Oaxaca, México.- La cultura del agua constituye una herramienta indispensable en la instrumentación de medidas para anticipar las carencias y aprovechar eficientemente el recurso en nuestras actividades. Asimismo, se requieren estudios científicos para el diseño de estrategias orientadas a reducir los riesgos ante la escasez, estableció Víctor Magaña Rueda, del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM.
En México la sequía es parte de la variabilidad climática y se presenta en todas sus formas, desde falta de lluvias hasta déficit para solventar el consumo de la población. El país es vulnerable al fenómeno, que generaría costos sociales, económicos y ambientales muy altos, advirtió en ocasión del Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía, que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) conmemora este 17 junio.
Los recursos económicos disponibles se orientan a la atención del desastre y, en menor cantidad, a su prevención, bajo el argumento de que esto es impredecible. La investigación científica puede aportar información climática sobre los factores que pueden culminar en sequía meteorológica, a la que podrían acudir los tomadores de decisiones en la materia, subrayó.
Además, es necesario impulsar la cultura hídrica para reducir el consumo y eliminar el desperdicio. En la Ciudad de México se estima que cada habitante utiliza cerca de 300 litros por día, aunque sólo requeriría la mitad, refirió.
Pueden instalarse dispositivos ahorradores en el hogar, aprovechar la lluvia e instalar sistemas de tratamiento en cada colonia, medidas que, instrumentadas en conjunto, reducirían el dispendio, detalló el investigador, que participa en el Programa Nacional Contra la Sequía (Pronacose).
Prevención, acción crucial
En mayo de 2013, el Monitor de la Sequía reportó eventos extremos en Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Sonora y Tamaulipas. A excepción de Colima, todas las entidades presentaron un porcentaje de sus territorios con una intensidad de “anormalmente seco”. En total, mil 66 municipios del país registraron escasez de agua.
Magaña Rueda explicó que la sequía es de cuatro tipos. La meteorológica está relacionada con la falta de lluvias; la hidrológica se presenta de acuerdo al déficit en ríos, lagos, acuíferos y otros cuerpos; la agrícola, si el agua es insuficiente para las cosechas, y social, de presentarse carencias para solventar las necesidades de la población. “En la primera no hay intervención humana, mientras que las otras pueden ocurrir por un manejo inadecuado”, detalló.
Para evitar los daños relacionados con la meteorológica, es necesario analizar la variabilidad climática en el territorio y su relación con fenómenos como La Niña o El Niño. La relación de las temperaturas oceánicas en el Pacífico y el Atlántico es determinante para saber qué ocurrirá si se prolonga en el país, estableció el académico.
Los resultados de los estudios deben llegar a los tomadores de decisiones para instrumentar las medidas necesarias según la gravedad de los fenómenos. La investigación científica puede proporcionar pronósticos de clima y riesgo, lo que apoyaría la planeación, aseveró.
Un buen manejo del agua disponible es indispensable. En la Ciudad de México se desperdician grandes volúmenes en fugas y consumos excesivos, los acuíferos se contaminan y el abasto depende del suministro desde cuencas alejadas de la urbe. Son condiciones que pueden terminar en una crisis ambiental, económica y social, aún sin sequía severa, advirtió.
En un modelo ideal, el agua de la cuenca del Valle de México podría aprovecharse para el consumo de la zona y el Sistema Cutzamala funcionaría como reserva en caso de escasez. Se trata de reducir la demanda sin incrementar necesariamente la oferta, apuntó.
Aprender a vivir con las variaciones climáticas es importante para instrumentar las acciones requeridas en caso de sequía y las orientadas a mitigar sus daños. Los estados de abundancia y escasez son parte del clima del territorio y es necesario afrontarlos con anticipación, concluyó.