Oaxaca,Mexico.-Es la madrugada del domingo 09 de agosto de 1998, hace ocho días eligieron al Licenciado José Murat para ser gobernador de Oaxaca; han traído mi ropa limpia, me han ordenado bañarme y rasurarme bigote y barba de 25 días; 25 días de torturas físicas y psicológicas en esa casa de seguridad, cárcel clandestina al servicio de la Procuraduría General de Justicia encabezada entonces por el Licenciado Roberto Pedro Martínez Ortiz. Los encargados de cuidarme, ahora se dan a la tarea de sacarme rumbo, imagino, a la Procuraduría; todos deben estar al servicio del Comandante de la Policía Judicial del Estado, José Trinidad Rodríguez Ballesteros. Sigo esposado, las manos por delante y cubierto de la cabeza con una bolsa de tela que cierra en el cuello; me acomodan en un vehículo que tiene puerta corrediza; no tienen ningún miramiento al tratar que mi cuerpo quede enroscado en el asiento de modo que no sea visible desde el exterior; salimos de la casa que ahora sé que se encuentra en Tlalixtac de Cabrera.
Hago un rápido repaso de todo lo que ha quedado atrás, mi esposa Leonor y yo ya no podremos seguir estudiando. Seguramente me presentaran en la Procuraduría y de ahí me llevaran a la Penitenciaría Central del Estado.
De pronto me doy cuenta que pasamos los topes del Tule. ¡No vamos rumbo a la Procuraduría!, me doy cuenta cuando avanzamos en las curvas de Agua Santa; poco a poco el calor del Istmo me indica que vamos rumbo a Tehuantepec, sigo trayendo música a todo volumen ahora del autoestéreo; llevamos ya varias horas de camino y paran un momento, no se sabe para qué, venir en tan incómoda situación para mí se hace insoportable, sobre todo porque se me recargan para evitar que me levante; bajan el volumen para sintonizar una estación de radio, es una estación de Juchitán de Zaragoza, ¡¿Qué hacemos tan lejos de la capital del Estado?!
Emprenden nuevamente la marcha; bastante tiempo después paran para ordenarme que me baje del vehículo, entre dos me mantienen con la cabeza agachada y un tercero se acerca para decirme: “¡Si denuncias lo que te hicimos, regresamos por ti, y dile a tu mujer que se deje de pendejadas o se los va a llevar la chingada!”
Escucho que se acerca otro vehículo, unos y otros se apartan para tener una conversación que no alcanzo a escuchar; repentinamente me agarran entre dos y a la carrera me arrojan boca abajo sobre la batea del otro vehículo, me ordenan que no me mueva y el vehículo patina sobre el asfalto quemando llanta mientras sale a toda velocidad; sobre la marcha me desatan la bolsa y la arrojan sobre la carretera, me ordena que permanezca con los ojos cerrados y, solamente cuando el vehículo se detiene frente a una Clínica que entre otras cosas dice Matías Romero puedo abrir los ojos. Un resplandor de luces y colores inundan mi cerebro después de casi cuatro semanas en tinieblas. Entre dos me introducen a la Clínica, parece que todo está concertado, pues una enfermera o doctora me ausculta fingiendo que me revisa y luego me regresan a lo que puedo ver es una camioneta tipo Pick Up de la marca Ford de color blanco.
Me llevan a la cárcel municipal y me introducen en una pestilente celda donde los presos, en su mayoría centroamericanos, prenden periódicos para soportar el olor de excremento vómitos y orines.
Me parece que no tardan ni cinco minutos y otra vez los Policías Judiciales vienen por mí, ahora me llevan a la agencia del Ministerio Público; me introducen a una oficina donde, la persona que está ahí me informa que mi esposa, Leonor Peralta Castellanos, ha presentado una demanda por desaparición forzada, que qué tengo que decir al respecto; desatendiendo las amenazas digo que efectivamente he estado desaparecido, que he sido torturado física y psicológicamente y que deseo que inmediatamente le comuniquen a mi esposa donde estoy, me dice que así lo harán; me pregunta el agente del Ministerio Público si tengo hambre, le digo que sí y manda comprarme un sándwich y una coca cola de lata. Como sigo esposado le pregunto que por qué no me sueltan, volteando a ver a los policías me dice: “Ellos te lo dirán.”
Me suben nuevamente a la camioneta y me llevan al Centro de Readaptación Social, CERESO, ahí mismo, en la ciudad de Matías Romero. Entrando, uno de los policías que me llevan me dice: “Llévatela tranquila buey, estás bien torcido, vienes por homicidio.”
Me entregan a los custodios en la Dirección del Penal y éstos me llevan con el médico para que me certifique; se pueden apreciar las lesiones sobre todo en el tabique nasal y cerca del ojo derecho, las muñecas presentan hondas huellas de las esposas y en los pies las marcas de las amarraduras son visibles; el médico pregunta qué me pasó mientras los celadores con mirada hostil escuchan atentos; hago un relato rápido de lo acontecido; después, los celadores me llevan a un cuarto y quien manda amenaza: “Aquí te vas a dejar de pendejadas, porque lo mismo que te hicieron allá te podemos hacer nosotros.” “Llévenlo a la de caracol.”
Me suben por unas escaleras de caracol y en una celda aislada, sin siquiera hoyo para orinar me avientan ya sin las esposas. Casi no hay luz pero sé que he vuelto a nacer… Adolorido de todo el cuerpo, me tiro en el roñoso piso de la celda para estirarme a mis anchas.
¡Sigo vivo!
Juan Sosa Maldonado
Defensor de Derechos Humanos