Oaxaca, México-El Códice Chimalpahin, que el gobierno federal compró en mayo en alrededor de 14 millones de pesos, cuando estaba a punto de ser subastado en Londres por la casa Christie’s, es la pieza estelar de la exposición Los códices de México: memorias y saberes, con la cual se celebran los 50 años del Museo Nacional de Antropología (MNA).
Se trata de la primera vez en la historia del país que se realiza una acción similar de recuperación del patrimonio. Son manuscritos del siglo XVII elaborados por dos de los historiadores de ascendencia indígena más representativos de la época virreinal: Domingo Chimalpahin y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.
En otro hecho inédito, para acompañar los actos conmemorativos también salen de las bóvedas del recinto las 45 invaluables piezas, pues ‘‘difícilmente volverán a verse juntas”, que integran la muestra de códices que a partir de este jueves se abre al público, señaló Teresa Franco, directora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En representación del presidente Enrique Peña Nieto, el titular de la Secretaría de Educación Pública, Emilio Chuayffet, encabezó la noche del miércoles una ceremonia en el MNA, donde entregó seis medallas conmemorativas a algunas de las personas (o sus descendientes) que participaron en la construcción del inmueble, al que definió como ‘‘el mayor instrumento educativo de la patria”, concebido ‘‘no para abrumar, sino para asombrar”.
Recibieron el reconocimiento la hija del presidente Adolfo López Mateos, Avecita, así como el hijo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, Javier, y el maestro Manuel Felguérez, entre otros.
El funcionario recorrió la exposición de códices y aseguró que el museo, así como el INAH, tienen todo el apoyo del gobierno federal para garantizar la continuidad en su labor de resguardo y difusión del patrimonio nacional.
En su turno, el historiador Miguel León-Portilla señaló la importancia de que en las salas dedicadas a mostrar la actualidad de la cultura indígena viva lo que se resalte sea la creatividad, pues de lo contrario, ‘‘¿qué se va a exhibir? ¿La miseria y el aislamiento en el que han vivido nuestros pueblos originarios? Hay que ver a nuestros indígenas como maestros y no como objetos de museo, sino como copartícipes de la grandeza de la cultura de México”.
El Museo Nacional de Antropología abrió sus puertas el 17 de septiembre de 1964 y de inmediato fue reconocido en el ámbito internacional como un recinto innovador por su diseño. Pedro Ramírez Vázquez concibió el patio central como eje rector del discurso arquitectónico, además de ser un espacio para que el visitante no se sienta atrapado dentro de una construcción de grandes dimensiones. Ahí se localiza la emblemática columna de bronce conocida como El Paraguas, obra de los hermanos José y Tomás Chávez Morado, cuyo volumen y luminosidad se recuperaron hace un par de años, al igual que la escultura del caracol de Iker Larrauri, titulada Sol del viento. El diseño permite también la libre circulación de público por cualquiera de sus salas. En palabras de su actual director, Antonio Saborit, el MNA ‘‘nació de espaldas a los majestuosos palacios de cristal”. En una segunda etapa del proyecto de restauración del museo, con miras a su aniversario 50, el INAH informó que se atendieron las gárgolas que desalojan el agua de lluvia hacia el patio central. Junto a los mármoles de Carrara que revisten los muros, se realizó también la limpieza de la Tira de la Peregrinacióno Códice Lorenzo Boturini, que representa la migración del pueblo mexica desde Aztlán a la cuenca de México, así como de la celosía serpentiforme que decora el segundo piso del museo, realizada por Manuel Felguérez en aluminio, material que a pesar del tiempo y las inclemencias no presentaba mayores deterioros, por lo que sólo se hizo una limpieza cuidadosa de los motivos que aluden a las grecas del cuadrángulo de las Monjas en Uxmal y se aprovechó para hacer sujeciones donde había pérdida de elementos. Más de 8 mil piezas se exhiben en las salas permanentes del museo, que también cuenta con una bodega donde existen otras que jamás han estado en exposición. El total de las dos colecciones –la expuesta y la de bodega– ‘‘quizá ronde el cuarto de millón’’, es decir, unas 250 mil piezas, de entre las cuales los códices nunca habían formado parte de una exposición.