo y que sólo faltaba comprar el arbolito, gasto en el que participó Juan Arturo López Ramos (ahora entusiasmado con su proyecto "árboles históricos del futuro") y otros personajes más que se mencionan en el libro. Pero había plantón de maestros en esa fecha y aun así Verástegui no se amilanó, convocó a los maestros posesionados del zócalo y éstos se sumaron a la idea y se comprometieron a cuidarlo para que creciera. Ahora ya mide casi dos metros de altura y está “enclenque” porque las frondas de los árboles que le rodean le reducen el sol. Sin embargo el guajecito se defiende y en medio de la mayor discreción ha sobrevivido estoico, como son los guajes.
El guaje sembrado en el Zócalo, en el siglo XXI...
En el interior del templo de San Juan de Dios hay una cuadro mandado pintar por el Arzobispo Gillow y Zavalza que conmemora la fundación de “Segura de la Frontera”, luego Antequera y ahora Oaxaca. Allí se ve que la primera misa con que se “inauguró” esta ciudad fue dicha bajo la sombra de un árbol de guaje... Simbólicamente aquel guaje histórico ya tiene un lugar en nuestra plaza principal... Más claro ni el agua.
El guaje que presidió la fundación de Oaxaca, en el siglo XVI...
Me invitó el munícipe Luis Ugartechea (2011-2013) a pertenecer a su Consejo Honorario de Cultura y allí le propuse que el Cabildo de Oaxaca sembrara otro guaje para conmemorar el bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución. Les solicité que quedara un guaje en la Alameda como símbolo del presente para el porvenir, imaginando que dentro de 100 años ese arbolito tendrá muchas cosas que “decir” y habrá “visto” muchas cosas más suceder en el corazón de la ciudad. Así se hizo en noviembre de 2010 y aquí está la foto reciente de este ejemplar. De esta forma aparecieron pues dos guajes en nuestros bellos Zócalo y Alameda de León... donde también la estupidez humana actual ha conseguido matar ejemplares que fueron sembrados por iniciativa de Benito Juárez y Antonio de León, el primero Benemérito de América y el segundo Benemérito de Oaxaca. Cuando uno acepta servir a título honorario a su Ayuntamiento acaba uno con el sabor amargo de comprobar que los regidores y toda la burocracia municipal son una bola de "asnos" que toman esos cargos como trampolín para sus intereses partidistas. A veces el mismo presidente municipal ni se entera o ni tiempo le da de escuchar más directamente a la sociedad pues está encerrado por una "burbuja" compuesta por ignorantes y ambiciosos.
El guaje sembrado en la Alameda de León
por Luis Ugartechea
en pleno siglo XXI...
Otro episodio más en donde nos vimos involucrados –con Verástegui a la cabeza– fue en el rescate del laurel de la India llamada “el Seminarista”, ubicado en el centro del que fue Seminario Pontificio de la Santa Cruz de Oaxaca, en la calle donde empiezan los arquitos de Xochimilco.
Laurel "el Seminarista" en su esplendor, decadencia y recuperación.
Nótese el volumen de su fronda y de su sombra originales.
Valió la pena el esfuerzo de rescatarlo...
El arquitecto Enrique Lastra quitó el arriate de mampostería que tenía este ejemplar que era inmenso y el árbol empezó a desgajarse. Lastra es quien dejó el Centro Cultural Santo Domingo como lo vemos ahora cuando dejó de ser cuartel de artillería y se hizo cargo de la restauración de la Capilla Abierta de Teposcolula, así que es un hombre que ha demostrado con hechos que sí sabe, pero ¿a quién no se nos ha escapado la liebre?... Lo de "el seminarista" fue como si le hubieran retirado el corsé a Frida Kalho... sencillamente por su peso, edad y volumen (del árbol centenario, no de la pintora) se le dificultó sostenerse unido ante los fuertes vientos que le mecían y un día se empezó a partir en dos su tronco. Un sacerdote director del Seminario dio la alarma. Verástegui de inmediato tomó cartas en el asunto y solicitó ayuda al Municipio –encabezado entonces por Hernández Fraguas– y al Instituto Estatal de Ecología... Naturalmente no hicieron nada, así que recurrió a sus amigos de siempre y entre muchos colaboramos para evitar que se cumpliera el dictamen de un funcionario municipal, de cuyo nombre no quiero acordarme, quien dijo que ya era hora de llamar a las motosierras...
“El Seminarista” no estaba muerto. Necesitaba ayuda racional y entrega apasionada: se podó y se salvó una parte de él. Aquí se ven tres fotos de cómo era antes del desastre, cómo se podó y cómo se ve en la actualidad, cuatro años después de su crisis...
"Coquitos" del atrio de Jalatlaco. Tienen unos
doscientos años de vida, por lo menos...
No alargaré más estos comentarios, pues ya Verástegui los está escribiendo, pero concluyamos que esta obra bibliográfica hacía falta para sistematizar el esfuerzo ciudadano, dar razón de él y dar a conocer que si bien la relación hombre–naturaleza no pasa por su mejor momento, en Oaxaca tenemos casos y hechos dignos de conocerse. Este libro fue dado a conocer durante el XII Congreso Mundial de la Organización de las Ciudades del Patrimonio Mundial realizado entre el 18 y el 22 de noviembre de 2013 en la ciudad de Oaxaca.
Foto de Teobert Mahler de 1875.
Nótese en primer plano los laureles del Zócalo muy pequeños,
mientras los de la Alameda ya estaban grandes...
Grabado posterior donde los laureles y los demás
árboles del Zócalo ya aparecen tupidos, pero aun
no tapan el palacio, el kiosko ni los portales.
Si Oaxaca es una ciudad verde por su cantera y por su arbolado, que la han hecho merecidamente “Patrimonio Mundial de la Humanidad”, se debe al trabajo de quienes nos antecedieron.
Laurel de la India sembrado por Lázaro Cárdenas en Monte Albán.
Pero no es hora de bajar la guardia. El calentamiento global nos afecta a través de plagas y enfermedades en el arbolado urbano, además de la siembra equívoca de ejemplares en algunas de nuestras banquetas.
Es hora de preguntarnos: ¿qué más podemos hacer nosotros ahora por los árboles de Oaxaca?
"Primavera" espectacular sembrada por Martha Vila
en Carteles Editores, en 1996.
Las fotos del libro son en su mayoría de Claudio Sánchez Islas.