Martes 07 de octubre, 2014. 04:00 pm
Rodrigo Moya, fotoperiodista mexicano, recibirá homenaje en Festival Cervantino
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Oaxaca, México.-Cuando le decimos a Rodrigo Moya que su retrato del Che Guevara tomado en La Habana en 1964 ha llegado a competir de tú a tú con las célebres fotografías de Alberto Korda, dice un sí suave y baja la vista en señal de pudor.
Eso es lo que primero distingue al fotoperiodista nacido en Medellín en 1934 y quien, como bien dice el historiador Alberto del Castillo Troncoso, posee una obra que “constituye un elemento clave para comprender la historia del fotoperiodismo mexicano de mediados del siglo pasado, ya que nos aproxima visualmente a circunstancias complejas de la realidad latinoamericana de aquella época”.
El pudor, la elegancia, la modestia entendida como la posibilidad de ejercer un oficio desde el corazón, sin la estridencia, con la certeza de llevar a cabo una tarea encomendada por el propio espíritu, los paradigmas propios, son los que el Festival Internacional Cervantino seguramente destacará en el muy merecido homenaje a Moya, un hombre de otros tiempos, un profesional como pocos.
Tiempos tangibles y Célebres y anónimos se llaman las muestras en la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato con las que el FIC festejará los 80 años de vida del fotoperiodista cuya casa en México fue el punto de reunión de muchos colombianos, como el escritor Gabriel García Márquez, quienes como él “saboreaban el amargo caviar del exilio”. Discípulo de Guillermo Angulo –maestro reportero gráfico, oriundo también de Medellín-, Rodrigo Moya es hoy reconocido como uno de los foto-documentalistas más destacados de América Latina y una visita a su casa en Cuernavaca sólo confirma lo presentido: se trata de un hombre fascinante, con mucho para decir y ser escuchado.
FOTÓGRAFO DE INFANTERÍA
“Lo mío no es para tanto. Soy un fotógrafo de infantería que hizo un trabajo destacado, si tú quieres, pero nada más. Así que veo las muestras en el Cervantino no tanto como un homenaje sino más bien como un reconocimiento a un trabajo que estuvo guardado, encriptado, durante mucho tiempo.
Fui fotógrafo de prensa durante 14 años, luego tuve mi propia revista, hice muchas fotos, pero sin esa intención periodística”.
El Indio Fernández. Cortesía Rodrigo Moya
CON LOS OJOS DE HACE DÉCADAS
“Mis fotografías son algo más que un instante de tiempo y acción sustraídos de la realidad, algo más que personas y hechos acaecidos más allá de su leve fantasma de plata.
Las imágenes que conservé de mi oficio como documentalista son para mí un legado tan fuerte como la palabra escrita y tan profundo como los más hondos recuerdos.
La fotografía fue para mí la aproximación más intensa a la vida, a la naturaleza del mundo, a los seres y cosas que entraron por mi lente y allí siguen, poblando la memoria y la pequeña superficie del papel fotográfico, negándose a morir, mirándome con los mismos ojos con que me miraron hace décadas”.
LOS ROSTROS QUE MIRAN DE FRENTE
“La figura y el rostro humano estuvieron siempre presentes en la búsqueda de mi cámara. Por eso, rostros y torsos y cuerpos enteros fueron quedando en mi archivo, formando con los años una imprevista galería de retratos.
Allí están niños, hombres y mujeres, jóvenes o viejos, seres célebres y anónimos que abordé al paso, en un instante, al margen o dentro de los acontecimientos de un reportaje.
Ahora veo esos rostros mirándome de frente o desatendidos de mi presencia y me pregunto en dónde están, si aún viven o cómo y cuándo murieron. También me pregunto por qué razones una chispa de sus existencias fue convertida por mi mirada y mi aparato en un enigma, en la pregunta sin respuesta que es la imagen de un ser humano conservada en una fotografía sin saber siquiera quién era”. Dos exposiciones honrarán el trabajo del fotoperiodista nacido en Medellín en 1934.
Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
LOS EDITORES QUE PONEN OTRO PIE
“Con el fotoperiodista que fui me reencontré cuando llegué a Cuernavaca, hace 16 años. Estaba cansado de México. Había estado enfermo, mi revista había quebrado, salió todo mal, así que cuando me mudé aquí, me reencontré con mis fotos y tanto mi mujer como yo comenzamos a mirarlas con otros ojos. A la fotografía la había abandonado 30 años atrás y no me interesaba mucho la cosa. No iba a exposiciones.
Era amigo de fotógrafos como Rubén Gámez y tenía yo una visión muy elemental y muy escéptica de la fotografía. Pensaba que los editores no entendían mi trabajo, que ponían a mis fotos un pie que no iba y eso me enchinaba mucho. Hasta que entré en Sucesos, donde ya tenía un manejo mayor, diseñaba mis propias fotos, era yo el que elegía a mi redactor y armaba mis reportajes”.
SOBRE LAS EXPOSICIONES
“No me gusta exponer, porque pienso que es una visión de la fotografía muy rápida, que no deja nada en la memoria, que no aporta nada al espectador y cuando no hay un folleto o un catálogo, la gente lo olvida pronto.
Así que desde mi primera exposición en 2002, siempre exijo un catálogo. De ese trabajo se encarga Susan Flaherty y hay un estilo unitario. No son muchas exposiciones las que llevo, serán siete u ocho”.
NO SE ACOSTUMBRA
“Es muy extraño lo que pasa con el trabajo del fotógrafo. Hace poco nos llamaron de Europa para pedirnos unas fotos y lo primero que nos dijeron era que no las pagaban. Pedro Valtierra, que es muy amigo mío, una vez me pidió una serie y cuando le pregunté cuánto me iba a pagar, me miró con extrañeza y me dijo: – No se acostumbra. Hay muchos directores de medios que no pagan las fotos o las pagan una miseria que no te alcanza para experimentar, para tener equipos buenos, para comprar libros de fotografías.
He sido un buen fotógrafo porque trabajé con mucha pasión.
Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
EL CHE GUEVARA
“Me emociona cuando veo las fotos del Che. Son parte de una serie que alcancé a tomarle en 1964. Era mi último día en Cuba y ese día nos dio la entrevista. Fue muy amable con nosotros.
Nos dijeron que teníamos 15 minutos y al final nos quedamos tres horas con él. Son imágenes que se han vuelto icónicas. Me las han comprado mucho, curiosamente los gringos.
Mi Che es un Che muy distinto al de Korda. Mi Che es melancólico, más humano, con la vista perdida a lo lejos. Cuando lo vimos no paraba de hablar, nos contaba historias y nos conocía. Los cubanos siempre han estado muy atentos a lo que se dice y lo que pasa en México.
El Che melancólico de Rodrigo Moya. Cortesía Rodrigo Moya
LA VANIDAD TERRIBLE
“Mirando mi archivo, he tenido que hacer un acto de vanidad terrible y darme cuenta de que he sido un buen fotógrafo, porque trabajé con mucha pasión. Hasta a las cosas más vulgares, como un bautizo, le buscaba el ángulo. La imagen se convirtió en algo obsesivo para mí.
Además, era muy aficionado al cine y ahora que veo mi trabajo me doy cuenta de cuánto dejé de publicar porque no me entendía. Miro mis fotos y me doy cuenta dónde la regué, cuáles sobran y con cuáles acerté.
Debo decir que recién ahora, a mi edad, comienzo a entenderme”. NUNCA HE SIDO UN ARTISTA “Mi intención siempre fue ideológica, no estética. Nunca me consideré artista.
En esa época estábamos contra los fotógrafos que se sentían artistas. Me considero fotógrafo documental, ni siquiera fotógrafo de prensa. El fotógrafo no se da cuenta muchas veces de lo que hace. Hay algo que te impulsa a buscar una forma, un rostro, algo que te atrae, los factores están clavados en el subconsciente.
Nunca le tuve temor a la gente, me he metido en lugares tremendos y nunca me ha pasado nada”. Nunca le tuve temor a la gente.
Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
NO LLAMAR LA ATENCIÓN
“El fotógrafo nunca es el centro de la escena. No hay que llamar la atención porque eso limita mucho tu trabajo. Hay que pasar inadvertido, lo he escrito en muchos textos. Creo que una de las virtudes de mi fotografía, aunque resulte presuntuoso decirlo, es que podía meterme entre la gente sin ser visto.
Las cosas han cambiado un poco en ese sentido. Ahora el fotógrafo va lleno de cosas y de equipos…lo cual es entendible. Si se compró una cámara de 40 mil pesos lo que quiere es que la vean”.
EL MUNDO QUE VEO
“Trato de entender el mundo que está pasando. Veo hora a hora lo que pasa en Ucrania, en Estados Unidos, pequeños brotes de lo que viene, de lo que podría pasar. Veo cómo la pobreza ha crecido a niveles inimaginables y la pobreza lo mismo. Eso tarde o temprano generará un colapso”.
Gabriel García Márquez en 1966. Cortesía Rodrigo Moya
DIEZ DATOS SOBRE RODRIGO MOYA
Tiempos tangibles, curada por la diseñadora gráfica Susan Flaherty –esposa de Rodrigo Moya- de la mano de Moya, está integrada por un centenar de obras de temas diversos, así como por una sección biográfica donde se da a conocer no sólo su trabajo como reportero, sino también como escritor y editor.
El público que circule por las calles de Guanajuato se topará con los rostros que Moya capturó del revolucionario Ernesto Che Guevara, Carlos Fuentes, Juan de la Cabada, Emilio El Indio Fernández, María Félix, Dolores del Río y Celia Cruz. Retratos de campesinos, obreros, maestros, estudiantes y pescadores forman parte de la segunda muestra que lleva el título de Célebres y anónimos.
Ambas muestras son resultado del trabajo realizado por el FIC desde 2007, al colaborar en la revaloración del archivo de Moya (que permaneció sellado durante 30 años), con la organización de dos exposiciones individuales: La eterna infancia y La muerte de Francisco Goitia.
El Centro de la Imagen se sumará al homenaje del fotógrafo mediante la presentación del libro Rodrigo Moya. El Telescopio interior, que incluye crónicas y memorias en torno a la fotografía escritas por el mismo Moya, así como reflexiones de otros autores, críticos e historiadores. Rodrigo Moya se inició en el periodismo en 1955 en el semanario Impacto y en 1964 cerró su ciclo como reportero gráfico en la revista Sucesos.
Atestiguó las invasiones de Estados Unidos a Santo Domingo y Panamá y realizó en la Sierra Falcón la serie Guerrilleros en la niebla, que Guillermo Angulo considera su obra maestra. Publicada por The Guardian, en ella retrató a la insurgencia venezolana bajo el supuesto de que el Che Guevara, ya desaparecido, estaba entre sus filas. En la década de 1950 conoció a Gabriel García Márquez en su casa paterna.
Para 1967 el retrato que le hizo al ganador del Nobel apareció en la primera edición en inglés de Cien años de soledad. En 1977 la fotografía que le tomó al escritor colombiano quedaría como constancia del puñetazo que le propinó el escritor peruano Mario Vargas Llosa.
De 1968 a 1990 dirigió la revista mensual Técnica pesquera, en la que acumuló un vasto acervo fotográfico sobre pesca y biología marina. En 1968 salió el libro México, por ediciones Destino, de Barcelona, con textos del escritor Salvador Novo y fotografías de Rodrigo Moya, en tiraje de diez mil ejemplares.
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