Oaxaca, México.- A fin de dar un panorama del patrimonio sonoro del país, el Conaculta, a través de la Dirección General de Publicaciones, editó el libro La música en los siglos XIX y XX en el que se analizan diferentes aspectos como la creación, la producción, la composición y los acervos que han dado vida a la música popular en México.
El libro es el cuarto tomo de la colección El Patrimonio Histórico y Cultural de México (1810-2010), coordinada por el historiador Enrique Florescano, lanzada en el marco de la conmemoración de los 200 años de la declaración de Independencia y del centenario de la Revolución Mexicana.
Bajo la coordinación de Ricardo Miranda y Aurelio Tello, La música en los siglos XIX y XX reúne textos de diversos especialistas en música mexicana que analizan lo que pasó en el ámbito musical en el siglo XIX, a partir del grito de Independencia y en el siglo XX, a partir de la Revolución Mexicana.
De acuerdo con Aurelio Tello, el tomo reflexiona acerca del patrimonio musical en México: “¿Qué lo caracteriza?, ¿Qué actores importantes ha habido? y ¿Qué convergencia ha ocurrido en México? para que se manifieste la diversidad de expresiones que podemos considerar patrimoniales”.
En entrevista, el especialista advirtió que nuestro país “no se entiende sin su música popular, obviamente si algo se conoce fuera de México es su música popular, el Cielito lindo, Las mañanitas, compositores como José Alfredo Jiménez, México lindo y querido; todo eso ha dado la vuelta al mundo, son cartas de presentación de México”.
Por ello, dijo, es de suma importancia analizar cómo se fue conformando el patrimonio musical de nuestro país, donde lo popular es un rasgo fundamental.
El libro arranca con la gran pregunta que marcó al siglo XIX, “cuando ya no éramos vasallos del rey, ya no éramos indianos, ¿Qué éramos?, ¿Quiénes éramos? y esas preguntas han permeado todas las expresiones del siglo XIX como la cultural, la plástica, la arquitectura, la literatura y los músicos no se quedaron atrás”, comentó el compositor e investigador.
Aurelio Tello indicó que en la primera parte del libro hay una reflexión de Ricardo Miranda sobre identidad y cultura musical en el siglo XIX, ya que “la canción mexicana, con composiciones que han dado la vuelta al mundo, como el Cielito lindo o Las mañanitas, fueron cobrando un perfil en ese siglo, que acabaron definiendo parte de la esencia, de la mexicanidad”.
Aunque algunas de esas canciones datan del siglo XVIII, “se retomaron con otro perfil y adquirieron características de ciudadanía, pues la gente las empezó a cantar y las fue haciendo suyas”, como son Las Posadas, que eran mal vistas por la Iglesia, pero que se convirtieron en parte de la identidad y de la tradición popular mexicana.
Como en esa época se acabaron los patrocinios, el teatro ya no dependía del virrey y la música de iglesia ya no dependía del clero, los músicos trataron de encontrar espacios para poder hacer arte, por lo cual se crearon las sociedades filarmónicas y teatros que todavía hoy están vigentes como el Teatro Juárez en Guanajuato, el Ángela Peralta en Mazatlán y el Teatro Principal de Puebla, que son reflejo de la inquietud por abrir espacios públicos para la música.
También se fundaron conservatorios y se crearon los himnos nacionales, lo cual fue, según Aurelio Tello, “un rasgo decimonónico en todos los países de la región, afirmar la identidad con una canción que representara a todos”.
En esa época, “se funden sonidos, melodía, poesía, es cuando se comienzan a gestar y perfilar ciertos rasgos de eso que llamamos la canción mexicana, que recopiló Manuel M. Ponce, como Un día en su vida o A la orilla de un palmar, que son canciones profundamente mexicanas”, señaló el investigador del INBA, especialista en música virreinal latinoamericana.
Durante el siglo XIX, destacó el coordinador del libro, la música mexicana comenzó a adquirir rasgos propios, pues se abandonaron los viejos modelos y las referencias al mundo hispánico, se adoptó el sistema tonal como sistema de composición, los acordes esenciales de la guitarra se cantaron por todo el país, el tipo de rasgueo y la entonación de la voz sirvieron para dar rienda suelta a una expresión propia, ligada al habla mexicana.
Para ese tiempo, las canciones “ponen su mirada en paisajes, en ríos, en cerros, en montes, en las mujeres, en el cielo (…) Las canciones fueron reflejando el modo de vivir, de creer, de querer, de pensar, de sentir de nuestra gente, eso le fue dando una conformación regional a las canciones; en ciertos lugares se crearon tipologías sonoras como el mariachi en Jalisco, el trío huasteco en San Luis Potosí y el norte de Veracruz y los sones jarochos en la región de Alvarado y del Puerto de Veracruz”, explicó Tello.
Por ello, cuando en 1913 se hizo un concurso de la canción mexicana, la ganadora fue la Canción Mixteca de José López Alavez, que dice “que lejos estoy del suelo donde he nacido”, y habla de la tierra del sol, obviamente no está hablando del sol naciente, de Japón, está hablando de Oaxaca, agregó.
También entraron las marimbas a Chiapas y bajo la influencia de las migraciones europeas que llegaron con el ferrocarril, se adoptaron expresiones como la polka, que aún está viva en los conjuntos norteños, así como instrumentos como el acordeón y la bandola.
“Nuestro patrimonio popular ha sido también la decantación de una serie de elementos venidos de fuera, adoptados y adaptados por la sensibilidad de los mexicanos”, aseguró Aurelio Tello.
La música también entró en la vida doméstica, con la llegada del piano, que fue el instrumento principal del siglo XIX, pues no había casa burguesa que no tuviera un piano, como hoy no hay casa sin un televisor.
Con el auge del piano, surgieron compositores pianistas como Aniceto Ortega, Tomás León y Ricardo Castro, al mismo tiempo se fundaron las primeras orquestas y las compañías de ópera que también propiciaron la composición de obras de este género, además de la aparición de grandes cantantes como Ángela Peralta, a quien llamaban el ruiseñor mexicano.
Pese a los importantes avances en materia musical, fue hasta el siglo XX cuando surge en el mundo la conciencia de lo que realmente es patrimonio, luego de la Revolución Mexicana y de las dos guerras mundiales, que arrasaron bibliotecas, museos, iglesias y escuelas.
Con el afán de mantener vivo el legado del pasado, en México comenzaron a escribirse las historias de la música, bajo el proyecto nacionalista que inicia con personajes como José Vasconcelos, que buscaba construir la nación mexicana.
La música en el siglo XX, destacó Aurelio Tello, vive a través de la palabra, toda vez que la imprenta fue determinante para que la música tomara un curso y se desarrollara, pues ya había revistas, cronistas, críticos, cancioneros y publicación de partituras.
Además, en el siglo pasado, se fundaron instituciones como el INBA, el Conservatorio de Música, la Escuela Nacional de Música de la UNAM, las orquestas sinfónicas de ciudades como Jalapa y Guadalajara “y eso revela el nivel de desarrollo social, cultural que tenía México”, precisó Aurelio Tello, pues además se crearon orquestas, escuelas, sociedades, festivales y concursos que sirvieron para alentar la creación y la difusión de la música.
La música popular adquirió realce pues “hubo compositores de música de concierto que se basaron en lo popular para crear partituras y dar un giro especial a la creación musical en México, desde las escuelas nacionalistas de Manuel M. Ponce, Carlos Chávez y Silvestre Revueltas; han aparecido un conjunto de partituras que reflejan esa diversidad”, comentó el especialista.
Ejemplo de ello es El huapango de José Pablo Moncayo que, de acuerdo con Tello, “es casi el segundo Himno Nacional de México, aunque algunos dicen que es El son de la negra, pero hay lugares donde no se conoce, en cambio El huapango está en todos los 15 de septiembre de todos los zócalos del país, hasta en el pueblito más perdido; es una música que se ha vuelto tan identitaria que incluso gente que nunca va a un concierto, la tiene en su discoteca, en su acervo musical o por lo menos, cuando empieza a sonar todos saben que es El huapango de Moncayo”.
En tiempos recientes, el Danzón número 2 de Arturo Márquez se ha convertido en otra pieza emblemática, según el coordinador del libro, “de tal manera conocida, querida y difundida que ya no hay mexicano que no sienta que el Danzón número 2 es parte de aquello que expresa. Con ese grupo de obras, tenemos el Janitzio de Revueltas, la Sinfonía india de Chávez, Chapultepec de Ponce, un conjunto enorme de partituras, un acervo verdaderamente importante y valioso, fundado en la tradición popular”.
De esto y más, se habla en la segunda parte del libro, dedicada a la música del siglo XX. Sin embargo, Tello advirtió que todavía hay muchos aspectos que necesitan estudiarse, ya que las generaciones van cambiando de padres a hijos y la música responde a las nuevas dinámicas sociales.
Ahora, dijo, hay rock y jazz indígena, aunque cuando se habla de “música indígena, siempre estamos pensando en danzas de tipo ritual, música ceremonial, y las sociedades son dinámicas, hoy día con los medios de comunicación presentes en todos los ámbitos de la vida cotidiana, nadie puede sustraerse a sus influencias, ya hay expresiones de jazz y rock en comunidades indígenas y eso tarde o temprano, también será parte del patrimonio del país”.
Ante estas nuevas expresiones, apuntó, “lo que necesitamos es tener la mirada, los oídos y la mente atenta a los cambios que están ocurriendo en el país, a lo que se está generando y es aquello que merece la pena conservarse, preservarse, cuidarse, para que no pierda identidad, la identidad que es el sentido de pertenencia”.
Por lo vasto y variado del universo musical de nuestro país, Aurelio Tello advirtió que “lo que hace falta son manos, investigadores e instituciones que respalden con presupuesto, los proyectos”, toda vez que México ha firmado todos los acuerdos internacionales en materia de preservación del patrimonio musical.
La música en los siglos XIX y XX ya fue presentado en el Museo Nacional de Antropología, la Feria Internacional de Libro de Guadalajara y en los próximos días, se hará lo propio en la Feria del Libro del Palacio de Minería.
A lo largo de 572 páginas, el lector podrá observar un panorama del patrimonio sonoro, pues según su coordinador, “quiere llamar la atención sobre lo que hay, lo que tenemos y cómo cuidar y preservar eso que ya está”.
Con textos de Áurea Maya, Yael Bitrán, Eduardo Contreras Soto, Armando Gómez Rivas, Xochiquetzal Ruiz Ortiz, Rosa Virginia Sánchez y de los coordinadores, Ricardo Miranda y Aurelio Tello, el libro ya está a la venta en las librerías Educal.
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